1. Una discusión ancestral en la teología católica versa sobre la relación que se da en Dios entre su justicia y su misericordia. La pedagogía pastoral del miedo, utilizada por siglos y consistente en asustar a los fieles con el eterno castigo del infierno, consecuencia de sus malas obras, concebía a un Dios justiciero, al estilo del magistrado que dicta una sentencia. Pero voces inconformes con esa certeza se preguntaban: ¿cómo es posible que un Dios misericordioso, tal y como lo presenta Jesús en la parábola del hijo pródigo, sea capaz de condenar a un pobre pecador?
2. Francisco de Roma zanjó la discusión con una de sus memorables frases: “La justicia de Dios no es pena ni castigo, sino misericordia que salva”. Él, entonces, no actúa conforme a los criterios humanos, válidos al momento de exigir la reparación del daño, por ejemplo, cuando somos objeto de algún agravio. Si alguien nos agrede, en nuestra persona o patrimonio, tenemos el derecho a que se restituya aquello de lo que fuimos privados. ¿Alguien impactó mi automóvil al pasarse la señal de alto? Debe hacerse cargo de los daños causados, y yo puedo reclamarlo.
3. Y no me refiero al natural deseo de venganza que muchas veces sentimos cuando hemos sufrido algún ultraje. Deseamos que el atacante no solo se someta a los rigores de la ley, confinado a la cárcel durante años, sino que sufra todavía más de lo que padecen sus víctimas. No. Muchas personas de buena voluntad perdonan a sus ofensores, pero exigen que se haga justicia, ya para que paguen sus culpas, ya para que no vuelvan a cometer los mismos ilícitos. Por ello, me llama la atención lo declarado por Cecilia Flores, fundadora de las Madres Buscadoras…
4. … de Sonora, quien en reciente declaración suplicó misericordia a los grupos de delincuencia organizada: “Cuando rascamos la tierra, no lo hacemos pensando en encontrar justicia, lo hacemos solo con la esperanza de encontrar a quienes parimos. Les rogamos piedad”. Notemos cómo la solicitud no implica juzgar a los delincuentes para que, en caso de ser encontrados culpables, purgen en prisión condenas equivalentes a los delitos cometidos. No. Lo único que imploran es facilidades para encontrar los restos de sus seres queridos.
5. Llama la atención el cambio en la narrativa. De la consigna “vivos se los llevaron, vivos los queremos de regreso”, ahora pasamos al “vivos se los llevaron… los queremos de regreso, aunque ya estén muertos, y nos entreguen sólo algo para poderlos velar y darles cristiana sepultura”. ¿Justicia? Ya no importa, lo que se pide es compasión, sobre todo para papás que llevan años buscando a sus hijos desaparecidos. Si quienes los secuestraron siguen impunes y cometiendo delitos, ya lo verán las autoridades (¿lo atenderán?), lo relevante es reencontrarse con el ser querido.
6. A tal punto hemos llegado en este país de crematorios clandestinos, de ranchos adiestradores para criminales, de comisiones que han pasado en los últimos sexenios, del PAN, del PRI, de Morena, y que no han logrado resultados exitosos. Ya el Estado dejó de ser interlocutor. Ya no existen esperanzas en que las autoridades intervengan, conforme a sus competencias, y encuentren a los desaparecidos y secuestrados, a lo que quede de ellos. Las madres buscadoras piden misericordia, ya no justicia. Bien por ellas. Mal por este fondo que hemos tocado como sociedad.
7. Cierre icónico. Estuve el fin de semana en Los Ángeles, California, participando en la edición 40 de su maratón. Platiqué con choferes de Uber y taxis, meseros, camaristas, vigilantes de la Catedral y catequistas de una parroquia. Me tocaron originarios de Irak y Afganistán, de Corea y Ucrania, pero, sobre todo, de El Salvador, Honduras, Nicaragua, Haití, y muchos, muchos, de México. No le temen a Trump porque, como me dijo un paisano de Michoacán: “¿quién va a hacer nuestro trabajo? ¿Los gringos? Para nada, aquí nos necesitan, y no nos van a dejar ir”.