María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio y Barba es una de las mujeres más vituperadas, difamadas y tergiversadas en la historia. En vida y, sobre todo, en el juicio histórico, su persona ha sido motivo de lo que hoy llamaríamos violencia de género.
En lo personal, me disculpo porque hice lo que muchos historiadores hacen con frecuencia: repetir lo escrito por otro, quien a su vez sacó la información de otro, y éste de otro, pero ninguno de nosotros confirmó la veracidad de los datos. Reconozco que he sido víctima de la comodidad por repetir la historia de la güera sin investigar.
Dos son las principales plumas que he distinguido como promotores del personaje histórico, especialmente por su descrédito y desinformación: Guillermo Prieto y Artemio del Valle Arizpe. Desconozco las motivaciones de estos escritores para escribir con ligereza y falsedad sobre la doña Ignacia. Su tataranieto, Manuel Romero de Terreros y Vinent, escribe una historia distinta de ella.
Silvia Marina Arrom escribe en su libro La güera Rodríguez: Mito y mujer que, luego de morir en 1850, Ignacia desaparece de las letras mexicanas hasta principios del siglo XX, justo con los tres personajes antes citados.
La belleza de la güera, combinada con su inteligencia y audacia, fueron su fortaleza y, seguramente, la causa de su desprestigio. El forjador de su desprestigio como libidinosa fue su esposo, José Gerónimo López de Peralta de Villar Villamil y Primo, militar realista, doce años mayor que ella, con quien se comprometió a los quince años.
Villamil, esposo de la güera, puede ser descrito como un personaje inseguro y de poca visión; a unas semanas de casados, recurre a su padre para reclamarle parte de lo que sería su herencia, con el fin de sustentar los gastos del hogar.
Con un matrimonio de once años y seis hijos, sin estabilidad económica, y ella de gran belleza y facilidad para las relaciones públicas, el marido enferma de celos. Esto lo convierte en un violentador, golpeador, e incluso, el 21 de octubre de 1801, la acusó de adulterio. Silvia Marina escribe que, a los diez días de la denuncia, retira la acusación, pero el 4 de julio de 1802 intenta matarla en público, fracasando gracias a una falla en su arma.
Arrestado y de cara al desprestigio público, Villamil entabla una demanda de divorcio eclesiástico bajo las acusaciones de adúltera y sacrílega. Las acusaciones motivaron a una serie de personajes a pretender los favores de Ignacia, así lo declara un testigo en el juicio (amigo y compañero militar de Villamil), citado por Silvia Marina. Este testigo destaca que ella despreció tales insinuaciones y la llega a definir como una mujer cercana a la fe religiosa.
Villamil muere el 12 de enero de 1805, legando en su testamento que su esposa fuese tutora y curadora de sus hijos; incluso pide que se quemen los papeles del divorcio promovido.
La güera tendrá dos matrimonios más. El 10 de febrero de 1807, con veintiocho años de edad, carencias económicas, litigios, su hija Guadalupe enferma de gravedad y envuelta en intrigas, vuelve a casarse, ahora con Juan Ignacio Briones Fernández de Ricaño y Bustos, viudo mayor que ella por veinticinco años. Vivirá una estabilidad que termina con la muerte de él el 16 de agosto de 1807, dejando a la viuda con el embarazo de un mes. De nuevo surgen crisis, pues la familia política le disputa la herencia del marido. Será viuda hasta 1820, cuando contrae su tercer matrimonio.
Gracias a Guillermo Prieto y a la novela de Artemio del Valle Arizpe, se construye la leyenda negra de la güera, que incluye insurgencia, seducción y maquiavelismo político.