En ocasión del arranque de esta primera semana del nuevo año, estimado lector, y antes de someternos a las actividades cotidianas que nos exigen nuestras propias ocupaciones, hoy quiero invitarlo a una concienzuda reflexión, compartiéndole este breve y hermoso pensamiento.
La paradoja de nuestros tiempos es que hemos hecho de nuestras vidas una paradoja. Hemos construido más y hemos hecho menos. Son tiempos de temperamentos más cortos y mentalidades estrechas, donde, aunque se construyen calles más anchas, los puntos de vista se vuelven más angostos. Se gasta más, pero tenemos menos; compramos más, pero disfrutamos menos.
Tenemos dentro de cuatro amplias paredes hogares más pequeños, más comodidades físicas, pero menos tiempo para el espíritu. Nos distraemos en exceso, tomamos en exceso, fumamos en exceso, gastamos sin prudencia, reímos poco, manejamos rápido, nos enojamos, nos desvelamos, nos levantamos cansados, vemos mucha televisión (y nos idiotizamos con los celulares), leemos demasiado poco y rara, pero muy rara vez, rezamos.
Nuestras pertenencias se han multiplicado, pero hemos devaluado nuestros valores. Hablamos mucho, amamos poco y odiamos demasiado seguido. Hemos aprendido a ganarnos la vida, pero no a vivirla. Le hemos añadido años a la vida, pero no vida a los años.
Hemos ido a la luna y de regreso, pero se nos complica cruzar la calle para saludar a nuestro vecino. Hemos conquistado el espacio exterior, pero no nuestro espacio interior. Hemos hecho cosas más grandes, pero no cosas mejores.
Hemos limpiado nuestro aire, pero hemos contaminado nuestras mentes y nuestras almas. Hemos conquistado el universo, pero no hemos conquistado nuestros prejuicios. Escribimos más y aprendemos menos; planeamos más y logramos menos.
La paradoja es, entre otras cosas, que hemos aprendido a apurarnos, pero no a esperar. Hemos construido computadoras para guardar más información, para producir más copias que nunca, pero ahora nos comunicamos menos que nunca, si no es por WhatsApp.
Estos son los tiempos de la comida rápida y la digestión lenta, de los hombres grandes pero de las personalidades pequeñas, de las grandes ganancias pero de las relaciones vacías. Estos son los tiempos de los dobles ingresos, pero donde hay más divorcios; casas más elegantes, pero más hogares rotos. Estos son los tiempos de los viajes rápidos, de los pañales desechables, de la moral descartable, de la noche de placer, de los cuerpos con sobrepeso y de las pastillas que hacen todo: desde alegrarnos, calmarnos, curarnos y hasta matarnos.
Es un tiempo donde vemos mucho en el aparador, pero muy poco en las bodegas y los almacenes; un tiempo donde la tecnología nos puede traer un mensaje, pero el tiempo que podemos escoger para compartir nuestro punto de vista solo permanece en apretar el botón de suprimir.
La paradoja también es recordar que hay que pasar más tiempo con los seres queridos, porque ellos no estarán aquí para siempre. Recordar siempre decir una palabra de aliento a todos aquellos que nos admiran, y, sobre todo, a aquella pequeña personita que, más pronto que el tiempo, va a crecer y va a alejarse de nuestro lado.
Recuerden darle un cariñoso abrazo a la persona que está a su lado, pues ese es el único tesoro que pueden dar de su corazón y eso no cuesta ningún centavo.
Recuerden decir “te quiero” a su pareja y a sus seres queridos, pero, más importante aún, verdaderamente siéntanlo. Un beso, un abrazo, un “te amo” o un humilde “te perdono” puede aliviar y curar cualquier dolor cuando realmente viene de adentro. Recuerden tomarse de las manos y apreciar cada momento, porque algún día esa persona no va a estar ahí.
Denle tiempo al amor, denle tiempo al amor, pero, por favor, ¡denle tiempo al amor! A las palabras bellas, a generar esos hermosos momentos que realizan el ser, a compartir todos aquellos preciosos pensamientos que tienen en la mente y que se generan en el corazón. Y recuerden: la vida no se mide por la cantidad de respiros que tomamos, sino por todos aquellos momentos que nos dejan sin aliento.
Tomado de la reflexión “La paradoja de nuestros tiempos”, del comediante George Carlin, escrito en 1997 y que hoy con mucho gusto le comparto, estimado lector. Esta reflexión, aunque a pesar del tiempo transcurrido, no pierde un ápice de vigencia y, además, creo que, en estos momentos aún sensibles por las festividades de la temporada, nos obsequia una fuerte sacudida en el pensamiento de la célula particular de la que naturalmente formamos parte como sociedad.
Por hoy es todo, amable lector. Medite lo que en esta ocasión le comparto. Disfrute la vida y, al máximo, a su familia, esperando que el de hoy sea para usted un reparador día lleno de optimismo y entusiasmo. ¡Feliz Año Nuevo! Me despido honrando la memoria de mi hermano Joel Sampayo Climaco, con sus palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos aquí el próximo lunes.