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Opinión

Confesión íntima para el debate público sobre las corridas de toros

Recuerdos de una vida olvidable

Las circunstancias presentes son la llave del cajón de los recuerdos.
De ahí sale el siguiente texto, vigente debido al tema que aborda y quizá comprometedor por mostrar uno de los componentes de la personalidad del desordenador de letras que firma esta colaboración:

Lo sé: soy salvaje, irracional, perverso e indigno de vivir.

Así me etiqueta una corriente de no pensamiento, de nuevos inquisidores que en su pretendida “modernidad” regresan al oscurantismo.

Sí, debo admitirlo: soy de esa clase de seres motivo de escarnio público, condenados a la agresión de la sinrazón en juicio sumario, a cargo de masas que rinden culto a dogmas, modas e intentos de transculturación, comen carne cerrando los ojos y aman a los animales odiando al prójimo.

Sí, lo digo so pena de “lapidación” con bytes: soy taurino, no me avergüenzo y abro aquí mi clóset de par en par.

Asumo las consecuencias de mi libertad, acepto la herencia de mis ancestros, respeto a quienes disienten de mi pasión, admito el debate como herramienta para acercarse a la verdad y me sumo al combate a la intolerancia en todos los órdenes de la vida.

Rechazo el dogma o la pereza mental, pretendo contribuir a la reducción de la ignorancia, detesto la hipocresía de quien juzga distinto un mismo pecado dependiendo de su realización en público o privado, lamento ceder hasta la cultura nacional para ser juzgada por los dueños del mundo, defiendo la tolerancia como valor esencial para la armonía social, creo más en el sentir que en el ver y necesito la oposición, no la imposición de ideas.

He llorado al observar emocionado la obediencia del toro a las órdenes de la naturaleza, cuando lo he visto embestir una y otra vez por derecho, sin reparar en nada más que en hacer lo que su sangre le ordena, fusionando de manera única la fiereza labrada en su trayecto milenario, la cadencia dada por su moderna selección y la excelsa nobleza de su acometida que en cualquier tiempo lo hace ejemplo de vida.

He temblado también de pavor y emoción al sentir junto a mí su bravura desbordada en sus bufidos que hacen volar hasta el alma, fiereza y nobleza expresadas en ojos de guerrero, de mirada tan profunda que atraviesa la piel para desafiar el corazón.

Y he atestiguado cómo en momentos de mutua entrega, lidiador y astado abandonan el mundo de los sentidos para ingresar al de lo atávico, al del imperio de las esencias dictadas por la historia integrada en la sangre o al de la inexplicable divinidad que ordena a cada ser lo que debe realizar.

El torero acata el mandamiento de retar la eternidad por un instante del más íntimo goce, como es aquel en el cual el ser humano triunfa sobre sí mismo cuando se olvida del cuerpo y entrega con pasión al sentimiento, mientras el toro obedece la instrucción de embestir a la tela guiado por el supremo impulso con el que nace, similar al que impulsa a un hombre para acometer unos labios.

Sí, amo a la tauromaquia y venero su ritual que simboliza la vida; es decir, el suspiro de final impredecible que deja de ser absurdo por la decisión de abandonar lo material y desbordar sentires, haciendo frente a lo desconocido envuelto en pelo negro y aceptando su invitación al Purgatorio o al Infierno, pues el Cielo ya lo conoce quien es capaz de enredar en un pase natural bravura y nobleza a su miedo domeñado.

Amada Xóchitl: tu playera en la que leí “Los animales están aquí con nosotros, no para nosotros”, es evidencia de tu honesto antitaurinismo, tanto como de tu riguroso y congruente veganismo. Haber donado tu sangre a un torero tras gravísima cornada, sin considerar algo más que era un semejante con ideas distintas, es ejemplo de cómo mejorar el mundo de todos.

Amada Nayelli: tu recuerdo en una manifestación sosteniendo una pancarta en defensa de los animales, con la misma fortaleza que llevas tu veganismo que censura por igual la muerte del ganado a la vista en las plazas de toros y la obscura y muchas veces más cruel en los rastros, me lleva a respetar también enormemente tu causa y escuchar tus argumentos científicos que sacuden mi afición.

Cuando las personas confrontan diferencias para encontrar coincidencias y suman sus verdades para acercarse a “La Verdad”, la inteligencia que da lugar a los acuerdos, necesariamente, sustituye a las etiquetas.

Y eso trae paz y avance para todos.

Sí, soy taurino.

riverayasociados@hotmail.com

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