La frase con la cual retrató el hecho el presidente López Obrador es redonda, precisa, no tiene desperdicio: “cuando se reparte mal el botín, hay motín”. Se refería, desde luego, al escándalo provocado la semana anterior tras revelarse el nivel de vulgaridad del cual son capaces nuestros políticos, pues no tuvieron empacho en firmar un vergonzante “contrato” para repartirse el producto de la conquista en el proceso electoral de 2023 en Coahuila.
Imposible no estar de acuerdo con él porque su retrato hablado del hecho da en el centro de la diana y dibuja de forma prístina lo ocurrido: el dirigente nacional del PAN, Marko Cortés, decidió ofrecerle al mundo pruebas inequívocas de la indecencia propia y la de sus aliados políticos del PRI.
El documento publicado por el líder panista exhibe múltiples realidades. Ninguna de ellas sirve para hablar bien de quienes decidieron estampar su firma en el mismo: el propio Marko, el dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno; el coordinador operativo de la campaña de Xóchitl Gálvez, Armando Tejeda Cid; el coordinador de la bancada del PRI en la Cámara de Diputados, Rubén Moreira y el hoy gobernador de Coahuila, Manolo Jiménez Salinas.
La existencia del texto demuestra, en primer lugar y de forma ostensible, la grosera vulgaridad de quienes lo firman pues para ellos, está muy claro, los bienes públicos son una suerte de herencia temporal a cuyo usufructo se accede mediante la conquista del poder. El voto popular no es para esta casta un mandato, sino el otorgamiento de la facultad para tratar lo colectivo como parte del patrimonio personal.
A partir de esta concepción es válido entonces pactar la entrega de fíats notariales, oficinas recaudadoras de rentas, magistraturas, direcciones de escuelas y universidades y hasta de instituciones cuya naturaleza, en teoría, les coloca fuera del alcance de la voluntad caprichosa del gobernador en turno.
En segundo lugar, el documento exhibe la poca confianza existente entre quienes públicamente se reconocieron aliados, se estrecharon las manos, se abrazaron e intercambiaron elogios. No basta la palabra para confiar en el cumplimiento de acuerdos cuya existencia debiera estar perpetuamente condenada a las sombras: es indispensable ponerlos por escrito, ¡y firmarlos! para creer en la posibilidad de su concreción.
Finalmente, la existencia del “contrato” demuestra cómo las fronteras de la decencia se han ido difuminando en la política mexicana y convertido a la conquista del poder en lo único importante. Se acabaron la mística, la ideología, los principios, el compromiso con la comunidad y cualquier otra cosa “romántica” en la cual usted haya creído: a nuestros políticos vulgares sólo les interesa conquistar el poder para servirse de éste.
Más allá del documento mismo, su revelación pone al descubierto otras cosas. La más importante de ellas es, lo ha dicho con insuperable tino el periodista Joaquín López Dóriga, la inaudita capacidad del dirigente nacional del PAN, Marko Cortés, para hacer “pendejadas”.
La segunda es la inmensa vocación por el cinismo de los políticos locales, pues para los priístas y panistas de Coahuila solamente existe en esta historia un acto condenable: la decisión del líder albiazul de revelar los detalles del pacto y con ello arruinar el idilio vivido entre ellos desde el surgimiento de la idea de un gobierno local de coalición.
Su comportamiento es el típico de quienes creen –en verdad lo creen– formar parte de una historia en la cual existe, de un lado, un condenable victimario y, del otro, un conjunto de víctimas, cuando en realidad sólo asistimos a la comprobación de lo perpetuamente sospechado: nuestra clase política está podrida y es difícil encontrar alguien a quien excluir de esta ecuación.
Por cierto: si el presidente López Obrador atina con la frase usada para caracterizar el hecho es sólo porque él conoce muy bien la receta y la aplica mejor: no deja sus indecencias por escrito ni, mucho menos, comete el error de confesarlas en público.
@sibaja3