Me refiero a la asistencia el pasado 18 de febrero a la Marcha por la Democracia, realizada en todo México.
Iniciaré mi comentario con quienes quisieran haber asistido y no lo hicieron.
Se trata de personas y familias amenazadas por el gobierno de la 4T o temerosos de realizar algún acto que pudiera provocarles represalias, que les afecten en sus negocios y/o forma de vida.
Muchos de mis lectores pensarán lo difícil de encontrar a dichas personas para castigarlos de alguna manera por el partido oficial, entre, al menos, 700,000 asistentes en El Zócalo de la CDMX y los muchos que asistieron en Monterrey y Guadalajara y otras grandes urbes. Es cierto, pero no es el caso de pueblos y ciudades de provincia, donde todos se conocen.
Resido en una ciudad del Estado de México, cuyo nombre me abstengo de señalar, pues no deseo perjudicar a quienes no asistieron a nuestra marcha. Así me lo pidieron ellos, con angustia y facciones de gente asustada, cuando les dije mi deseo de escribir sobre su ausencia, pues los extrañé, a sabiendas de que son antimorenistas y apoyan la democracia y la defensa de las instituciones electorales.
Es el caso de constructores necesitados de conseguir de la autoridad municipal licencias de construcción, comerciantes obligados a obtener anualmente permisos para operar, fruteros, panaderos, tlapaleros, verduleros, inclusive quienes tienen necesidad de ocupar espacios públicos como boleros, mariachis, taqueros, artistas, narradores, etcétera.
En pasados eventos de protesta o de defensa a nuestras instituciones, siempre me he trasladado a la CDMX con mi esposa, pero en esta ocasión, con motivo de un fuerte catarro, nos quedamos en nuestra pequeña ciudad de 30,000 habitantes, gobernada por el partido Morena, a nivel estatal y municipal, y participamos en la reducida Marcha por la Democracia, a la que asistió un puñado de no más de 200 personas. Me extrañó, y mucho, no ver a gentes conocidas por demócratas y pro limpieza electoral. Hablé a sus celulares con un “¿qué pasa? Los estamos esperando”.
La respuesta me impactó y me recordó mis viajes, en calidad de consultor senior de Naciones Unidas, a países como Cuba y Corea del Norte, donde el ciudadano vive amordazado y abrir la boca se castiga con cárcel, tortura y la ruina familiar. Donde las manifestaciones y el voto, son inexistentes.
—No podemos. Después hablamos. Me cierran la tienda. De eso depende la familia entera. ¡Adiós!— y el colgón.
Se trata de personas que están en la mira de quienes los conocen, como se conoce a la gente en pueblo chico, donde el chisme y la palabra tienen la velocidad de la luz y en muchas ocasiones se acompañan del resentimiento histórico de las familias.
Esto es muy relevante si se toma en cuenta que de los 32 estados del territorio nacional, 21 están gobernados por Morena, quienes están decididos a amordazar a la población, en especial a aquella dependiente de sus autorizaciones.
Agrego haber conversado, desde meses atrás, con poderosos empresarios, patrones de miles de empleados, quienes están en la misma situación y no se atreven a dar un paso que ponga en riesgo sus concesiones, registros sanitarios, contratos ganados en licitaciones públicas, etcétera. Si bien, ellos tienen la cultura y el conocimiento para ejercer libremente su voto en las urnas, su temor es similar.
Ahora quiero referirme a quienes no le dan importancia al hecho de asistir, a pesar de no tener restricción, temor o amenaza alguna. Me refiero a la increíble e ignorante postura de los jóvenes en general, ciertamente, con honrosas excepciones, a quienes les parece estar “out” de su grupo, si platican sobre democracia e instituciones electorales.
El tema no les emplea espacio mental, ocupados en cosas más importantes, como los campeonatos deportivos, sus ingresos, las últimas rolas o la salud de sus animales domésticos, pues por lo general carecen de descendencia.
Tengo la impresión de que su manejo de la electrónica, el realizar trabajo para el mundo entero desde sus laptops y sentir la sangre nueva correr en sus venas, los hace sentir superiores a sus padres y abuelos, a quienes deben ayudar para comprar un boleto de avión, obtener pases de abordar, pedir un Uber o en el restaurante, para leer el menú en el celular.
Nunca imaginé la despreocupación de la juventud en participar activamente para defender a su país, cuando ellos serán los más afectados, pero la facilidad de viajar, estudiar y trabajar hoy en día fuera del país, la creciente contratación de ellos por el crimen organizado, aunado a la “nacionalidad” entendida como un lastre de valor reducido, de la cual se pueden obtener varias sin riesgo de perder ninguna y cierta descomposición y crítica a las soluciones de “los viejos”, han contribuido a este laissez faire et laissez passer, le monde va de lui méme (dejar hacer, dejar pasar, dejar que el mundo ruede), palabras de Adam Smith para apoyar el libre mercado y que hoy en día la juventud las sigue para todo lo contrario: dejar paso libre al Estado totalitario.
Hago votos porque quienes quisieran haber asistido y no lo hicieron y quienes no le dieron importancia al hecho de asistir a la pasada 18 de febrero a la Marcha por la Democracia, llegado el 2 de junio, apoyen con su voto la continuación de la democracia y defensa de nuestras instituciones electorales.