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Opinión

Siguiendo al papa Francisco

Siguiendo al Papa

El Papa Francisco: La Santísima Virgen es aquella que nos precede en el camino, recordándonos a todos que también nuestra vida es un viaje, un viaje continuo hacia el horizonte del encuentro definitivo con el Señor.

Del 9 al 15 de agosto del 2024 

ANGELUS. La solemnidad de la asunción de la Virgen María y, en el evangelio de la liturgia, contemplamos a la joven doncella de Nazaret que, al recibir el anuncio del Ángel, se pone en camino para visitar a su prima. 

Es hermosa esta expresión del evangelio: «se puso en camino» (Lc 1,39). Significa que María no considera un privilegio la noticia recibida del Ángel, sino que, por el contrario, deja su casa y se pone en camino, con la prisa de quien desea anunciar a los demás esa alegría y con el afán de ponerse al servicio de su prima. 

Este primer viaje, en realidad, es una metáfora de toda su vida, porque a partir de ese momento, María estará siempre en camino: siempre estará en el camino siguiendo a Jesús, como discípula del reino. Y, al final, su peregrinación terrena termina con su asunción al Cielo, donde, junto a su Hijo, goza para siempre de la alegría de la vida eterna.

Hermanos y hermanas, no debemos imaginar a María «como una inmóvil estatua de cera», sino que en ella podemos ver a una «hermana... con las sandalias gastadas... y con tanto cansancio» (C. CARRETTO, Beata te che hai creduto, Roma 1983, p. 13), por haber caminado tras el Señor y al encuentro de sus hermanos y hermanas, concluyendo su viaje en la gloria del Cielo. 

De este modo, la santísima virgen es aquella que nos precede en el camino, recordándonos a todos que también nuestra vida es un viaje, un viaje continuo hacia el horizonte del encuentro definitivo. 

Pidamos a la Virgen que nos ayude en este camino hacia el encuentro con el Señor.

AUDIENCIA GENERAL. El tema de hoy es el Espíritu Santo en la encarnación del verbo. En el evangelio de Lucas leemos: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» -oh María- «la fuerza del altísimo te cubrirá con su sombra» (1,35). 
El evangelista Mateo confirma este dato fundamental diciendo que María «se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (1,18).

La Iglesia ha recogido este dato revelado y pronto lo colocó en el corazón de su Símbolo de fe. En el Concilio Ecuménico de Constantinopla, del 381 –el que definió la divinidad del Espíritu Santo–, tal artículo entró en la fórmula del Credo.Se trata, por lo tanto, de un dato de fe ecuménico, porque todos los cristianos profesan juntos ese mismo símbolo de fe. 

La piedad católica, desde tiempos inmemoriales, ha derivado de ello una de sus oraciones diarias, el Ángelus. Este artículo de fe es el fundamento que permite hablar de María como de la esposa por excelencia, que es figura de la Iglesia. 

En efecto, Jesús –escribe San León Magno– «así como nació por obra del Espíritu Santo de una madre virgen, así hace fecunda a la Iglesia, su esposa inmaculada, con el soplo vital del mismo Espíritu» Concluimos con una reflexión práctica para nuestra vida, sugerida por la insistencia de la escritura en los verbos “concebir” y “parir”. 

En la profecía de Isaías escuchamos: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo» (7,14); y el Ángel dice a María: «Concebirás un hijo, y lo darás a luz» (Lc 1,31). 

María primero concibió, luego dio a luz a Jesús: primero lo acogió en su interior, en el corazón y en la carne, luego lo dio a luz. Así sucede con la Iglesia: primero acoge la Palabra de Dios, deja que “hable a su corazón” (cf. Os 2,16) y le “llene las entrañas” (cf. Ez 3,3), según dos expresiones bíblicas, para luego darla a luz con la vida y la predicación. 

La segunda operación es estéril sin la primera. También a la Iglesia, frente a tareas superiores a sus fuerzas, le surge espontáneamente la misma pregunta:. ¿Cómo es posible anunciar a Jesucristo y su salvación a un mundo que parece buscar solo el bienestar? También la respuesta es la misma que entonces: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo [...]».

Lo que se dice de la Iglesia en general, vale también para nosotros, para cada bautizado. Cada uno de nosotros se encuentra a veces, en la vida, en situaciones superiores a sus fuerzas y se pregunta: “¿Cómo puedo afrontar esta situación?”. Ayuda, en estos casos, repetirse a uno mismo lo que el ángel dijo a la Virgen: «Nada es imposible para Dios» (Lc 1,37).

Hermanos y hermanas, retomemos nuestro camino con esta reconfortante certeza en el corazón: “Nada es imposible para Dios”. Y si nosotros creemos esto, haremos milagros. Nada es imposible para Dios.

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