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Opinión

Siguiendo al Papa. Del 27 de septiembre al 3 de octubre

Siguiendo al Papa

El Papa Francisco: El Sínodo, en cierto sentido nos pide ser “grandes” ― de mente, de corazón, de mirada ―, porque las cuestiones a tratar son “grandes” y delicadas, y los escenarios en que se sitúan son amplios, universales. Precisamente por eso, no podemos permitirnos apartar la mirada del niño, a quien Jesús sigue colocando en el centro de nuestras mesas de trabajo, para recordarnos que la única manera de estar “a la altura” de la tarea, es abajándonos, haciéndonos pequeños y acogiéndonos recíprocamente, con humildad.

HOMILIA APERTURA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS. Celebramos la memorialitúrgica de los santos ángeles custodios, y retomamos la sesión plenaria del Sínodo de los Obispos. En escucha de lo que nos sugiere la palabra de Dios, como punto de partida para nuestra reflexión tomar tres imágenes: la voz, el refugio y el niño. 

Primero, la voz. En el camino hacia la Tierra prometida, Dios aconseja al pueblo que escuche la “voz del ángel” que él ha enviado (cf. Ex 23,20-22). 

Es una imagen que nos toca de cerca, porque el Sínodo es también un viaje en el que el Señor pone en nuestras manos la historia, los sueños y las esperanzas de un gran pueblo de hermanas y hermanos esparcidos por el mundo. 

Pero, ¿cómo podemos, nosotros, ponernos a la escucha de la “voz del ángel”? Un camino es ciertamente el de acercarse con respeto y atención, en la oración y a la luz de la Palabra de Dios, a todas las aportaciones recopiladas a lo largo de estos tres años de trabajo, de mutuo intercambio, de debates y de paciente esfuerzo de purificación de la mente y del corazón. Se trata, con la ayuda del espíritu santo, de escuchar y comprender las voces, es decir, las ideas, las expectativas, las propuestas, para discernir juntos la voz de Dios que habla a la Iglesia.… Para que esto suceda hay una condición: que nos liberemos de lo que, en nosotros y entre nosotros, puede impedir a la “caridad del espíritu” crear armonía en la diversidad. 

En concreto, cuidemos de no convertir nuestras aportaciones en puntos quedefender o agendas que imponer, sino ofrezcámoslas como dones para compartir,dispuestos incluso a sacrificar lo que es particular, si ello puede servir para hacer surgir, juntos, algo nuevo según el plan de Dios.… Las soluciones a los problemas que se nos plantean no las tenemos nosotros, sino él (cf. Jn 14,6); Escuchemos,pues, la voz de Dios y de su ángel, si de verdad queremos continuar nuestro camino con seguridad, más allá de los límites y las dificultades (cf. Sal 23,4).

Esto nos lleva a la segunda imagen, el refugio. Su símbolo son las alas queprotegen: « hallarás un refugio bajo sus alas » (Sal 91,4). 

Las alas son instrumentos poderosos, capaces de levantar un cuerpo del suelo con sus vigorosos movimientos. Pero, aún siendo tan fuertes, también pueden plegarse y estrecharse, convirtiéndose en escudo y nido acogedor para las crías, necesitadas de calor y protección. 

Esta imagen es un símbolo de lo que Dios hace por nosotros, pero también un modelo a seguir, especialmente en este tiempo de asamblea… El corazón abierto, el corazón en diálogo. Un corazón cerrado en sus convicciones no es propio del Espíritu del Señor... La Iglesia es por su misma vocación lugar de acogida y encuentro, donde « la caridad colegial exige una perfecta armonía, de la que deriva su fuerza moral, su belleza espiritual, su ejemplaridad».

La armonía que sólo puede generar el Espíritu Santo... Y así llegamos a la terceraimagen, la del niño. Es Jesús mismo, en el Evangelio, quien “lo pone en medio” de los discípulos, se lo muestra, invitándolos a convertirse y a hacerse pequeños como él. Le habían preguntado quién era el más grande en el reino de los cielos; él responde animándolos a hacerse pequeños como un niño. Pero no sólo eso; añade también que quien recibe a un niño en su nombre, lo recibe a él mismo (cf. Mt 18,1-5).

Esta paradoja es fundamental para nosotros. El Sínodo, dada su importancia, encierto sentido nos pide ser “grandes” ― de mente, de corazón, de mirada ―,porque las cuestiones a tratar son “grandes” y delicadas, y los escenarios en que se sitúan son amplios, universales. Pero precisamente por eso, no podemos permitirnos apartar la mirada del niño, a quien Jesús sigue colocando en el centro de nuestras reuniones y mesas de trabajo, para recordarnos que la única manera de estar “a la altura” de la tarea que se nos ha confiado es abajándonos,haciéndonos pequeños y acogiéndonos recíprocamente, con humildad, como tales.

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