1. Hacia fines de los 70, cuando todavía tocaba la guitarra y entonaba cantos latinoamericanos con más enjundia que afinación, una de las rolas que más me gustaban y que más solicitaban mis contertulios era “Gracias a la vida”, de Violeta Parra. La chilena formaba parte de ese boom folklórico, que también apoyaba el realismo mágico con escritores como García Márquez, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, etc., y de los movimientos de liberación nacional en el centro de Sudamérica. Cual sapos cancioneros animados por las arengas anti-imperalistas, la canción de la Parra nos aportaba la conjunción entre rebeldía y melancolía propias de la época.
2. Pero, cierta noche, un sacerdote, a quien consideraba sensato, me llamó la atención y me conminó a no interpretar tal canción, pues Violeta se había suicidado. Eran épocas en las que la Iglesia Católica además de condenar quitarse la vida, prohibía cualquier servicio fúnebre para el autodifunto. Pero, por fortuna, los criterios cambiaron, y su catecismo dice ahora, en el #2283: “No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado… la ocasión de un arrepentimiento salvador”.
3. El martes pasado se celebró el Día Mundial de la Prevención del Suicidio. El hecho, en sí mismo lamentable, nos ha tocado a la mayoría de nosotros, al saber que un familiar cercano, un amigo o simplemente un conocido decidió dar ese paso. En torno a ese hecho hay muchos mitos, y me parece que conviene cambiar nuestros paradigmas mentales para tratar de ayudar a su prevención. En primer lugar, y retomando el texto del Catecismo, no podemos garantizar que un suicida está condenado en automático. Dios escribe derecho en renglones torcidos.
4. Por otra parte, el quitarse la vida está asociado con frecuencia a un problema de salud mental que debe ser atendido. Muchas veces ni siquiera queremos hablar de ello, y es preciso reconocer que pasamos por esa situación o preguntar a las personas cercanas si la están experimentando. No debemos minimizar tales problemáticas. También hay frases acuñadas que precisamos redimensionar: “Quien realmente quiere suicidarse no lo comenta” o, por el lado contrario, “Las personas que hablan de quitarse la vida no lo llevan a cabo”.
5. Otras leyendas comunes que merecen un análisis, pues no siempre reflejan la realidad, son: “Si alguien quiere suicidarse no se puede hacer nada”, “Quien se suicida es porque sentía una profunda soledad”, “Después de un intento suicida no consumado, el riesgo se ha acabado”. Más bien podemos ayudar a prevenirlo detectando esos síntomas que nos hablan de una problemática no resuelta, y que algunas personas no lo saben o no lo pueden enfrentar. Así como no somos responsables de alguien que decide quitarse la vida, así tampoco podemos desentendernos de ello.
6. La tragedia que significa suicidarse refleja un problema tanto personal como social que necesita atenderse. Es preciso hablar de la salud mental, ya que a todos nos puede afectar. Es necesario manifestar que esa solución, por más que alivie una profunda depresión o una crisis momentánea, genera una dinámica de dolor que se expande en familiares y amistades y que en muchos casos nunca se detiene. Para quien acaricie el desenlace suicida, hay muchas herramientas psicológicas, familiares, educativas, religiosas, etc., que pueden ayudar a evitar esa idea. Colaboremos en su prevención.
7. Cierre icónico. El espectáculo que presenciamos el martes en la Cámara de Senadores demostró algo que niega constantemente el presidente: son los mismos, iguales a los anteriores. Chantajes con expedientes policiales, triquiñuelas legislativas, compra de voluntades, fiscalías colaboracionistas, etc. Así se actuaba en los tiempos gloriosos del PRI, y así se actúa ahora en la época estelar de Morena. Sigo pensando que no era necesario tal apresuramiento, que la reforma judicial, que es necesaria, podía perfeccionarse y discernirse. Pero había que darle ese regalo al que… ¿se va?