Al embajador Ken Salazar lo unen lazos familiares en Nuevo León. Tiene primos y sobrinos aquí. Ha caminado y comido en fondas del feo y descuidado Barrio Antiguo de Monterrey.
Ha entablado una muy buena amistad con el gobernador Samuel García, y su interlocución con inversionistas del estado ha cobrado réditos para nuestra región y para el país que representa.
Este setentón oriundo de Alamosa, Colorado, conoce bien la idiosincrasia del regiomontano. ¿Cuál es esta?
Primero, que somos gente que, en su mayoría, no cree en el libre mercado, pero tampoco en el trasnochado nacionalismo económico mexicano. Creemos en el proteccionismo si se entiende éste como regionalismo comercial. En el mejor sentido del término, los regiomontanos fuimos (ya no sé si todavía lo somos) regionalistas económicos. Todo el siglo XX nos beneficiamos del comercio con Texas.
Y nos fue a todos, tanto a los regiomontanos como a los texanos, por igual, como debe ser.
Es curioso, pero quienes sí creen en las falsas virtudes y ventajas del libre comercio son los oligarcas que sostienen al decadente partido del embajador Ken Salazar: me refiero al Partido Demócrata.
La opinión general tiende a suponer que el adalid del libre mercado fue Ronald Reagan. Nada más falso. La imposición de aranceles contra el entonces mayor rival comercial de EUA, que era Japón (en los 80, China era un pobre país comunista y paupérrimo), fue una decisión discreta pero contundente de Reagan.
Los verdaderos globalistas libremercadólatras fueron Bill Clinton y compañía. Inventaron la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 1995, para imponer los intereses de las grandes corporaciones por encima de los pueblos y países; dejaron que el mercado interno automotriz de EUA fuera adueñado por empresas orientales y europeas, y lo mismo pasó con el mercado mueblero norteamericano, entre otros. Prefirieron inventar guerras para vender armamento (¿Sabes de qué EUA haya mandado tropas a Ucrania?).
El propio estado del que es oriundo Ken Salazar, Colorado, sufre un déficit comercial grave por culpa de las importaciones masivas en aeronáutica, circuitos integrados y, sobre todo, en componentes electrónicos, cuyas importaciones han desplazado la producción local por más de $770 millones de dólares.
De ahí que Raleigh, Carolina del Norte, dejara de ser el exportador número uno de muebles y que Detroit, capital del poder automotriz norteamericano, se volviera un solar enorme de chatarras y zombis (tal como lo vaticinó RoboCop, la película de 1987). Ya se está recuperando la ciudad, por cierto.
En cierta forma, el sistema político mexicano descubrió antes que los gringos los males que acarrea el libre comercio (entre otras razones, porque en el fondo no era más que la intención de EUA de adueñarse de México sin ningún tipo de equilibrios ni balances comerciales), e inventamos para bien el “desarrollo estabilizador” que hizo crecer nuestro PIB durante varias décadas alrededor de 5-6% anual (el llamado
“Milagro Mexicano”). Quien quiera abundar en este milagro, que rece un rosario, pero que también lea las espléndidas, aunque algo áridas, memorias de don Antonio Ortiz Mena, prueba palpable de que los mejores economistas siempre han sido abogados.
¿Qué nos pasó? Que del desarrollo estabilizador pasamos al “capitalismo de compadres”. Eso lo debe tener bien estudiado Ken Salazar.
Entonces, ¿cuál fue el remedio tan innovador con el que quisimos recomponer a México? Exacto: el libre mercado. Quisimos lograr el bien obrando mal.
Los regiomontanos, que creíamos en el regionalismo comercial, nos quedamos en el extremo de un país malhadadamente centralista y patrimonialista, que de forma pomposa decía “reconvertirse industrialmente” (según la frase de Alfredo del Mazo padre).
Ahora bien, los oligarcas del libre mercado querían que los mandatarios del nuevo globalismo fueran gente bien, políticamente correcta, y, de ser posible, con pedigrí. Llegaron a las cúpulas demócratas de EUA los herederos de los Kennedy (el hijo de John F. Kennedy era lo suficientemente elegante y “pro” para ser presidente, pero lo mataron en un avionazo), los Bush, los Clinton, los Obama, y en México los Zedillo, los Fox (Calderón fue un accidente histórico que no cuenta), y sobre todo los Peña Nieto.
Todos sirviendo a las grandes corporaciones internacionales. Pero algo hicieron bien, en especial George Bush padre y Carlos Salinas: el TLC, hoy llamado T-MEC.
Sin el T-MEC, es decir, sin regionalismo comercial, a México ya se lo hubiera chupado EUA y a EUA ya se lo hubiera chupado China. En otras palabras, es mejor tener vecinos socios a tener vasallos. Eso lo sabe Ken Salazar y lo sabe su jefe, el presidente Joe Biden, quien no supo defender sus triunfos económicos proteccionistas, porque no lo dejaban ni Obama ni Nancy Pelosi.
Para despistar el libre comercio global (que ya no es atractivo para venderse como ideología), los demócratas de EUA impulsaron el movimiento Woke, que, en términos llanos, significa: “yo, que soy tu gobierno, voy a dejarte pobre y amolado, pero honraré que seas negro, hispano, libre sexual, etcétera”. O sea, en vez de gestionar una mejor calidad de vida para las clases trabajadoras y medias, gestionó proclamas.
Obama fue un mandatario con resultados más bien mediocres (el Obamacare, en realidad, es una ampliación del programa de salud del texano Lyndon B. Johnson, y ni eso pudo cabildear adecuadamente Obama). Sin embargo, es negro, y con eso debían darse por bien servidos sus seguidores demócratas.
Nadie supo en realidad qué propuestas concretas brindaba Kamala Harris como candidata presidencial. Sin embargo, como es progresista, elocuente y negra (“cuando le conviene”, dice el perverso de Trump), con eso debían darse por bien servidos sus seguidores demócratas.
Pues no. Perdió de calle.
Por eso, el viejo y corajudo senador demócrata de Vermont, Bernie Sanders, dio un golpe sobre la mesa y escribió una carta durísima contra los dirigentes de su partido, acusándolos de frívolos y de estar desconectados de la clase trabajadora. Algo parecido debió hacer el equivalente priista de Bernie Sanders en México. Lástima que su equivalente sea Alito.
Sin embargo, la culpa del déficit comercial de EUA no la tenemos los mexicanos, sino los chinos. Que la emprenda entonces Trump contra ellos, no contra nosotros.
Si allá, los migrantes legalizados de origen mexicano votaron masivamente por Trump, fue porque los migrantes ilegales, sean mexicanos o centroamericanos, les quitan sus trabajos, por un sueldo mucho menor y sin ningún tipo de prestaciones laboral. Es injusto. Y, como dice el sabio dicho: primero mis dientes que mis parientes.
Hagamos los mexicanos lo mismo aquí. En Nuevo León tenemos suficiente oferta de empleo (es más, nos sobra), por lo que de momento hay espacio para que trabajen haitianos y hondureños. Pero cuando Trump expulse a los ilegales de suelo americano, ya la vamos a sufrir laboralmente en Nuevo León. Y esos migrantes ilegales, sin empleo y sin ingresos dignos, serán carne de cañón para el crimen organizado.
De manera que vamos poniendo freno a la migración ilegal de centroamericanos, al menos en Nuevo León, antes de que nos llegue la lumbre a los aparejos, que será a partir de febrero del próximo año (Trump toma protesta el 20 de enero).
Bienvenido a Nuevo León, embajador Ken Salazar, y feliz viaje de retorno a EUA. Vienen otros tiempos para los nuevoleoneses, que somos un pueblo entrón, comerciante, productor y negociante. Acá no hay nada ni a nadie a quien temer.