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Opinión

CEOs advierten que ya hay recesión, pero Wall Street mira una oportunidad de largo plazo

Inteligencia Financiera Global

Tras una pronunciada corrección bursátil que ha borrado un 20% del valor de mercado en apenas tres jornadas, una narrativa empezó a consolidarse entre los líderes financieros más influyentes del mundo corporativo: la economía estadounidense ya ingresó en territorio recesivo. 

Así lo afirmó el CEO de BlackRock, Larry Fink, quien en una entrevista reciente advirtió que “la mayoría de los CEOs con los que hablo dicen que ya estamos en recesión” y que “el canario está enfermo”, en referencia al clásico indicador simbólico de peligro inminente.

El diagnóstico no proviene de una visión apocalíptica aislada, sino de una lectura empírica del deterioro progresivo de variables macroeconómicas clave, combinada con el impacto inmediato de las recientes políticas arancelarias adoptadas por la administración Trump. Si bien los mercados descuentan con volatilidad la nueva realidad geoeconómica —con una elevada exposición del 62% de los estadounidenses a los activos bursátiles—, lo cierto es que el consenso corporativo comienza a aceptar que la desaceleración no es un riesgo latente, sino un hecho consumado.

Fink advirtió que no descarta una caída adicional del 20% en los mercados, lo cual implicaría una depuración de proporciones sistémicas. De forma paralela, cuestionó la narrativa de una Reserva Federal cercana a flexibilizar su política monetaria, señalando que no solo son improbables los recortes de tasas en el corto plazo, sino que incluso podría haber espacio para un nuevo ciclo alcista, en un contexto donde la inflación se mantiene resiliente, el déficit fiscal se amplía y las disrupciones geopolíticas —particularmente la guerra comercial con China— introducen presiones adicionales sobre los precios domésticos.

Desde otra de las cúpulas financieras de Wall Street, el CEO de JPMorgan Chase, Jamie Dimon, publicó su ya tradicional carta anual a los accionistas, un documento que en esta edición adquiere un tono particularmente crítico. Dimon instó a una resolución urgente del conflicto arancelario, advirtiendo sobre una posible “fragmentación desastrosa” de las alianzas económicas tradicionales de Estados Unidos, cuyos efectos acumulativos podrían ser “difíciles de revertir”.

Según Dimon, los efectos inflacionarios no solo afectarán los bienes importados, sino que también se trasladarán a los precios domésticos debido al aumento de costos de insumos y la presión sobre la demanda interna. Aunque reconoce ciertos fundamentos detrás de la ofensiva arancelaria —en especial, la necesidad de frenar el “dopaje de deuda” que ha impulsado artificialmente el crecimiento estadounidense en la última década—, también se muestra escéptico respecto de la capacidad política de sostener una estrategia tan disruptiva.

En términos estructurales, Dimon aprovechó su carta para reforzar la necesidad de retener capital y liquidez adicionales ante la magnitud de los riesgos globales. En sus palabras, el techo de deuda estadounidense constituye un “arma de destrucción masiva” que amenaza con paralizar la economía si continúa siendo utilizada como ficha de negociación política. Asimismo, lanzó críticas al exceso de burocracia, la complacencia y la falta de eficiencia interna que —según él— corroen el tejido empresarial desde dentro.

Ambos gurús coinciden en que la debilidad económica antecede incluso a la implementación de los nuevos aranceles y apuntan a factores como el elevado gasto fiscal, la necesidad urgente de inversión en infraestructura y la redefinición de las cadenas globales de suministro como fuentes adicionales de incertidumbre. El nuevo orden comercial, aún en formación, exige respuestas contundentes tanto desde el sector público como desde el privado.

Pese al pesimismo coyuntural, Fink ve una oportunidad de largo plazo en medio del caos: “Es un buen momento para comprar… pensando en el largo plazo”. Esta visión se sustenta en la hipótesis de que, una vez se disipen los choques iniciales, el mercado encontrará un nuevo equilibrio más saludable y menos dependiente del apalancamiento excesivo.

El panorama que pintan Fink y Dimon es el de una economía global en fase de reconversión forzada, en la que Estados Unidos se ve obligado a redefinir su rol hegemónico en un contexto de alianzas frágiles, guerras arancelarias y desafíos fiscales persistentes. Si el “canario está enfermo”, como sugiere Fink, es porque los sensores de riesgo ya han comenzado a emitir señales de alarma.

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