La historia de México y la de cualquier sitio del mundo se escribe a partir de hechos, con la información que poseen los investigadores y muchas veces, a partir de su uso político.
Cuando se escribe por actores quienes vivieron, presenciaron o recopilan testimonios de los sucesos, decimos que es historia presente, historia vivida o crónica histórica. En esa narración hay la posibilidad de un sesgo originado por filias o fobias del escritor.
La historiografía es la representación escrita de los sucesos o el reporte de una investigación y por tanto, está expuesta a los vicios surgidos por la subjetividad del cronista o el investigador, la manipulación provocada por afectos y desafectos o a causa de la intencionalidad política del momento historiado.
De ello deriva la existencia de héroes y villanos en la narrativa histórica. Existen dos frases retóricas recurrentes las cuales no necesariamente son exactas: “la historia la escriben los vencedores.”, “quien no conoce la historia corre el riesgo de repetirla”.
La historia nacional en todo tiempo y etapa fue escrita por vencedores y derrotados; sucede que frecuentemente son aminoradas, ensombrecidas o despreciadas las versiones narradas desde lejos del poder. Tampoco es cierto que se repite por desconocimiento; al contrario, hay más posibilidades de reproducir fragmentos de la historia cuando se le conoce pues se intenta manipular para algún uso político. Imposible repetirla si el tiempo, el espacio, las circunstancias y los actores son distintos.
Con lo anterior se puede explicar la presencia de villanos en la historiografía, que no necesariamente son villanos por sus hechos históricos.
Para catalogar a un villano o villana, se deben establecer los principios de causalidad, intencionalidad, interés personal, beneficio y otras motivaciones para concluir si un o una personaje histórico en cuestión es villano o villana.
Tomemos dos casos considerados como villanos entre la historiografía nacional cuya imagen es con frecuencia utilizada o manipulada políticamente en beneficio de una corriente ideológica en el poder.
Hernán Cortés es un sefardita extremeño nacido en lo que hoy es España quien, en un afán protagónico, de ambición y de supervivencia; se aventura a explorar tierra continental en América, estas acciones cambiaron la geopolítica mundial, reacomodaron el tablero internacional y motivaron el desarrollo económico europeo en forma exponencial.
Sobre su actuar en tierra mesoamericana, habría que pasarlo por el rigor de las causalidades motivantes y utilizando el método comparado de la investigación histórica, establecer sus cualidades de villano o héroe, así como las consecuencias de esos actos; aunque se han utilizado su figura y acciones como estrategia de manipulación política, llegando al extremo de exigir disculpas a España por los sucesos de hace 500 años.
Malintzin, conocida como “La Malinche”, partícipe de algunos sucesos con Hernán Cortés, fue utilizada como símbolo de traición a su raza, cuando en realidad no traicionó a nadie, ni a su raza ni a nación o persona alguna; en su caso su culpa es reaccionar fielmente como la cultura indígena de su tiempo la educó: sometida y leal a sus patriarcas o dueños, pues no olvidemos fue entregada en venta o regalo al menos en dos ocasiones.
Es tiempo de revisionismo histórico, de utilizar elementos estandarizados y validados para redefinir a los buenos y malos de la historia. Sin duda hay villanos merecedores del calificativo, pero hay otros que fueron estigmatizados.