El concepto de 4T significa “cuarta transformación” en referencia a los tres momentos previos de la vida independiente en los cuales se formó y transformó México. AMLO asumía que su presidencia era el inicio de una nueva transformación, renovadora y reorganizadora del rumbo del país.
Sí reorganiza y transforma al sistema político mexicano, pero no en el sentido de las anteriores tres transformaciones. La 4T contrasta y destruye mucho de lo logrado en los tres movimientos político-social previos.
La primera gran transformación fue la independencia nacional, alcanzada finalmente en 1824, luego de la transición iniciada por el golpe de Estado con Agustín de Iturbide y concluida con la promulgación de la Constitución del 4 de octubre.
En esa transformación del sistema político se transita de ser una colonia del reino español a una monarquía semiconstitucional, con un primer emperador mexicano pretendiendo un imperio absolutista, hasta llegar al constituyente que aprueba el sistema político republicano, presidencialista, democrático, representativo y federal.
En el logro de la primera gran transformación, abandonamos el absolutismo; se queda atrás la idea de una monarquía constitucionalista y la nación alcanza una democracia presidencial dentro de la república. Aquí se sientan las bases del constitucionalismo y de los procesos democráticos en el país. Se incluyen las reglas que limitan y acotan a los presidentes, y con ello se evita el absolutismo tan arraigado en las esferas de poder durante el siglo XIX.
Luego de la inestabilidad frente a los cacicazgos y caudillismos imperantes entre 1825 y 1860, se pone en ejercicio la segunda transformación, comandada por Benito Juárez y el grupo de liberales quienes le acompañaron. Con el plan de Ayutla de 1854 y hasta 1867, se sientan las bases para la segunda transformación, misma que se concreta en las reformas constitucionales de 1857 a 1860; aquí el país se define como república democrática, representativa, presidencialista y semifederal.
La lucha por extinguir el fantasma de la monarquía, del absolutismo y de los metapoderes ejercidos por las oligarquías de la iglesia, el ejército y los grupos económicos se alcanza con la muerte de Maximiliano de Habsburgo en 1867.
Sin monarquistas en la lucha política, los liberales restauran la república democrática, representativa y liberal, con sentido de igualdad política, social y jurídica (al menos en la Constitución). Se le conoce como el surgimiento de las instituciones porque “nadie por sobre la Constitución”; con ello combaten al absolutismo, los totalitarismos y las dictaduras. Lejos estaba el final de la lucha por un México justo, libre y con igualdades sociales y políticas.
En 1910 inicia la tercera transformación, la que nace por abatir la dictadura e implantar la democracia. Fueron siete años para emitir una Constitución reformada con sentido social y tres más para acabar con la lucha armada generalizada en el país.
En cada una de las transformaciones hubo un villano: Iturbide y su ambición de poder; Santa Anna, los monarquistas y Maximiliano en la segunda; Porfirio Díaz y su casta en la tercera. Todos con un común denominador: aniquilar el republicanismo democrático.
La 4T busca una Constitución a modo, acotar la división de poderes, controlar la democracia, acotar el federalismo y las libertades, así como manipular la representatividad legislativa. Esto, aquí y en cualquier sitio, es contrario al ideario de las primeras 3T. La 4T se asemeja más a los antagónicos de las anteriores transformaciones.