Opinión

La otra mirada al 2 de octubre. Tercera y última parte

Sección Editorial

  • Por: EH
  • 04 Octubre 2024, 00:12

Tercera y última parte

El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz tenía tres grandes problemas en el verano de 1968.

1.- La presión del gobierno estadounidense. 2.- Los Juegos Olímpicos, compromiso adquirido en el gobierno de López Mateos. 3.- Las manifestaciones estudiantiles, renuentes al diálogo.

El entusiasmo del presidente Díaz Ordaz por las Olimpiadas era poco. En realidad, le generaba muchas preocupaciones. Los ojos del mundo estarían enfocados en México. El país recibiría miles de extranjeros. La prioridad del gobierno era garantizar la seguridad a los visitantes y la estabilidad de la nación.

Desde el primer año de su gobierno, GDO había consultado a distintos sectores de la sociedad la posibilidad de declinar la sede de los Juegos Olímpicos. Se concluyó que al hacerlo “podía perjudicarse gravemente nuestro crédito en los medios bancarios internacionales y deteriorarse nuestra economía interna”.

Gustavo Díaz Ordaz se sentía sumamente orgulloso de haber sido universitario, y más aún, de haber sido profesor y vicerrector de su alma mater, la Universidad de Puebla. Cada año inauguraba el ciclo escolar en la UNAM y el IPN.

¿Entonces cómo se explica la matanza de Tlatelolco?

En agosto de 1966 se fundó la Organización Continental de Estudiantes Latinoamericanos en La Habana, con el objetivo de “promover la solidaridad de los estudiantes del continente en la lucha contra el imperialismo, así como para consolidar los lazos de unión con los campesinos y obreros”.

En 1966, el rector de la UNAM, Ignacio Chávez, se vio obligado a renunciar debido a las manifestaciones en contra de las reformas universitarias en las que se eliminaba el pase automático y se implementan el examen de selección a todos los aspirantes sin importar si eran egresados o no del bachillerato de la universidad.

Poco después se dio a conocer la creación del Consejo Estudiantil Universitario… y su cercanía al Partido Comunista Mexicano.

Tras la renuncia de Ignacio Chávez quedó como rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, quien en el sexenio de Adolfo López Mateos había sido Secretario de Obras Públicas y había tenido varios desencuentros con el entonces secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz.

De acuerdo con la historia oficial, Barros Sierra solucionó todas las demandas de los estudiantes que habían provocado la renuncia de Chávez. Es decir, que ya no había razón para manifestarse en las calles.

Si algo ha demostrado la historia universal es que las grandes tragedias no se dan solas y mucho menos por casualidad. Siempre hay alguien moviendo los hilos. Y los estudiantes fueron tan solo sus marionetas.

El 22 de junio de 1968, los alumnos de la vocacional 2 del Instituto Politécnico Nacional y la Preparatoria 1 de la UNAM comenzaron un pleito callejero tras un partido de futbol. Las autoridades del IPN solicitaron el apoyo de la policía, lo cual concluyó en un severo acto de represión hacia los jóvenes.

La tensión fue aumentando con el paso de los días. A petición del regente del Distrito Federal, Alfonso Corona del Rosal, el 29 de julio llegaron a la capital tanques ligeros, jeeps con bazucas y morteros.

El Ejército se apostó frente a la Preparatoria 1 (actualmente el Museo de San Ildefonso), al mando del general José Hernández Toledo, y dispararon un bazucazo contra la puerta. Granaderos y militares aprehendieron a los estudiantes.

José Barros Sierra y Agustín Yáñez, titular de Educación Pública, acordaron el cierre temporal de las preparatorias y vocacionales.

Si bien es cierto que en 1968 la agitación estudiantil se había convertido en un fenómeno desde Alemania Occidental, Europa, Estados Unidos y hasta América Latina, no era suficiente para que llegara al nivel de las manifestaciones en México.

Cualquier tipo de manifestación requiere reclutamiento de participantes, organización y algún método de financiamiento.

Si se hace una comparación imparcial con el presente, se pueden encontrar numerosas similitudes con las manifestaciones que reclamaban el regreso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en el sexenio de EPN. Por muy descabellado que parezca, y aunque cueste admitirlo, dichas movilizaciones fueron financiadas y apoyadas por la izquierda. 

Junto a ellos marcharon los sindicatos del SNTE, la extinta Luz y Fuerza y muchos más. Cabe recordar que los padres de los 43 viajaron a Estados Unidos y Europa para manifestarse ante organismos internacionales.

Es razonable y objetivo cuestionarnos de dónde conseguían dinero tan sólo para vivir si pasaron la mayor parte del tiempo manifestándose.

Más aún, ¿por qué en cuánto AMLO ganó las elecciones desaparecieron las manifestaciones de los 43? Se evaporó el reclamo de “Vivos se los llevaron y vivos los queremos”. Ahora sólo queda la esperanza de por lo menos encontrar los cuerpos.

En las últimas dos décadas, el 2 de octubre era un día de terror en el Centro Histórico. Todos los locales de la zona cerraban sus puertas.

Grupos anarquistas salían a las calles a destrozar todo a su paso: ventanas, puertas, paradas de autobuses, lo que fuera. Y ni hablar de los Oxxos que saqueaban. Pero el 2 de octubre de 2018, justo cuando la “izquierda” ganó las elecciones, no hubo los tan comunes destrozos a negocios en el Centro Histórico.

Es fácil imaginar a 20 alumnos indignados que con sólo el poder de convencimiento lograron atraer 100,000 personas (por decir una cifra).

Pero la realidad es otra. Se necesita promover “el  movimiento”, convencer a la gente que abandone sus actividades cotidianas para marchar en las calles con pancartas.

En los últimos días de diciembre de 2018 y el 2 de enero de 2019, 100 personas se manifestaron afuera de Palacio Nacional por despidos injustificados en el SAT. ¡Cien! Tan sólo 100 personas, de más de 2,500 despedidos. ¿Dónde estaban los otros 2,400? ¿Falta de interés? ¿Falta de convocatoria? ¿Falta de financiamiento o de apoyo de algún partido político?

Lo mismo podemos preguntarnos sobre las víctimas del terremoto de 2017 en el Colegio Rébsamen en Tlalpan. ¿Por qué nos prosperaron las manifestaciones de los padres que exigían justicia? ¿Falta de convocatoria? ¿Falta de financiamiento o de apoyo de algún partido político? ¿Sería porque hacer ruido no iba a afectar a Enrique Peña Nieto sino a la delegada de Tlalpan y futura candidata a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum?

Pero… Si la manifestación beneficia, en este caso a los intereses de Morena o de AMLO, la historia es muy distinta. Desde finales de diciembre de 2018 y enero de 2019, manifestantes instalaron un platón afuera afuera de la Suprema Corte de Justicia, con casas de campaña y decenas de pancartas en las que se exigía que los magistrados bajaran sus sueldos de acuerdo a la petición de AMLO. ¿Quién en el planeta tiene tiempo, dinero y vida para hacer un plantón por algo así? En una investigación periodística de Milenio, se develó que varios de los manifestantes del plantón de la SCJN han participado prácticamente en todas las manifestaciones de los últimos 10 años. En pocas palabras: reciben ingresos y viven de eso.

Hoy en día, las redes sociales son una gran herramienta de comunicación. Pero en septiembre de 1968 la única forma de llegar al a gente era por medio de desplegados en periódicos, volantes, mantas, anuncios en paredes y voluntarios. Muchísimos voluntarios. Cientos. Y todo eso costaba miles de pesos (hoy en día, un desplegado en El Universal cuesta arriba de $200,000 pesos). Alguien tenía que financiar todo eso.

¿Quién estaría interesado en financiar y en promover el movimiento del 68? La historia nos dejó varias pistas.

Javier Barros Sierra había sido Secretario de Obras Públicas en el sexenio de Adolfo López Mateos y adversario de Gustavo Díaz Ordaz en la precandidatura presidencial. Cuando renunció Ignacio Chávez en 1966 a la rectoría de la UNAM, Díaz Ordaz aceptó la designación de Barros Sierra para limar las asperezas que habían quedado en el 63, cuando López Mateos designó a GDO y no a JBS.

La rectoría de la UNAM nunca ha sido 100% autónoma. Por muchos años fue una extensión del PRI. Un claro ejemplo es la cercanía entre el exrector José Narro y Enrique Peña, quien le otorgó la Secretaría de Salud, al doctor Narro en cuanto terminó su gestión al frente de la UNAM. Las universidades estatales tienen el mismo poder de convocatoria que los sindicatos y lo han demostrado muchas veces. Pueden movilizar a toda una ciudad o al país entero. No es casualidad que los porros sigan existiendo después de tantos años. Tampoco es normal que el Auditorio Justo Sierra, dentro de CU, siga secuestrada desde 1999 por “grupos activistas” ¿Por qué no los sacan?
Después del bazucazo en la Preparatoria 1, el rector tenía dos opciones: calmar a los estudiantes o apoyarlos, lo cual implicaba declararle la guerra a la Presidencia de la República. Y lo hizo. Alimentó el conflicto con un objetivo: quitar a Luis Echeverría de la candidatura presidencial y lanzar al precandidato de los universitarios: Emilio Martínez Manautou, secretario de la Presidencia. Luis Echeverría no se iba a quedar con los brazos cruzados.

Una de las fórmulas de la política más eficaces es “crear conflictos para luego solucionarlos”. La huelga universitaria de 1966, como todas las huelgas estudiantiles de México, fue una manipulación de un grupo de priistas para quitar a Ignacio Chávez y colocar a Javier Barros Sierra como rector. El pleito callejero entre estudiantes del IPN y la UNAM fue tan sólo la carnada para derrotar a Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación y posicionar a su propio candidato presidencial Emilio Martínez Manautou, secretario de la Presidencia.

El error de Javier Barros Sierra fue no medir las consecuencias. Díaz Ordaz se encontraba en gira de trabajo el día del bazucazo a la Preparatoria 1. La orden la había dado Luis Echeverría a Alfonso Corona del Rosal y al secretario de Defensa, Marcelino García Barragán. Es decir que Echeverría había mordido el anzuelo. Según los pronósticos de Barros Sierra, Echeverría Álvarez había cavado su propia tumba.

Nadie imaginó que podría ocurrir algo peor que el bazucazo. El rector de la UNAM apostó todo. Creyó que las manifestaciones obligarían a Echeverría a renunciar a la Secretaría de Gobernación y a la candidatura presidencial. Se equivocó.

Barros Sierra, al encabezar las marchas de protesta, pasó a la historia como el héroe del 68, pero metió a los estudiantes en una bomba de tiempo. Una malévola disputa por la candidatura presidencial de 1970. Cuando quiso establecer el diálogo entre universitarios y el gobierno fue demasiado tarde. Luis Echeverría había infiltrado gente al movimiento,inyectado dinero y proporcionado armas para que éste creciera, se saliera de control, se hiciera violento y a su vez se convirtiera en un conflicto nacional. Al mismo tiempo Echeverría lograba que el presidente Díaz Ordaz encontrara en su secretario de Gobernación a un funcionario leal y eficiente, capaz de mantener la estabilidad del país ante la inauguración de los Juegos Olímpicos.

El 2 de octubre de 1968 se llevó a cabo la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas por órdenes del secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez.

Documentos del director de inteligencia e Investigación del Departamento de Estado de Estados Unidos, Thomas L. Hughes (desclasificados en 1998), confirman la manipulación de Luis Echeverría en el movimiento y su autoría en la matanza del 68. Asimismo, el 18 de octubre de 2006, la CIA liberó documentos clasificados del 68, en los cuales se revelaba que Luis Echeverría Álvarez era agente de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, que su nombre clave era “LITEMPO 14” y que había sido reclutado por Winston Scout, jefe de la CIA en México entre 1956 y 1969. En todo ese tiempo LEA le proporcionó información clasificada del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz a la CIA. Los documentos desclasificados también revelaron que Luis Echeverría falseó información a la CIA sobre el movimiento estudiantil, asegurando que estaba siendo manipulado por comunistas y agentes extranjeros.

Irma Serrano, quien fuera la amante de Díaz Ordaz prácticamente todo el sexenio, narró sus memorias: “Gustavo vivía en mi casa (en el Pedregal). Por eso puedo constatar que ese día había ido a visitar cuatro pueblos incomunicados de Jalisco, y cuando regresó el 3 de octubre, azotaba las puertas, y cuando localizó a Echeverría, que no quería darle la cara, lo llenó de injurias y le gritó ¡Asesino! Recuerdo muy bien una conversación que tuvo con Echeverría días antes de marcharse a Guadalajara. Ordenaba que bajo ningún motivo se tocara a los estudiantes. El responsable fue el gusano, que dictó las órdenes precisas. Y se le pasó la mano. Díaz Ordaz se echó toda la responsabilidad a cuestas porque así era su carácter: orgulloso a cual más”.

El primero de septiembre de 1969, al rendir su Quinto Informe de Gobierno, Gustavo Díaz Ordaz dijo: “Asumo íntegramente la responsabilidad personal, ética social, jurídica, política e histórica por las decisiones del gobierno federal del año pasado”. Fue un acto responsable y valiente, pues a fin de cuentas él era el presidente y debía asumir la culpa que le correspondía por todo lo que ocurriera en el país. Muy diferente a la actitud de López Obrador de culpar a los expresidentes, a los neoliberales.

Gustavo Díaz Ordaz fue el último gran presidente de México. Gracias a él se alcanzó el estatus económico más alto:

1. Crecimiento sostenido anual de 7 por ciento. En los últimos tres sexenio el crecimiento ha sido de 2 por ciento. En los primeros cuatro años de AMLO (2019-2022) es de 0.04 por ciento.

2. Inflación de 3 por ciento. De enero a diciembre de 1995 la inflación pasó del 10.23% a 51.97 por ciento. Cinco años después del “error de diciembre”, en el 2000 la inflación bajó a 8.66 por ciento. En 2001 fue de 6.95 por ciento. Y en 2022 fue de 7.82 por ciento.

3. La deuda externa más baja de la historia: $3,800 millones de dólares. Con Echeverría y López Portillo se disparó a $80,000 millones de dólares. En 2023 es de $217,000 millones de dólares. En lo que va de la administración de López Obrador ha aumentado en $15,700 millones de dólares.

4. El dólar se mantuvo a $12.50 desde finales del gobierno de Ruiz Cortines hasta la salida de Díaz Ordaz. Es decir, 12 años de estabilidad.
Devaluación del peso al final de los siguientes sexenios: Echeverría (1976): $15.69. López Portillo (1982): $57.18. De la Madrid (1988): $2,289.58. Salinas (1992): $3,094.08. Entonces tuvieron que quitarle tres ceros a la moneda mexicana, y el dólar bajó por arte de magia a $3.37. Zedillo (2000): $9.45. Fox (2006): $10.87. Calderón (2012): $12.98. Peña (2018): $18.79. López Obrador (2 de octubre de 2023): $17.67 Gracias por leer y compartir:

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