Opinión

Nuestra sinfonía inconclusa

Sección Editorial

  • Por: Ron Rolheiser
  • 01 Octubre 2024, 00:10

En el tormento de la insuficiencia de todo lo alcanzable llegamos a comprender que aquí, en esta vida, todas las sinfonías quedan inconclusas. 

Karl Rahner escribió estas palabras y no entenderlas es correr el riesgo de que la inquietud se convierta en un cáncer en nuestras vidas. ¿Qué significa estar atormentado por la insuficiencia de todo lo alcanzable? ¿Cómo nos tortura lo que no podemos tener? 

Todos experimentamos esto a diario. De hecho, durante todos los momentos privilegiados y pacíficos de nuestras vidas, este tormento es como una resaca en todo lo que experimentamos; la belleza nos inquieta cuando debería darnos paz. El amor que experimentamos con nuestro cónyuge no satisface nuestros anhelos. Las relaciones que tenemos dentro de nuestras familias parecen demasiado mezquinas y domésticas para ser satisfactorias. Nuestro trabajo es inadecuado para el sueño que tenemos para nosotros mismos. El lugar donde vivimos parece aburrido en comparación con otros lugares. Somos demasiado inquietos para sentarnos tranquilamente en nuestras propias mesas, dormir tranquilamente en nuestras propias camas y sentirnos a gusto en nuestra propia piel. 

Cuando nos sentimos así, nuestras vidas siempre nos parecerán demasiado pequeñas y las vivimos de tal manera que siempre estamos esperando que algo o alguien venga y cambie las cosas; para que la vida real, tal como la imaginamos, pueda comenzar. 

Recuerdo una historia que un hombre me contó una vez: Él tenía cuarenta y cinco años, un buen matrimonio, era padre de tres hijos sanos, con un trabajo seguro, aunque poco emocionante, y vivía en un vecindario tranquilo, pese a, igualmente, ser poco emocionante. Sin embargo, para usar sus palabras, nunca estuvo completamente dentro de su propia vida. Aquí está su confesión: 

“Durante la mayor parte de mi vida y, especialmente, durante los últimos veinte años, he estado demasiado inquieto para vivir realmente mi propia vida. Nunca he aceptado realmente lo que soy: un hombre de cuarenta y cinco años que trabaja en una tienda de comestibles en un pueblo pequeño, casado con una buena mujer, consciente de que mi matrimonio nunca satisfará mis profundos anhelos sexuales y consciente de que, a pesar de todas mis fantasías, no iré a ninguna parte. Nunca cumpliré mis sueños, solo estaré aquí, como estoy ahora, en este pequeño pueblo, en este matrimonio en particular, con estas personas, en este cuerpo, por el resto de mi vida. Yo solo envejeceré, me volveré más calvo y físicamente menos saludable y atractivo. Sin embargo, lo triste de todo esto es que, según todos los indicios, tengo una buena vida. Soy afortunado, en realidad. Estoy sano, soy amado, seguro, en un buen matrimonio, viviendo en un país de paz y abundancia. Sin embargo, en mi interior estoy demasiado inquieto para apreciar plenamente mi propia vida, mi esposa, mis hijos, mi trabajo y el lugar donde vivo. “Siempre estoy en algún otro lugar dentro de mí, demasiado inquieto para estar realmente donde estoy, demasiado inquieto para vivir en mi propia casa, demasiado inquieto para estar dentro de mi propia piel”. 

Así es como se siente, en la vida real, el tormento de la insuficiencia de todo lo alcanzable. Pero, la idea de Rahner es más que diagnóstica, también es prescriptiva. Esta señala cómo podemos ir más allá de ese tormento, más allá del cáncer de la inquietud. ¿Cómo lo hacemos? 

Precisamente, al comprender y aceptar que aquí en esta vida todas las sinfonías quedan inconclusas. Al comprender y aceptar que la razón por la que estamos atormentados no es porque seamos personas hiperactivas, neuróticas, ingratas y demasiado codiciosas para estar satisfechas con esta vida. No es eso. La razón profunda es que estamos congénitamente sobrecargados y sobre-construidos para esta tierra. Construidos así por Dios. Nosotros somos espíritus infinitos que viven dentro de un mundo finito, corazones hechos para la unión con todo y con todos, pero que solo se encuentran con personas mortales y cosas mortales. No es de extrañar que tengamos problemas de insaciabilidad, ensoñaciones, soledad e inquietud. Somos grandes cañones sin fondo. Nada, salvo la unión con todo lo que es, puede llenar ese vacío. 

Ser atormentado por la inquietud es ser humano. Además, al aceptar que somos humanos y que, por lo tanto, para nosotros, no puede haber una sinfonía terminada de este lado de la eternidad, podemos sentirnos más a gusto con nuestra inquietud. ¿Por qué? Porque ahora sabemos que todo nos llega con una resaca de inquietud e inadecuación, y que esto es normal y cierto para todos. 

Como dijo una vez Henri Nouwen: Aquí, en este mundo, no existe tal cosa como una alegría clara y pura. Más bien, en cada satisfacción, hay una conciencia de limitaciones. Detrás de cada sonrisa, hay una lágrima. En cada abrazo, hay soledad. En cada amistad, distancia. 

La paz y el sosiego sólo pueden llegar a nosotros cuando aceptamos esa limitación que es propia de la condición humana, porque entonces dejaremos de exigir que la vida –nuestras parejas, nuestras familias, nuestros amigos, nuestros trabajos, nuestras vocaciones y nuestras vacaciones– nos den algo que no nos pueden dar, es decir, la alegría pura y clara, la consumación plena. 

Ron Rolheiser. OMI 
www.ronrolheiser.com 

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