En un mundo atribulado por los conflictos bélicos, las guerras territoriales, militares, comerciales, arancelarias, culturales, criminales y un muy largo etcétera —que parten del interés y la conveniencia de las partes involucradas, de manera voluntaria y, en muchas ocasiones, circunstancialmente de forma involuntaria—, y tras el lamentable y repentino fallecimiento del Papa Francisco, líder de mil quinientos millones de católicos, la pregunta que surge en el pensamiento consciente y racional es: ¿Y ahora, qué sigue?
Reflexionando sobre el tema, y para quienes ya estamos entrados en años, obligados estamos a observar y reconocer la cruenta realidad generacional: la evolución de las sociedades a través de los últimos tiempos ciertamente ha permitido un progreso hasta cierto punto cuestionable. Este, de alguna forma, ha permeado —por decirlo de alguna manera— en la “contaminación” de la pureza en la salud mental y emocional, que se supone debe estar basada en el equilibrio de los más elementales valores humanos, sociales y culturales de las sociedades, que son, en resumidas cuentas, lo bueno y lo malo.
Democráticamente, este fenómeno “contaminante” ha atacado sin distingo a todos por igual: desde líderes políticos, religiosos, morales, comerciales, empresariales, culturales, hasta a personas comunes y corrientes, que son, ineludiblemente, la parte mayoritaria que conforma nuestra humanidad y, por tanto, quienes mueven al mundo.
Y aunque para la gente común y corriente el espectro de acción es, en teoría, muy limitado, esta “contaminación” —por la imposición recetada voluntariamente desde los niveles superiores de autoridad de nuestras sociedades, en torno a los nuevos usos y costumbres, y quizás involuntariamente desde la ventana de la incompetencia y el desorden— ha generado y degenerado los sanos valores humanos elementales de nuestras sociedades.
Y es que, no le parece incongruente, estimado lector, que en corto y dentro de ese limitado espectro en el que nos desenvolvemos, veamos, por ejemplo, en los centros comerciales, supermercados y tiendas de conveniencia, anaqueles atiborrados de productos para que las mascotas formen parte de nuestras familias, según las estrategias comerciales empáticamente orientadas a nuestras emociones, y que, en caja, donemos —si es que queremos— solamente los centavitos que nos sobran de nuestras compras para causas más humanitarias.
Como la parte celular más pequeña de la sociedad, en muchas ocasiones, y dado el moderno estilo de vida culturalmente adoptado —por imposición o por gusto, como sea—, creo que no dimensionamos la importancia y trascendencia de nuestro pensamiento, nuestras acciones, decisiones y comportamientos en cosas tan simples y sencillas de la vida que, sin embargo, en volumen, reflejan grandemente la conducta poco humanitaria y pobremente sensible de nuestras sociedades.
Crímenes, desapariciones, tráfico de estupefacientes, drogadicción y todo lo malo y oscuro que sucede dentro de nuestras comunidades no solo son la consecuencia de la, quizás, incompetencia de las autoridades, sino también de la carencia, al inculcar a las nuevas generaciones, de los sanos valores humanos elementales, que es donde parte la raíz de todo lo bueno que queremos en la vida.
Así pues, y tras esta simple reflexión, ¿y ahora, qué sigue, estimado lector?…Yo pienso que, como dice el dicho: “A Dios rogando y, por nuestra parte, con el mazo dando”, con carretadas de fe y absolutas muestras de esperanza, por encima de cualquier interés, para que el Creador, en estos tiempos tan convulsos, nos ilumine ahora que viene la elección del Poder Judicial, y que haga lo propio con nuestros líderes mundiales —y, obviamente, incluyendo a los locales—, para conciliar y encontrar la paz que tanto reclamamos, procurando que ésta prevalezca en el corazón, en el pensamiento, en el sentimiento y en la vida y accionar de nuestras sociedades.
Por hoy es todo, amable lector. Medite lo que le platico, aproveche el día, viva la vida y disfrute al máximo a su familia, esperando que el de hoy sea para usted un día productivo. Me despido honrando la memoria de mi querido hermano, Joel Sampayo Climaco, con sus palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos aquí el próximo lunes.
