El 12 de diciembre se paraliza el país, y la atención se centra en la celebración de la Virgen de Guadalupe.
Abordemos la efeméride desde la perspectiva histórica. El dogma y su aporte religioso son inamovibles, pero revisemos, partiendo de que es un momento que atrae tanto a guadalupanos como a anti-guadalupanos. El milagro guadalupano es, como Juárez o Pancho Villa, un fenómeno que atrae a fieles y antagónicos por igual.
La aparición (así la llamaré) tiene su respuesta histórica, sin que por ello se acredite ni desacredite el milagro como un acto de fe. Lo tangible es que la imagen de la Virgen María, adorada en el cerro del Tepeyac, es el factor que da origen al mestizaje total en México.
El 9 de diciembre de 1531 se da la primera de las apariciones de la Virgen a Juan Diego en el Tepeyac. Allí, le pide que entregue al obispo Juan de Zumárraga el mensaje conocido: quiere su templo en el llano de ese sitio.
Existen historiadores que afirman que fue hasta mediados del siglo XVII cuando se escribió sobre la aparición. Sin embargo, Miguel León-Portilla, en su libro Tonantzin Guadalupe, afirma que el Nican Mopohua (el relato de la aparición) es obra del indígena Antonio Valeriano, escrito en 1556, apenas 25 años después de la aparición.
Valeriano fue discípulo de Bernardino de Sahagún y dominaba, además del náhuatl, el español y el latín. Fue un hombre culto y escritor indígena reconocido, descrito por Sahagún como su alumno “el principal y más sabio”.
La cuarta aparición de la Virgen a Juan Diego, según el Nican Mopohua, ocurrió el 12 de diciembre de 1531, y es ahí donde Juan Diego recoge las rosas que coloca sobre su tilma para luego mostrarlas a Zumárraga. Este es el momento en que se construye el milagro y queda plasmada la imagen en la vestimenta.
Sobre el nombre de “Virgen de Guadalupe”, la investigadora de la UNAM Gisela von Wobeser, en su artículo Mitos y realidades sobre el origen del culto a la Virgen de Guadalupe, señala que Gonzalo de Sandoval, compañero de armas con Hernán Cortés, estableció en el Tepeyac un fuerte y una pequeña ermita. En ella, colocó una imagen a la Virgen María de Guadalupe, proveniente de Extremadura.
Pronto pasó de ser la Virgen María de Guadalupe (por el nombre del sitio) a la Virgen de Guadalupe. Sobre la fecha en que inicia la adoración, León-Portilla resalta que, apenas unos años después de la aparición, su devoción alcanzaba a indígenas y españoles por igual, recibiendo incluso a peregrinos que llegaban con cantos y danzas desde más de 100 kilómetros de distancia. Otros llegaban de rodillas y con ofrendas.
Fray Juan de Bustamante interpuso en 1556 una queja por la cantidad de visitantes que recibía la capilla de Guadalupe. La molestia del franciscano surgió porque aseguraba que los indígenas acudían a adorar a Tonantzin, la Diosa Madre de la religiosidad prehispánica, quien, justo en el cerro del Tepeyac, había tenido su santuario. Esta fue una de las causas por las cuales Gonzalo de Sandoval colocó la imagen de la Virgen de Guadalupe en ese sitio.
Más allá de los creyentes en la aparición o de la antiaparición, la Virgen del Tepeyac o de Guadalupe, desde 1531, cobró adoración sin distingo de razas. María Concepción Amerlinck de Corsi, en su artículo El santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en 1709, señala que casi de inmediato se levantó una sencilla ermita y fray Juan de Zumárraga colocó, el 26 de diciembre de 1531, la imagen traída desde la Catedral de México.
Aparición o no, la Virgen de Guadalupe es símbolo de mexicanidad y factor de cohesión para el mestizaje biológico y cultural que, a la fecha, permanece y da identidad.