Nos dice mucho lo ocurrido con las tormentas Alberto y Beryl para Nuevo León: nos manda importantes señales sobre nuestros planes a futuro con respecto al agua.
Habrá usted escuchado hace unos días que se anunció por parte del gobierno del estado el atinado cierre de las compuertas de la presa La Boca en Santiago, Nuevo León: el embalse se había estado desfogando de manera precautoria ante la potencial llegada de muchas lluvias por Beryl.
Pero Beryl se desvió –importante recordatorio sobre la cualidad caprichosa de la Madre Naturaleza– y por ende dejó de ser cierta la anticipada ruta donde el huracán convertido en tormenta tropical nos pegaba de frente en Nuevo León.
Al no llegar esa voluminosa cantidad de agua –se llegaron a pronosticar hasta 150 mm; o sea, una cuarta parte de lo que llueve en todo el año en el estado– ya no había necesidad de liberar agua de las presas, una medida que se había tomado para evitar que éstas se desbordaran y causaran inundaciones y/o daños a la propia infraestructura de los embalses.
En fin, si bien es cierto que la administración de Samuel García sí tomó las decisiones correctas al momento de lidiar con Alberto y con Beryl –se protegió a la gente guardándola en su casa para el primer fenómeno, se encendieron alertas precautorias para el segundo y se tomaron medidas como desfogar parte de las presas–, eso no debe dejarnos en un estado de ingenuo confort basado en el incorrecto espejismo de ver a las principales presas del estado de Nuevo León con un lleno histórico de 90 por ciento.
Ahorita hay agua; tomemos nota de la palabra “ahorita”. Puede durarnos un año o más el abasto, pero pasado ese periodo estaremos otra vez preocupados y batallando para saber de dónde vamos a sacar agua y así poder satisfacer una demanda creciente de hasta 18 metros cúbicos por segundo que hoy, sencillamente, ni la cuenca ni las presas más los pozos aportan.
O sea: nuestra verdadera realidad es que nuestra “fábrica local” de agua, si se me permite el término, no tiene la capacidad de “producir” el agua potable suficiente para atender la demanda de este estado hiperurbano con más de 6 millones de habitantes, con vocación industrial, que es “joya” del nearshoring, que sigue creciendo, y que además tiene una gran zona agrícola –que muchos olvidan pero que es clave en la matemática– la cual consume el 70% del agua de nuestra cuenca, para colmo, desperdiciando la mayoría por sistemas de riego anacrónicos e ineficientes.
Entonces, pasando la resolución de algunos problemas inmediatos y coyunturales, como arreglar los ductos dañados y resolver el tema del abasto, habrá que enfocarse lo antes posible en los objetivos verdaderamente cruciales y de largo plazo, siendo el principal el de GARANTIZAR UN ABASTO CONTINUO Y DURADERO DE AGUA PARA NUEVO LEÓN PARA LOS PRÓXIMOS 50 AÑOS.
Eso sólo puede lograrse con grandes obras que requerirán inversión federal, obras a las cuales no sólo tiene derecho Nuevo León, sino que es una deuda importante del Estado mexicano para con los regios, que hoy viven en la segunda metrópoli más grande del país.
Esas obras tienen que ser o grandes acueductos que traigan agua de afluentes, como el río Pánuco, y/o grandes desalinizadoras que potabilicen agua del mar.
Aunado a ese gran objetivo están otros más particulares, que en realidad son parte del mismo “paquete” pero que requieren atención especial, como darle un verdadero “macromantenimiento” a la red de agua potable de la zona metropolitana de Monterrey, pues se fuga ¡casi el 50% del agua que se potabliza! De entrada, ahí solucionando eso tendríamos el doble del agua disponible.
E igualmente importante es tecnificar el riego del campo y disminuir avasalladoramente esas altas cifras de desperdicio, pues esa agua también puede aprovecharse para el uso doméstico.
Otro objetivo que es parte del “paquete” es el de tratar y reciclar el agua, porque, mire usted, nos estamos quebrando la cabeza para ver de dónde traemos más agua, cuando ¡podemos darle varios usos a la misma que ya tenemos aquí!
El agua que utilizan las personas en sus casas puede ser tratada para uso industrial, y con las medidas indicadas –que ya existen en la tecnología disponible– también puede usarse para riego. Lo que están haciendo en lugares como Aguascalientes es tratar el agua de la ciudad y mandarla al campo para riego.
Y las presas con agua limpia que utilizaban los campesinos ahora se conectarán para el uso exclusivo de la ciudad (ojo, se contemplan dejar “llaves de paso” para que si faltase agua en el campo, se pueda seguir recurriendo a las presas). Todo estriba en utilizar la inteligencia y la tecnología.
Es momento de dejar atrás este espejismo de “ya tenemos agua” y crear los grupos de trabajo que definan y pongan en marcha los proyectos de agua para el futuro de Nuevo León, y negociar con la próxima presidenta el que dichos proyectos sean parte del proyecto de nación que trae bajo el brazo la doctora Claudia Sheinbaum. ¡A jalar!