El día de hoy, amable lector, me habrá de dispensar nuevamente por dedicar el espacio a un tema de reflexión, mucho más trascendente que el análisis político, habida cuenta de que los oficiosos oportunistas dedicados al ejercicio profesional en el "cuento" político nos han dado muestras de estar dotados de una concha monumental, bárbara e insensible a las demandas de gobernabilidad que entre poderes demanda la sociedad.
Por eso, hoy, estimado lector, no quiero hablar sobre esa "cabra de bolones" en la que se han convertido los políticos. Y perdóneme usted que me exprese así de ellos, pero para el que esto escribe, este término es el justo regalo de Navidad más generoso y tierno que se me ocurre para todos y cada uno de los miembros de ese cuestionable gremio. Y como sé que la gran mayoría de mis lectores tiene gran empatía con los sentimientos que aquí se expresan, en lugar de opinar de la política y con ocasión de la fecha tan importante que se nos viene, le propongo que me acompañe para reflexionar...
Y la reflexión a la que me refiero es al “viaje”, que no es otro que ese mismo que usted emprendió sin equipajes, sin amarras idealistas, sin posiciones sociales, sino más bien, en la ternura e inocencia surgidas de la magia del amor, el mismo día que usted vio la luz primera.
Y aunque parece ser difícil hablar desde una sola óptica sobre la vida ante una sociedad tan heterogénea como la nuestra, lo cierto es que todos, en medio de la diferencia de nuestras individualidades, somos iguales, hijos de Dios que comenzamos la vida sin nada y así, algún día, partiremos de ella.
Hemos sido hechos a su imagen y semejanza, formados del polvo como elemento del cuerpo material, que se nos dio la vida tomada de su mismo aliento, y se nos dotó de alma, espíritu y pensamiento, lo que nos convierte en la gran creación divina y perfecta para transitar, basados en los principios y valores morales limpios y transparentes, "el viaje" al que ahora, aquí, le llamamos vida.
Únicos e irrepetibles de entre todos los demás, cada ser humano, desde su nacencia, desarrolla sus propias y particulares características provistas en el gen que le van dando forma al ser material que, dotado del alma, el espíritu y el pensamiento, se desarrolla conforme a su crecimiento en el tránsito de este viaje, muy en consonancia con la formación que recibe y la destreza de sus propias habilidades.
La inocencia en la infancia, la primera etapa de este viaje, nos da la certeza de no saber ni preocuparnos de lo que nos trae en su morral, el mundo, el destino o la suerte. La hermosa fantasía en la imaginación de un niño, que viste de amor sus iniciales pensamientos y sentimientos, no da lugar a la preocupación por el futuro.
Mientras haya el sustento espiritual del ser humano para esa etapa de inocencia, es decir, mientras haya amor en su formación, lo demás, para el pequeño, viene siendo lo de menos. Pero en el devenir del tiempo, y de la mano al crecimiento, cada uno, conforme a los valores formativos en combinación con la vocación que surge de lo que uno lleva dentro, va fraguando su propio destino en el tránsito de un camino, la gran mayoría de las veces incierto. Y es que "uno no es lo que quiere, sino lo que lo dejan ser", dice la frase que da la justificación profesional en un país como el nuestro al médico que conduce un taxi, al contador que atiende un puesto de tacos o al recién egresado que no encuentra la vía para el desarrollo de su título. Ni qué decir de aquellos que no concluyeron sus estudios.
Pero esto es en el campo material; en el emocional, el que emana del alma, el espíritu y el pensamiento, los ideales normalmente van enfocados en la búsqueda de la felicidad plena a través de la unión del amor verdadero en matrimonio, que, gracias a la modernidad de nuestros días, hoy se encuentra devaluado a tal grado que estos valores pueden ser sustituidos, en algunos sitios, hasta legalmente, por personas del mismo género.
Lo cierto es que, en el día a día, en la hoguera de las vanidades de la que comercial e ingenuamente hemos sido víctimas directas o indirectas, nos hemos olvidado de la perfección y la pureza con las que, a imagen y semejanza, hemos sido dotados por Dios, dándole un valor erróneo a los inventos hermosamente diseñados para la comodidad material.
Pronto celebraremos el nacimiento de Jesucristo, aquel que dio su vida por nosotros en la perfección del amor, para la salvación de nuestras almas y no para solapar la imperfección de los hombres a través de las malas influencias e insanas costumbres.
Por ello, estimado lector, lo invito a que, esta próxima Navidad, más allá de la alegría que significa sentarse en la mesa de una temporal unión con la familia y los seres queridos, observe con los ojos del alma a su alrededor, viaje imaginariamente al fondo de cada una de las personas que le rodean y dése cuenta de que, a pesar de la imperfección de las costumbres, en ellos y en usted habita el amor auténtico y verdadero, ese que trasciende más allá de las fronteras de la vida, ese que es la perfección divina, ese que hace que el tránsito por este mundo se convierta en un placentero viaje de amor, de paz, de bondad y felicidad. Y en usted, estimado lector, está tomar ese maravilloso destino.
Mis mejores y más bellos deseos para el resto de su viaje, para usted y su apreciable familia, en la espera de que el amor y la bondad reine en su corazón y en el de sus seres queridos por siempre. Me despido pidiéndole que medite lo que le platico, esperando que el de hoy sea un hermoso día. Por favor, cuídese, ame a los suyos y cuide a su familia. Me quedo, como todas las semanas, honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco con sus palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos aquí el próximo lunes.