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Opinión

Siguiendo al Papa. Del 25 al 31 de octubre del 2024

Siguiendo al Papa

El Papa Francisco: ¡He aquí un hermoso objetivo para el año jubilar! Quitarnos las cenizas de la costumbre y del desenganche, para convertirnos, como los portadores de la antorcha en las Olimpiadas, en portadores de la llama del Espíritu. 

Del 25 al 31 de octubre del 2024 

AUDIENCIA GENERAL. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! La acción santificadora del Espíritu Santo nos llega ante todo a través de dos canales: la Palabra de Dios y los Sacramentos. 

Y entre todos los Sacramentos, hay uno que es, por antonomasia, el Sacramento del Espíritu Santo, y es en el que quisiera detenerme hoy. Se trata de la Crismación o de la Confirmación. 

En el Nuevo Testamento, además del bautismo con agua, se menciona otro rito, el de la imposición de manos, que tiene como objetivo comunicar visiblemente y de manera carismática el Espíritu Santo, con efectos similares a los producidos en los Apóstoles en Pentecostés. 

Los Hechos de los Apóstoles relatan un episodio significativo a este respecto. Tras saber que algunos en Samaria habían acogido la palabra de Dios, desde Jerusalén enviaron a Pedro y Juan. «Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo» (8:14-17). 

A esto se añade lo que escribe San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios: «Es Dios mismo quien nos conforta juntamente con ustedes en Cristo y el, y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones» (1.21-22). Las "arras" del Espíritu. 

Con el pasar del tiempo, el rito de la unción tomó forma como un sacramento por derecho propio, asumiendo diferentes formas y contenidos en las diversas épocas y ritos de la Iglesia. 

Lo que el sacramento de la Confirmación es en la comprensión de la Iglesia, está descrito, por el Catecismo para los Adultos de la Conferencia Episcopal Italiana. Dice así: «La Confirmación es para cada fiel lo que Pentecostés fue para toda la Iglesia. [...] Refuerza la incorporación bautismal a Cristo y a la Iglesia y, la consagración a la misión profética, real y sacerdotal. 

Comunica la abundancia de los dones del Espíritu [...]. Si, por tanto, el bautismo es el sacramento del nacimiento, la confirmación es el sacramento del crecimiento. 

Por eso es también el sacramento del testimonio, porque éste está estrechamente ligado a la madurez de la existencia cristiana. El problema es cómo conseguir que el sacramento de la confirmación no se reduzca, en la práctica, a una «extremaunción», es decir, al sacramento de la «salida» de la Iglesia. 

Se dice que es el “sacramento del adiós”, porque una vez que los jóvenes lo realizan se van, y luego volverán para casarse. 

Eso dice la gente. Pero debemos hacer que se convierta en el sacramento del inicio de una participación activa en la vida de la Iglesia. Es un objetivo que puede parecernos imposible, pero eso no significa que debamos dejar de perseguirlo. 

Puede ser útil, con este fin, dejarse ayudar, en la preparación al Sacramento, por fieles laicos que hayan tenido un encuentro personal con Cristo y hayan tenido una verdadera experiencia del Espíritu. 

Pero esto no sólo afecta a los futuros confirmandos; nos afecta a todos y en todo momento. Junto con  la confirmación y la unción, hemos recibido también, nos asegura el Apóstol,la «prenda del Espíritu», que en otro lugar llama «las primicias del Espíritu»(Rom 8,23). Debemos «gastar» esta garantía, disfrutar de estas primicias, no enterrar bajo tierra los carismas y talentos recibidos.

San Pablo exhortó a su discípulo Timoteo a «reavivar el don de Dios, recibido por la imposición de manos» (2 Tm 1,6), y el verbo utilizado sugiere la imagen de quien sopla sobre el fuego para reavivar su llama. 

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