1. Me platican que un párroco, muy patriota, convocó a su comunidad para “dar el grito”, el domingo pasado. Con su círculo de colaboradores más cercano organizó, con tiempo, la velada: cena con antojitos mexicanos, lotería, bailables típicos y atuendos folclóricos de todos los participantes y, con la quema de la pólvora como preámbulo del culmen nocturno. El señor cura, ondeando el lábaro patrio, gritaría las consignas propias de la histórica noche, sin faltar el obligado repiqueteo de campanas. Ni la copiosa lluvia disminuyó el entusiasmo de la feligresía.
2. Y comenzó con las clásicas: “¡Vivan los héroes que nos dieron patria!”, y la respuesta coral: “¡Vivan!”. “¡Vida Hidalgo!”, lo mismo. “Viva Morelos!”, idem. “¡Viva el Papa Francisco!”, menos aplausos, pues la comunidad es muy conservadora. “¡Viva el Obispo!”, leves rechiflas, pues les acababa de cambiar al vicario parroquial, a quien sí querían. “¡Vivan don Millonetas y su esposa, desinteresados benefactores de nuestra parroquia!”. Abucheos monumentales, vuelan algunos objetos; uno de ellos golpea al tropicalizado Hidalgo, quien escapa de la turba enfurecida.
3. Lo que le falló al padrecito fue la audiencia, no así a AMLO en el zócalo el pasado 15 de septiembre. Si el clérigo hubiera gritado esas arengas ante su grupo de donadores, de seguro habría recogido vítores y alabanzas, como el presidente ¿saliente? ante la multitud agradecida. Sin embargo, la adición de “vivas”, a la que ya nos tiene acostumbrado, plantea la pregunta: ¿qué tanto se ha respetado este símbolo nacional?, como lo es el grito de independencia. No me detengo en la validez histórica de tal representación, pues es sabido que el 15 de septiembre…
4. … de 1810, día en que, oficialmente, se celebra nuestra independencia de España, no hubo tal, salvo el mencionado grito de Hidalgo en su parroquia de Dolores. Él fue fusilado en 1811, como también José María Morelos, autor de otra rebelión, en 1815. Fue hasta 1821 que nos independizamos, bajo el liderazgo de Agustín de Iturbide. Pero, no obstante estos datos duros, el “grito” se sigue celebrando el 15 de septiembre y habría que respetarlo como un símbolo nacional, y no como oportunidad para expresar deseos o disfrutar éxitos coyunturales.
5. Agradecer al millonario dadivoso o gritar que viva la cuarta transformación pueden ser gestos de otros eventos, pero no de un simbolismo que va más allá de personas o proyectos concretos. En el caso del primer mandatario, es todavía más cuestionable la utilización de la canción El Sinaloense como una muestra de ironía y falta de sensibilidad a los ciudadanos de esa entidad, que llevan ya más de una semana prácticamente sin salir de sus casas, por miedo al conflicto que se ha generado entre los seguidores del Mayo Zambada y de los Chapitos.
6. Entre el símbolo y lo simbolizado, entonces, se da una doble significación: la objetiva que, como en el caso de nuestra independencia, tiene un origen concreto, pero que sufre modificaciones a lo largo de la historia, y la subjetiva, como en los personajes mencionados, que añaden elementos propios a ese significado y que con frecuencia lo modifican al punto de casi desaparecerlo. Entre ambas, me parece, debe haber armonía y respeto para no perder de vista el origen histórico del símbolo y no agregar factores que no tienen nada que ver con él.
7. Cierre icónico. En el desfile del pasado lunes, vi en la tele cómo un niño vitoreaba al contingente castrense que desfilaba por las calles de CdMx. Una reportera le preguntó si él quería ser soldado cuando fuera grande, y respondió que sí, porque ellos nos protegen. Pues qué bueno que el infante no vive en Sinaloa. El pasado lunes, el General de División a cargo de la zona, ante la pregunta de cuándo volverá la tranquilidad a Culiacán, respondió: “cuando los grupos delincuenciales dejen de pelearse entre sí”. Así o más clara la incapacidad del Estado para proteger a su población.