El dinero que destina un país a la educación ha sido motivo de discusiones largas y poco productivas ante los oídos sordos de quienes se oponen al impulso del saber entre los jóvenes.
El monto se asocia a mejores condiciones de desarrollo científico y tecnológico porque se cree que cuando se invierte más en educar, se obtienen mayores dividendos sociales, sea a través de los gobiernos o de las empresas como cabezas de sector, o por el comportamiento productivo de los habitantes de un país.
En México hay varias referencias de cómo avanzamos y frecuentemente son tomadas de organismos internacionales como el FMI, que coloca a México como el lugar 13 entre los países que más comercio tienen en el mundo.
Si de tamaño de economía se refiere, México ocupa el lugar 14, por encima de España (16), pero por debajo de Rusia (11), Corea (12) y Australia (13). Demostrando con estos números que todo es absolutamente relativo.
Si la educación debe tener asignados suficientes recursos para desarrollar un país, hay una estimación que debemos tener en cuenta. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha dicho que un país que se precie de ser competitivo, debe asignar un porcentaje del producto interno bruto (PIB) y que éste debe andar entre los 4 puntos porcentuales y los 6. ¿Esta teoría es la adecuada?
De serlo, entonces México está en deuda, porque asignó para el año 2023 un equivalente de 2.9%, muy por debajo de lo sugerido por el organismo internacional.
¿Y si lo vemos desde el ángulo del avance educativo basados en el grado académico alcanzado? Ah, pues quizá nos ilumine el camino del saber. En el “ranking” de países por su grado educativo, México ha ascendido 30 lugares desde el año 2006, ocupando el número 15 entre 146 países clasificados. Entonces vamos súper bien, ¿No crees?
Espera, podemos confundirnos aún más si introducimos más números y clasificados, pero con unas cuantas preguntas y enunciados bastará.
Desde la mitad de la primera década de este siglo, el presupuesto asignado a la educación superior creció de manera sostenida, basados en el argumento de que a mayor inversión mejores resultados. Ajá, entonces suponemos que las universidades públicas mejoraron proporcionalmente. Pues no fue así. Está de más comparar a nuestras universidades con el contexto internacional, porque llegaremos a una triste conclusión.
La realidad es que en lugar de crecer en investigación y desarrollo, las universidades crecieron en su burocracia, lo cual ocurrió porque no se tiene un plan asociado a la forma en la que se debe crecer y, a mayor presupuesto, mayores esperanzas de colocar amigos y parientes.
¿Qué tal si nos remitimos a la escena pública para ver lo sobresaliente de las universidades públicas en las noticias? Muy bien, pues tenemos que la Estafa Maestra, bautizada como tal por el uso de los membretes universitarios para impulsar la contratación directa de estudios y procuración de servicios en lugar de concursarlos. A ésta se le atribuye el desvío de dinero público hacia los favoritos del gobernante en turno. La imagen inicial era muy buena, contratemos a las universidades, dijeron. Y la ley lo permitía pero se abusó de la fórmula y el resultado fueron actos de corrupción y no desarrollo económico para la sociedad.
En el pasado cercano se ha puesto de moda denunciar por plagio a ministros, candidatos y funcionarios de alto nivel (nivel en el organigrama nada más) y la universidad no sabe cómo atajar este nivel de desprestigio. Frustrante que se denuncien presuntos ilícitos y que no tengan una sanción adecuada que impida que se repitan.
Hoy tenemos una muy alta cantidad de egresados de las universidades que ya cuentan con un título que los acredita como profesionales de una carrera y, lo que más requiere la industria que crece, es técnicos y operarios. Pero para estos puestos no hay suficiente formación en las universidades, pero tampoco en las empresas, que piden que el gobierno les resuelva la falta de candidatos para llenar sus plantillas.
La realidad nos confronta para que tomemos decisiones que resuelvan los problemas. ¿Ves que se estén tomando las adecuadas? No.
Veo que la solución no es el costo educativo, sino la astucia con la que se enfrenten esos retos. El costo de educación de una persona en su vida equivale a $148,000 pesos, lo cual está por debajo del costo de un solo semestre en el Tec o la UDEM. Ahora que, si comparamos los cursos que deben tomar los operarios y técnicos, quizá resuelva el problema con una decena de miles de pesos.
Este es el camino a explorar en el corto plazo: capacitar para el trabajo inmediato a cubrir, antes que destinar cinco años a aprender teorías que, con suerte, se implementarán alguna vez en la vida.