Opinión

Sí, somos creyentes porque el mismo «amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado y es anticipo de nuestra herencia» como pro vocación a vivir siempre orientados hacia los bienes eternos

Sección Editorial

  • Por: Anam Cara
  • 05 Julio 2024, 13:27

El Papa Francisco: Sí, somos creyentes porque el mismo «amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado y es anticipo de nuestra herencia» como pro vocación a vivir siempre orientados hacia los bienes eternos.
 
Del 28 de junio al 5 de Julio del 2024
 
LA JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR EL CUIDADO DE LA CREACIÓN Queridos hermanos y hermanas: “Espera y actúa con la creación” es el tema de la Jornada de oración por el cuidado de la creación, que se celebrará el próximo 1 de septiembre.

Hace referencia a la Carta de San Pablo a los romanos 8, 19-25, donde el apóstol aclara lo que significa vivir según el Espíritu y se concentra en la esperanza cierta de la salvación por medio de la fe, que es la vida nueva en Cristo.

Partamos entonces de una pregunta sencilla, pero que podría no tener una respuesta obvia, cuando somos verdaderamente creyentes, ¿cómo es que tenemos fe?

No es tanto porque “nosotros creemos” en algo trascendente que nuestra razón no logra entender, el misterio inalcanzable de un Dios distante y lejano, invisible e innombrable. 

Más bien, diría San Pablo, es porque habita en nosotros el Espíritu Santo.
Sí, somos creyentes porque el mismo «amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,5).

Por eso el Espíritu es ahora, realmente, «el anticipo de nuestra herencia» (Ef1,14), como pro vocación a vivir siempre orientados hacia los bienes eternos, según la plenitud de la humanidad hermosa y buena de Jesús.

El Espíritu hace a los creyentes creativos, pro activos en la caridad.

Los introduce en un gran camino de libertad espiritual, no exento, sin embargo, de la lucha entre la lógica del mundo y la lógica del Espíritu, que tienen frutoscontra puestos entre ellos (cf. Ga 5,16-17).

Lo sabemos, el primer fruto del Espíritu, compendio de todos los otros, es el amor. 

Conducidos, entonces, por el Espíritu Santo, los creyentes son hijos de Dios y pueden dirigirse a él llamándolo «¡Abba!, es decir, ¡Padre!» (Rm 8,15), precisamente como Jesús, con la libertad del que ya no cae más en el miedo a la muerte, porque Jesús resucitó de entre los muertos.

He aquí la gran esperanza: el amor de Dios ha vencido, vence y seguirá venciendo siempre. A pesar de la perspectiva de la muerte física, para el hombrenuevo que vive en el Espíritu el destino de gloria es ya seguro.

Esta esperanza no defrauda, como nos recuerda también la Bula de convocación del próximo Jubileo. La existencia del cristiano es vida de fe, diligente en lacaridad y desbordante de esperanza, en la espera de la llegada del Señor en sugloria.

La “demora” de la parusía, de su segunda venida, no es un problema; la cuestión es otra: «cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (Lc 18,8).

Sí, la fe es un don, un fruto de la presencia del Espíritu en nosotros, pero es también una tarea, que debe realizarse en la libertad, en la obediencia al mandamiento del amor de Jesús.

Esa es la feliz esperanza que hemos de testimoniar; ¿dónde?,¿cuándo?, ¿cómo? En los dramas de la carne humana que sufre. 

Si bien se sueña, ahora es necesario soñar con los ojos abiertos, animados por visiones de amor, de fraternidad, de amistad y de justicia para todos.

La salvación cristiana entra en la profundidad del dolor del mundo, que no sólo afecta a los seres humanos, sino a todo el universo; a la naturaleza misma, oikos del hombre, su ambiente vital; comprende la creación como “paraíso terrenal”, la madre tierra, que debería ser lugar de alegría y promesa de felicidad para todos. 

El optimismo cristiano se fundamenta en una esperanza viva; sabe que todo tiende a la gloria de Dios, a la consumación final en su paz, a la resurrección corporal en la justicia, “de gloria en gloria”.

En el transcurrir del tiempo, sin embargo, compartimos dolor y sufrimiento: la creación entera gime (cf. Rm 8,19-22), los cristianos gimen (cf. vv.23-25) y gime el propio Espíritu (cf. vv. 26-27).

El gemir manifiesta inquietud y sufrimiento, con anhelo y deseo. El gemidoexpresa confianza en Dios y abandono a su compañía afectuosa y exigente, convistas a la realización de su designio, que es alegría, amor y paz en el EspírituSanto.

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