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Opinión

Noches oscuras del corazón

Espiritualidad

Hay momentos en que nuestro mundo se desmorona. ¿Quién no ha tenido esa sensación? “¡Me estoy desmoronando! ¡Esto me supera! ¡Mi corazón está roto! ¡Me siento traicionado por todo! ¡Ya nada tiene sentido! ¡La vida está patas arriba!” 

Jesús tenía una imagen cósmica para esto. En los Evangelios, habla de cómo algún día terminará el mundo tal como lo experimentamos: “El sol se oscurecerá, la luna no dará su luz, las estrellas caerán del cielo y las potencias del cielo se tambalearán”. Cuando Jesús dice esto, no está hablando tanto de cataclismos cósmicos como de cataclismos del corazón. A veces, nuestro mundo interior se sacude, se pone patas arriba; se oscurece en pleno día, hay un terremoto en el corazón; experimentamos el fin del mundo tal como lo conocemos. 

Sin embargo, en medio de esta conmoción, Jesús nos asegura que una cosa sigue siendo segura: la promesa de fidelidad de Dios. Esta no se pone patas arriba y, en nuestra desilusión, se nos da la oportunidad de ver lo que realmente es sustancial, permanente y digno de nuestras vidas. Así, al menos idealmente, cuando el mundo en que confiamos se pone patas arriba, se nos da la oportunidad de crecer, de volvernos menos egoístas y de ver la realidad con más claridad. 

Los místicos cristianos llaman a esto “una noche oscura del alma” y lo expresan como si Dios estuviera poniendo activamente nuestro mundo patas arriba y causando deliberadamente todo el dolor para purgarnos y limpiarnos. 

El gran místico español Juan de la Cruz lo expresa de esta manera: Dios nos da temporadas de fervor y luego nos las quita. En nuestras temporadas de fervor, Dios nos da consuelo, placer y seguridad en nuestras relaciones, nuestra oración y nuestro trabajo (a veces con considerable pasión e intensidad). Este es un regalo de Dios y está destinado a ser disfrutado. Sin embargo, Juan nos dice que, en un momento determinado, Dios nos quita el placer y el consuelo, y experimentamos una cierta noche oscura en la que, donde antes sentíamos fuego, pasión, consuelo y seguridad, ahora sentiremos sequedad, aburrimiento, desilusión e inseguridad. Para Juan de la Cruz, todas las lunas de miel terminan eventualmente. 

¿Por qué? ¿Por qué Dios haría esto? ¿Por qué una luna de miel no puede durar para siempre? 

Porque, eventualmente, aunque no inicialmente, nos impide ver con claridad. Inicialmente, todos esos sentimientos maravillosos que sentimos cuando nos enamoramos por primera vez, cuando comenzamos a orar profundamente y cuando comenzamos a encontrar nuestro camino en el mundo, estos son parte del plan de Dios y la manera en que Dios nos atrae a avanzar. La pasión y el consuelo que sentimos nos ayudan a salir de nosotros mismos, más allá del miedo y el egoísmo. Mas, eventualmente, los buenos sentimientos en sí mismos se convierten en un problema porque podemos obsesionarnos con ellos en lugar de pensar en lo que hay detrás de ellos. 

Las lunas de miel son maravillosas; sin embargo, en una luna de miel, con demasiada frecuencia estamos más enamorados de estar enamorados y de toda la maravillosa energía que esto crea que de la persona que está detrás de todos esos sentimientos. Lo mismo es cierto para la fe y la oración. Cuando empezamos a orar en serio, con frecuencia estamos más enamorados de la experiencia de orar y de lo que está haciendo por nosotros, que de Dios. En cualquier luna de miel, no importa cuán intensos y puros parezcan los sentimientos, esos sentimientos siguen siendo en parte sobre nosotros mismos en lugar de puramente sobre la persona que creemos amar. Lamentablemente, es por eso que muchas lunas de miel cálidas y apasionadas eventualmente se convierten en una relación fría y sin pasión. 

Hasta que nos purificamos, y nos purificamos precisamente a través de noches oscuras de desilusión, seguimos buscándonos demasiado a nosotros mismos en el amor y en todo lo demás. Teresa de Lisieux solía advertir: “Ten cuidado de no buscarte a ti mismo en el amor, ¡así terminarás con el corazón roto!”. Tendríamos menos dolores de cabeza si entendiéramos eso. Además, antes de que nos purifique la desilusión, la mayoría de las lágrimas que derramamos, por muy real que sea el dolor o la pérdida, suelen decir más sobre nosotros que sobre la persona o la situación por la que supuestamente estamos de luto. 

En todo esto, hay malas y buenas noticias: la mala noticia es que casi todo lo que sentimos como precioso algún día nos será arrebatado. Todo será crucificado, incluido todo sentimiento de calidez y seguridad que tengamos. Pero la buena noticia es que todo nos será devuelto, de manera más profunda, más pura e incluso más apasionada que antes. 

Lo que hacen las noches oscuras del alma, los cataclismos del corazón, es quitarnos todo lo que se siente como tierra firme para que terminemos en caída libre, incapaces de aferrarnos a nada que alguna vez nos sostuvo. Pero, al caer, nos acercamos a la roca firme, a Dios, a la realidad, a la verdad, al amor, a los demás, más allá de las ilusiones, más allá del egoísmo y más allá del amor egoísta que puede disfrazarse de altruismo. 

La claridad de visión llega después de la desilusión, la pureza de corazón llega después de un desamor y el amor verdadero llega después de que la luna de miel ha pasado. 

Ron Rolheiser. OMI 

www.ronrolheiser.com

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