1. Durante algunos años jugué racquetball con tres amigos, en céntrico deportivo. Frecuentemente armábamos un torneo entre nosotros, en el que, de manera reiterada, uno de ellos, el más robusto -no puedo decir “gordito” porque me demanda-, quedaba en último lugar. Pero en cierta ocasión, y previo a nuestra competencia, lo vimos conversar de manera sospechosa con quien sería el árbitro, y darle un sobre. No nos sorprendió, entonces, que el silbante marcara todas las jugadas a su favor, y después de reñidos partidos, lo declarara el triunfador de la justa.
2. Durante semanas se burló de nosotros en los vestidores, propagó su victoria en la alberca, en el gimnasio y, sobre todo, en el bar, invitando cervezas y tequilas a quien quisiera ser testigo de su narrativa heroica. El colmo fue cuando, entrevistado para la revista del club, declaró que nos había ganado por paliza, que nos había dejado en ceros, cuando no era así. Otro consocio, a quien apodábamos el “poeta” -disfrutaba recitar versos de autores clásicos-, se acercó al burlón y le dijo en alta voz, para que todos pudiéramos escuchar: “¡memento mori!”.
3. Y le explicó. En la antigua Roma, cuando un general regresaba victorioso de la batalla, y paseaba sus conquistas por la ciudad, un siervo iba a su lado recordándole, con esa frase “memento mori”, que algún día moriría, que su poder era transitorio. De esa manera se buscaba que el vencedor no se dejara atrapar por la apoteosis del triunfo, que recordara las limitaciones propias del ser humano, que se alejara de la soberbia y la vanidad. Pues me parece que, así como el coronel no tenía quien le escribiera, según García Márquez, el presidente saliente no tiene quien…
4. … le susurre al oído esa máxima, que no por ser mínima -apenas dos palabras- deja de tener profundidad. Así ha pasado durante todo el sexenio, aunque el momento culminante se vivió el pasado domingo. Es cierto que los incuestionables éxitos electorales de Morena y su fundador les dan derecho a festejar lo logrado. Pero me parecen desproporcionadas las arengas, innecesarias las burlas, exagerados los exabruptos triunfalistas. Como en el caso de mi compañero raquetbolero, no era necesario mentir, si ya se había ganado la batalla, aunque también con trampas.
5. Afirmar en su sexto informe que, durante su gestión, se plantaron en México ¡1,158 millones! de árboles, además de que no hay estudio alguno que lo confirme, evidencia su falsedad cuando sabemos que en todo el mundo se siembra aproximadamente esa cantidad en un año. Por otra parte, y con una recepción en la comentocracia que va de la risa a la incredulidad, sostener que el sistema de salud en gran parte de México no solo tiene las cualidades del mismo en Dinamarca, sino que lo supera, más aún, es el mejor del mundo mundial, suena a burla…
6. … y genera la sospecha de que quien eso sostiene ni conoce Dinamarca, ni ha visitado en los últimos meses una clínica del Seguro, buscando un medicamento que no encuentra. La embriaguez por el éxito, parece, está obnubilando a los morenistas, y los está llevando a olvidar que hay victorias pasajeras, que la actual bonanza puede ser engañosa, que la economía nacional pende de alfileres, que la paridad cambiaria tambalea y que la jactancia es mala consejera. Bien haría la actual aplanadora morenista en repetirse aquella máxima tan sabia: “¡memento mori!”.
7. Cierre icónico. La historia nos demuestra que para la necesaria gobernabilidad no es suficiente el respaldo popular, el triunfo en las elecciones, el avasallamiento de los adversarios políticos. Existen también los llamados poderes fácticos -los medios de comunicación, las agrupaciones religiosas, la banca, los empresarios y, en este momento, el contexto internacional-, sectores de la sociedad al margen de las instituciones estatales y, sobre todo, de los gobiernos en turno. Menuda tarea le espera a la presidenta electa: lidiar con estas entidades.