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Opinión

Nuestra lucha con el amor...

Espiritualidad

Hace varios años, un ministro presbiteriano que conozco desafió a su congregación a abrir sus puertas y su corazón más plenamente a los pobres. Al principio, la congregación respondió con entusiasmo y se introdujeron varios programas para invitar a la gente de las zonas económicas menos privilegiadas de la ciudad, incluida una cantidad de personas sin hogar, a que acudieran a su iglesia. 

Sin embargo, el romance pronto murió cuando comenzaron a desaparecer tazas de café y otros objetos sueltos, algunos bolsos fueron robados y la iglesia y el lugar de reunión a menudo quedaron sucios y desordenados. Algunos miembros de la congregación comenzaron a quejarse y a exigir que se pusiera fin al experimento: “¡Esto no es lo que esperábamos! ¡Nuestra iglesia ya no está limpia ni es segura!

Queríamos extender la mano a estas personas y ¡esto es lo que obtenemos! ¡Esto es demasiado desordenado para continuar!” 

Más el ministro se mantuvo firme, señalando que sus expectativas eran ingenuas, que lo que estaban experimentando era precisamente parte del costo de ayudar a los pobres, y que Jesús nos asegura que amar es inseguro y complicado, no solo cuando se trata de ayudar a los pobres, sino cuando se trata de ayudar a cualquier persona. 

Nos gusta pensar en nosotros mismos como personas amables y amorosas, pero, a decir verdad, eso a menudo se basa en una noción ingenua del amor. Luchamos por amar como Jesús nos invita a amar, es decir, amarnos unos a otros como yo los he amado. La última cláusula de la oración contiene el verdadero desafío: Jesús no dice: “ámense unos a otros según las reacciones espontáneas de su corazón”; ni tampoco: “ámense unos a otros como la sociedad define el amor. Más bien, “ámense unos a otros como yo los he amado”. 

Y, en su mayor parte, luchamos por hacer eso. 

  • Luchamos por amar a nuestros enemigos, por poner la otra mejilla y extender la mano para abrazar a quienes nos odian. Luchamos por orar por quienes se oponen a nosotros. 
  • Luchamos por perdonar a quienes nos hacen daño, por perdonar a quienes asesinan a nuestros seres queridos. Luchamos por pedirle a Dios que perdone a las personas que nos están haciendo daño. Luchamos por creer, como Jesús, que no son realmente conscientes de lo que están haciendo. 
  • Luchamos por tener un corazón generoso y tomar el camino correcto cuando nos han despreciado o ignorado, y luchamos entonces por dejar que la comprensión y la empatía reemplacen la amargura y nuestro impulso de retirarnos. Luchamos por dejar de lado los rencores. 
  • Luchamos por ser vulnerables, por arriesgarnos a la humillación y al rechazo en nuestras ofertas de amor. Luchamos por renunciar a nuestro miedo a ser incomprendidos, a no quedar bien, a no parecer fuertes y en control. Luchamos por salir descalzos, por amar sin seguridad en nuestros bolsillos. 
  • Luchamos por abrir nuestros corazones lo suficiente para imitar el abrazo universal e indiscriminado de Jesús, por ensanchar nuestros corazones para ver a todos como hermanos o hermanas, independientemente de la raza, el color o la religión. Luchamos por dejar de alimentar el secreto silencioso de que nuestras propias vidas y las vidas de nuestros seres queridos son más preciosas que las de los demás. 
  • Luchamos por hacer una opción preferencial por los pobres, por traer a los pobres a nuestra mesa, por abandonar nuestra propensidad a preferir a los atractivos e influyentes. 
  • Luchamos por sacrificarnos hasta el punto de perderlo todo por el bien de los demás, por dar realmente nuestras vidas por nuestros amigos –y también por nuestros enemigos. Luchamos por estar dispuestos a morir por las personas que se nos oponen y están tratando de crucificarnos. 
  • Luchamos por amar con pureza de corazón, por no buscarnos sutilmente a nosotros mismos dentro de nuestras relaciones. Luchamos por vivir castamente, por respetar plenamente y no violar a los demás. 
  • Luchamos por caminar con paciencia, dándoles a los demás todo el espacio que necesitan para relacionarse con nosotros según sus propios dictados internos. Luchamos por sudar sangre por ser fieles. Luchamos por esperar con la debida paciencia, en el tiempo adecuado de Dios, el juicio de Dios sobre el bien y el mal. 
  • Luchamos por resistir nuestro impulso natural de juzgar a los demás, de no imputar motivos.
  • Luchamos por dejar el juicio a Dios. 
  • Por último, pero no por ello menos importante, luchamos por amarnos y perdonarnos a nosotros mismos, sabiendo que ningún error que cometamos se interpone entre nosotros y Dios.
  • Luchamos por confiar en que el amor de Dios es suficiente y que estamos siempre dentro de la infinita misericordia de Dios. 

Sí, el amor es una lucha. 

Después de que su esposa Raissa muriera, Jacques Maritain editó un libro de sus diarios. En el prefacio de ese libro, describe su lucha con la enfermedad que finalmente la mató. Gravemente debilitada e incapaz de hablar, luchó poderosamente en sus últimos días. Su sufrimiento puso a prueba y maduró la propia fe de Maritain. Poderosamente aleccionado al ver los sufrimientos de su esposa, escribió: “Solo dos tipos de personas piensan que el amor es fácil: los santos, que a través de largos años de autosacrificio han hecho de la virtud un hábito, y las personas ingenuas que no saben de lo que están hablando”.

Tiene razón. Sólo los santos y los ingenuos piensan que el amor es fácil. 

Ron Rolheiser. OMI 

www.ronrolheiser.com

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