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Opinión

'Donde se pueda platicar…'

Siete puntos

    1. Me acaba de llamar un amigo italiano que vivió en Monterrey hace algunos años. Pasará por nuestra ciudad en tránsito hacia los EUA, proveniente de Costa Rica, donde ahora reside, y le sugerí vernos para comer. Imaginé que, de seguro, no preferiría platillos de su país, sino mexicanos. Lo conozco bien, y su abultado abdomen refleja un gusto refinado por los alimentos, rozando en lo sibarita. Temeroso de que optara por un sitio gourmet, pues yo invitaba, me sorprendió con su respuesta: “en dónde tú decidas, nada más que se pueda platicar”.
       
    2. Sin ponernos de acuerdo, yo pienso lo mismo, y acabo de vivir la experiencia contraria. Estuve en CDMX el fin de semana pasado. Una noche fui a cenar con unos amigos a un restaurante, de esos que conforman una cadena nacional, y nos ubicaron junto a un pianista, que entonaba canciones de Luis Miguel con una enjundia merecedora de mejores causas. Obvio. No nos dejó platicar a gusto. Al día siguiente, comimos en una fonda, sucursal de conocida cafetería veracruzana. Unas damas, ataviadas con vestidos regionales -supongo-, zapateaban
       
    3. … con tal brío que retemblaba no solo el suelo sino también las mesas, al son de una ruidosa marimba. A gritos tuvimos que llamar a la mesera para que nos tomara la orden; a señas sobre la carta le indicamos los platillos que queríamos degustar. Tampoco pudimos conversar. El último día de nuestra estancia capitalina nos recomendaron un establecimiento, cuya oferta gastronómica serviría para reparar fuerzas -habíamos participado en el maratón-. Además queríamos compartir nuestras experiencias en el recorrido. No fue posible. Una sonora estudiantina lo impidió. 
       
       4. Ahora que venga mi amigo tendré que investigar no sólo el menú de alguna atractiva taberna, sino garantizar que no ofrezca música de fondo convertida en impedimento de forma. Es decir, un lugar en donde además de comer se pueda platicar. ¿Estamos ante un problema generacional, pues mi comensal y yo superamos los 70 abriles? Es muy probable. Sé que los jóvenes prefieren un antro estridente para sus reuniones y no la serenidad de un recinto en donde solo los sonidos de las propias palabras, y no los que brotan de inmensas bocinas, inundan la atmósfera. 

       5. Sin embargo, creo que una buena comida no consiste sólo en saborear viandas suculentas o bebidas exquisitas, sino en disfrutar de agradables conversaciones, en las que se favorezca el uso de nuestra razón y no nuestras ansias de tener siempre la razón. Encuentros en donde la lengua paladea manjares y brebajes, pero también genera palabras y lanza reflexiones, modelando el aire y el mundo, la vida, produciendo imágenes que se intercambian con firmeza pero también con delicadeza, con un interlocutor igualmente parlante y compañero de platos y copas. 
       
       6. Pero creo que estoy ante una batalla perdida. Quien ejecuta un instrumento en un banquete, desea absoluta atención, y por ello aumenta el volumen de su interpretación. No obstante, sigo sosteniendo que hay momentos -un concierto- y sitios -un teatro- para escuchar música, y en los que ella se erija en la protagonista de la velada. Pero también los hay para que se convierta en un agradable complemento -la palabra no les gustará a los intérpretes de profesión-, y ayude a meditar, a orar, a estudiar, a correr, a amar… y como lo pide mi amigo, a platicar. 

       7. Cierre icónico. “¡Qué decepción!”. Así se expresó un feligrés, que no encuentra a su hijo desde hace años, y participante asiduo en las misas que celebro para pedir por el regreso de los no encontrados y secuestrados. Anteayer se confirmó su decepción: en la última reunión con el todavía presidente, los padres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos afirmaron que terminamos mal. Después de casi seis años, no se quiso investigar el involucramiento del poder militar. ¿Qué sentirá este papá al escuchar el festivo sexto informe presidencial, el próximo domingo? Decepción.

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