Bajo el sol de una mañana de agosto, en California, el sonido ensordecedor de las sirenas policiales rompió el silencio, convirtiendo la calma en caos. Las autoridades detuvieron a un grupo de estudiantes del área de Stanford por graves delitos de asalto a mano armada y robo. Sin embargo, ninguno de ellos había hecho nada malo. ¿Cómo era posible? La realidad es que eran todos voluntarios en un experimento científico, donde se mezclaba la realidad con la ficción.
De esta forma, inició en 1971 el experimento de la cárcel de Stanford. El famoso proyecto psicológico en el que 24 estudiantes fueron voluntarios para tomar el rol de 12 guardias y 12 reclusos en el sótano de la universidad, locación que fue reestructurada para simular los horrores de una cárcel de verdad.
Lo que hizo tan famoso a este experimento, dirigido por Philip Zimbardo, fue el fuerte impacto psicológico que tuvo en sus participantes. En el primer día, todos tomaban sus papeles a la ligera, riendo y bromeando como si se tratara de un juego. En el segundo día, las cosas cambiaron, los reclusos organizaron una revolución e hicieron barricadas dentro de las celdas, poniendo las camas contra la puerta.
Los guardias nunca olvidaron esto, y desde ese momento hasta el final del experimento nunca dejaron de aplicar crueles castigos físicos y emocionales contra los reclusos… cada quien tomando su papel muy en serio, llegando a no distinguir entre la realidad y lo ficticio. A pesar de estar programado para durar 15 días, el experimento tuvo que ser suspendido al sexto día debido al nivel de deterioro de los involucrados.
¿Qué importante lección podemos aprender de este experimento?
Comparto dos aprendizajes considerables desde mi punto de vista:
1. Existe una influencia enorme sobre nuestro comportamiento derivado de las etiquetas que nos ponen o que ponemos. Si te dices a ti mismo continuamente que eres torpe para los deportes, acabarás siéndolo.
2. El medio ambiente influye poderosamente en nuestra conducta, tal vez más allá de nuestra propia personalidad. En el experimento de Stanford el rol asignado fue aleatorio, por lo que se comprueba que los el comportamiento obtenido de los individuos sólo dependía del grupo al que pertenecían,
El primer aprendizaje lo podemos utilizar cada mañana que nos veamos frente al espejo.
¿Qué te dices sobre ti mismo? Y aunque no seas de los que hablan solo, ¡tus pensamientos también te influyen! ¿Qué dicen tus pensamientos sobre tu reflejo? La recomendación es que te hables a ti mismo con el mayor positivismo y comprensión posible. Aunque parezca un consejo sencillo, no lo es, nuestras mentes tienden más a los pensamientos negativos.
Por otro lado, seguramente has leído que somos el promedio de las cinco personas con las que más convivimos. Este experimento lo comprueba desde una perspectiva diferente, no sólo desde el punto de vista de las personas con las que convives, sino del hábitat donde lo haces.
El doctor Zimbardo lo decía de esta manera: la mayor influencia negativa no es la manzana podrida, sino la cesta que las contiene.
Aprovecha el aprendizaje de este experimento a tu favor. Si eres vendedor, ejecutivo o director, ponte una etiqueta que refleje tu grandeza interior, que te recuerde todo el tiempo que puedes llegar a donde te lo propongas. Sin embargo, esto difícilmente sucederá si tu círculo está formado por personas que te recuerdan lo contrario. Relaciónate con quienes sean un ejemplo de lo que quieres ser.
“Nunca hablarás con otros más de lo que te hablas a ti mismo en tu cabeza. Sé amable contigo mismo”. Autor perdido por el tiempo.
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