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Opinión

El amor y la fe como fidelidad

Espiritualidad

Hace varios años, un amigo mío le hizo una propuesta de matrimonio muy poco romántica a su prometida. Tenía cuarenta y tantos años y había sufrido varias desilusiones amorosas, algunas de las cuales, según admitió él mismo, fueron culpa suya, resultado de un cambio inesperado en sus sentimientos. Ahora, en la mediana edad, luchando por no desilusionarse con el amor y el romance, conoció a una mujer a la que respetaba mucho, a la que admiraba mucho y con la que sentía que le gustaría construir una vida. Sin embargo, inseguro de sí mismo, fue humilde en su propuesta. 

En esencia, esta fue su propuesta: “Me gustaría pedirte que te cases conmigo, más necesito poner mis cartas sobre la mesa. No pretendo saber lo que significa el amor. Hubo un momento en mi vida en el que pensé que sí, pero he visto que mis propios sentimientos y los de los demás cambian con demasiada frecuencia de maneras que me han hecho perder la confianza en mi comprensión del amor.

Así que, seré sincero, no puedo prometer que siempre me sentiré enamorado de ti. Sin embargo, sí puedo prometerte que siempre te seré fiel, que siempre te trataré con respeto, que siempre haré todo lo que esté a mi alcance para estar ahí para ayudarte a hacer realidad tus propios sueños y que siempre seré una pareja honesta al intentar construir una vida juntos. No puedo garantizar cómo me sentiré siempre, más sí puedo prometer que no te traicionaré con una infidelidad”. 

Ese no es exactamente el tipo de propuesta de matrimonio que vemos en nuestras películas y novelas románticas, que se basan principalmente en la creencia ingenua de que la pasión y la emoción que experimentamos inicialmente cuando nos enamoramos seguirán siendo así para siempre. La suya es una propuesta madura, una que no promete ingenuamente algo que no puede cumplir. 

Además de señalarnos una comprensión más madura del amor, esta es también una buena imagen de cómo funciona la fe. La fe también, al final, tiene más que ver con la fidelidad en nuestras acciones que con el fervor en nuestros sentimientos. He aquí un ejemplo. 

Cuando estaba en el seminario, un compañero mío se fue un verano a hacer un retiro de treinta días. Su objetivo era tratar de adquirir una fe que sintiera con más fervor, que calentara más afectivamente su corazón. Sufría de lo que describía como una fe “estoica”, una sensación visceral de la realidad y el amor de Dios, pero que no se traducía mucho en sentimientos cálidos de seguridad sobre la existencia y el amor de Dios. Según admitió él mismo, le faltaba afectividad, fuego, emoción y calidez en su fe y fue en busca de eso. 

Volvió del retiro todavía estoico, aunque cambiado de todos modos: “Nunca obtuve lo que pedí”, dijo, “pero obtuve algo más. Aprendí a aceptar que mi fe siempre podría ser estoica, y también aprendí que eso está bien. No necesariamente debo tener sentimientos cálidos e imaginativos sobre mi fe. No necesito estar llena de emoción y fuego. Solo necesito ser fiel en mis acciones, no traicionar lo que creo. La fe para mí ahora significa que necesito vivir mi vida en caridad, respeto, paciencia, castidad y generosidad. Solo necesito hacerlo; no necesito sentirlo siempre”. 

La fe y el amor se identifican demasiado fácilmente con los sentimientos emocionales, la pasión, el fervor, la afectividad y el fuego romántico. Y esos sentimientos son parte del misterio del amor, una parte que se supone que debemos abrazar y disfrutar. Más, por maravillosos que puedan ser estos sentimientos, son, como muestra la experiencia, frágiles y efimeros. Nuestro mundo puede cambiar en quince segundos porque podemos enamorarnos o desenamorarnos en ese tiempo. Los sentimientos apasionados y románticos son parte del amor y la fe, aunque no son la parte más profunda, y no una parte sobre la que tengamos mucho control emocional. Por eso, aunque no sea romántico, me gusta el enfoque estoico que se expresa en la propuesta de matrimonio de mi amigo, en particular en lo que se refiere a la fe. Para algunos de nosotros, la fe nunca será, salvo por breves períodos de tiempo, algo que encienda nuestras emociones y nos llene de calidez. Sabemos lo efimeros que pueden ser los sentimientos. 

Al igual que mi colega con la fe “estoica”, algunos de nosotros tal vez tengamos que conformarnos con una fe que le diga a Dios, a los demás y a nosotros mismos: no puedo garantizar cómo me sentiré en un día determinado. No puedo prometer que siempre sentiré pasión emocional por mi fe, más sí puedo prometer que siempre seré fiel, que siempre actuaré con respeto y que siempre haré todo lo que esté a mi alcance, en la medida en que mi debilidad humana me lo permita, para ayudar a los demás y a Dios. 

El amor y la fe se muestran más en la fidelidad que en los sentimientos. No podemos garantizar cómo nos sentiremos siempre, sin embargo, podemos vivir con la firme resolución de nunca traicionar aquello en lo que creemos. 

Ron Rolheiser. OMI 

www.ronrolheiser.com 

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