La política, que algunos llaman ciencia o, como Maquiavelo, la definen como arte, es la actividad o grupo de actividades que comprende la forma de gobierno y la organización de los mismos sobre los grupos o sociedades que se conforman en comunidades, estados y países.
En México, la práctica de la política es plurifuncional en su concepto y es ejercida no solo por los políticos de carrera, sino también por sindicatos, líderes sociales, religiosos, empresariales, grupos conformados con diferente naturaleza y, ¿por qué no decirlo? hasta criminales e individuos “independientes” comunes y corrientes (aunque, por lo regular, los corrientes son también los más comunes), y que tiene la visión de hacerse de beneficios de cualquier índole, a través de la forma y estructura de gobierno.
Es así que la política se ha convertido en el vehículo ideal para transportar a todos los sinfines del territorio y a todas las estructuras internas de gobierno público o privado, sobre la potente estatura que le da su propio poder, al canibalismo humano que representa la corrupción.
La corrupción, en sí, de manera sencilla y clara, se describe como un acto o una actividad de deslealtad hacia los principios éticos, morales, sociales y humanos de la honestidad. (He ahí el porqué de “canibalismo”). Y es así que tenemos en nuestro país la presencia de la corrupción en todos los niveles de gobierno y de organización corporativa, que se manifiesta como fenómeno a través de distintos rostros bajo el manto del quehacer político.
A través de un “moche”, de una “mordida”, de una recomendación, una insinuación, una dádiva, un donativo, una limosna, un porcentaje, un interés, una ayuda, una colaboración, un disimulo, un acuerdo, un desvío, una comisión, un chantaje, un favor, un pago, una factura, una simulación, una presión y de mil formas más, el acto de deslealtad a la honradez se ejecuta de manera oculta a través de la política.
En los deportes, en la iniciativa privada, en las universidades, en las escuelas, en los sindicatos, en los restaurantes, en las oficinas, en las policías, en los agentes de tránsito, en los bancos, en las compañías de seguros, en las iglesias, en los gobiernos, en el periodismo, en los servidores públicos, en los prestadores de servicios, en las constructoras y en todos lados y rincones de nuestras sociedades, se practica la política, presumiblemente para el bien común. Pero ésta, como parte ya de una cultura arraigada en nuestra sociedad, viene acompañada generalmente de la corrupción: recuerde, en este país “El que no tranza no avanza”.
Y como “El pez grande se come al chico”, el poder en la estatura de quienes están mejor posicionados que otros hace que esos otros, como consecuencia, sucumban al arbitrio o al antojo de la voluntad política de la corrupción.
Como sociedad, debemos ser más observadores precisamente de los actos y hechos desleales de los que hemos sido testigos a lo largo de la historia reciente en nuestro país, en nuestro Estado y en nuestras Instituciones a través de la política, para reclamar, en consecuencia, aclarando, por supuesto, que la corrupción no es un fenómeno exclusivo del poder público.
Sin embargo, hoy la corrupción en la política la observamos en la deslealtad hacia la honestidad, que principalmente, a través de los grupos políticos que, sin trasgredir la ley, pero sí burlándose de los principios de ella, han faltado a sus valores e ideales de lealtad, brincándose de un partido a otro para conservar u obtener una estatura de poder.
Pero la corrupción, o deslealtad a los principios de honestidad, también la vemos en todos los rostros de todos los niveles en la gran esfera que compone nuestra sociedad. En una licitación, en un hecho violento, en un semáforo apagado, en un recarpeteo, en una obra pública, en un líder de opinión, en un líder sindical, un líder religioso, un líder empresarial o en un gobernante que miente, oculta o desvía la atención de su trabajo para buscar lo que particularmente le interesa y que no es precisamente el beneficio de la sociedad.
Las necesidades en nuestra sociedad son ahora más apremiantes que nunca, y no se solucionan desviando la atención en temas menos importantes y sin honor a la verdad, sino con un trabajo responsable bajo los principios éticos, morales, sociales y humanos emanados de la honestidad y honradez.
Honestidad y honradez con la que podríamos alcanzar a contar nuevamente con seguridad, libertad, recursos, obra pública, empleo, movilidad, tranquilidad, certidumbre, paz social y, sobre todo, la armonía y el bienestar que tanto anhelamos y que tristemente hoy carecemos.
Por hoy es todo. Medite lo que le platico, estimado lector, esperando que este nuevo amanecer se traduzca en un reflexivo día. Por favor, cuídese y ame a los suyos. Me despido honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco, con sus hermosas palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos Dios mediante aquí el próximo lunes.