1. Allá por 1992, cuando se celebraba el quinto centenario del así llamado “descubrimiento” de América —yo preferí nombrarlo el encuentro de dos culturas—, escribí que en torno a ese evento había cuatro posibles interpretaciones: la pesimista, la optimista, la futurista y la totalizante. La primera sostenía que los conquistadores no solo arrasaron con millones de personas, sino que sembraron semillas de enfermedad y muerte. La misma evangelización realizada por los ibéricos se consideraba como parte de un proyecto imperial cristiano.
2. La optimista, por el contrario, enfatizaba la labor de tantos misioneros que reconocieron y defendieron la dignidad del indígena latinoamericano, dotándonos de una riqueza cultural y religiosa que pervive hasta nuestros tiempos. Había que agradecer, entonces, el legado cristiano que nos transmitieron. La futurista invitaba a mirar menos hacia el pasado y más a lo que se veía venir hace ya más de 30 años: buscaba una reflexión prospectiva y no retrospectiva, con miras a construir una adecuada relación, comercial y cultural, entre los dos continentes.
3. Yo aposté por la visión totalizante —hoy diríamos de manera elegante “holística”—, sin atender solo a un elemento de la gesta conquistadora que, siendo real, no podía ser absoluto. Aceptando las atrocidades cometidas, habría que rechazar también lo que llamé el “purismo culturalista”, que rechaza cualquier contacto con otras visiones del mundo. Además, el reconocimiento de las luces y sombras que nos arrojó este encuentro nos permitiría fortalecer las primeras y disipar las segundas, para construir una relación digna y dialogante con el Viejo Continente.
4. Pues bien. Parece que los gobiernos de México y España asumieron la visión pesimista, el primero, y la optimista, el segundo. Tanto el presidente azteca anterior como la actual han exigido disculpas de la corona española por lo sucedido hace ya más de cinco siglos. Al ser negadas, estas optaron por no invitar al rey a la investidura de la primera presidenta mexicana. En respuesta, Madrid decidió no enviar a funcionario alguno al evento y consideró inaceptable su exclusión. Es fecha que allá y acá se sienten ofendidos.
5. Ambas partes, pues, se mantienen en su postura: México solo ve las atrocidades sufridas, que no se pueden soslayar, y España insiste en las bondades aportadas, que tampoco son para negarse. Creo que estamos ante una notoria ausencia de esfuerzos diplomáticos por destrabar esta crisis. De este lado del Atlántico, en lo que parece un berrinche generado en el sexenio anterior, se abraza un revisionismo histórico y demagógico que busca congraciarse con los pueblos originarios. En la otra orilla, la realeza exhibe su soberbia y prepotencia, su esencia conquistadora.
6. Yo también me mantengo en mi visión totalizante y me opongo a la extendida actitud que pretende mantener intocables los valores y tradiciones de nuestras razas mexicanas. Critico las masacres de pueblos enteros, la transmisión de enfermedades inexistentes en estos lares y el robo de tantas materias primas que fueron a embellecer los palacios europeos. Pero también reconozco el gran esfuerzo de personajes como Bartolomé de las Casas y Vasco de Quiroga, que no solo transmitieron el evangelio, sino que defendieron con su misma vida la dignidad de los naturales.
7. Cierre icónico. Y si entre los gobiernos mexicano y español se profundizan las diferencias, entre nosotros las autoridades locales no se quieren quedar atrás. Pasan los meses, ya los años, y los desacuerdos, los desplantes groseros, entre el poder ejecutivo y el legislativo —el judicial está en agonía, como a nivel nacional— abundan en la agenda cotidiana. Mientras tanto, el transporte y la inseguridad dificultan la vida laboral, educativa y familiar de una ciudadanía que puso a estos funcionarios en sus posiciones y que esperaría de ellos soluciones, no pleitos.