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Opinión

La otra mirada al 2 de octubre. Segunda de tres

Columna Invitada

Segunda de tres

La inconformidad de Lázaro Cárdenas surgió con la política de ‘‘unidad nacional” de Manuel Ávila Camacho para combatir la polarización social que había a finales del gobierno cardenista.

Es decir que, para lograr la estabilidad del país, Ávila Camacho abandonó el proyecto cardenista y lo sustituyó por un nuevo tipo de modernización económica. 

En el MLN militaban altos oficiales del ejército mexicano, exdiputados, exsenadores, exgobernadores, exfuncionarios medios y altos y personalidades de izquierda como Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas, Luis Villoro, Elí de Gortari, Salvador Novo, Carlos Fuentes, Víctor Rico Galán y Fernando Benítez, entre otros. 

El MLN se desintegró poco antes de las elecciones de 1964, a las cuales pretendían postular un candidato. Su argumento para no hacerlo fue la falta de condiciones para una contienda electoral justa. Las razones principales de la disolución del MLN fueron sus conflictos internos.

Historiadores y analistas le adjudican al general Lázaro Cárdenas el fracaso del movimiento al mantener su militancia en el PRI y dar apoyo al candidato Gustavo Díaz Ordaz. 

Contrario a la creencia popular, Gustavo Díaz Ordaz no fue un presidente con poder omnipotente. De haber sido así, jamás habrían crecido las movilizaciones estudiantiles del 68. 

Hubo manifestaciones parecidas en gobiernos anteriores que fueron reprimidas inmediatamente. Por ejemplo, la de los mineros en 1948, la de los estudiantes del Politécnico en 1956 y la de los sindicatos ferrocarrileros en 1958 y 1959. 

El gran dilema en el sexenio de GDO era elegir entre reformar el sistema o reforzar los mecanismos de control político. Estados Unidos y la Unión Soviética estaban en plena Guerra Fría. En el mundo había sólo dos formas de gobierno: democracia o totalitarismo. Capitalismo o socialismo. Se corría el riesgo que al dar más libertad de expresión se desembocaría en una segunda Revolución mexicana, siguiendo los pasos de Fidel Castro en Cuba.

Para la gran mayoría de los mexicanos la matanza de Tlatelolco fue un arrebato del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Como si de un minuto a otro el malévolo inquilino de Los Pinos hubiese decidido enviar al ejército a matar a los manifestantes. Versión extremadamente alejada de la realidad.

Para entender un poco este acontecimiento es imperativo comprender la situación política en todo el mundo en la década de los 60.

En 1947 se firmó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, también llamado Tratado de Río, en el cual toda la región quedaba integrada al sistema de seguridad estadounidense. Para muchos, América Latina quedaba a la subordinación de Estados Unidos. Pero las cosas cambiaron con la invasión de Fidel Castro a la Bahía de Cochinos en abril de 1961.

Luego vendría el violento cierre de tránsito entre las dos Alemanias con la construcción del Muro de Berlín en agosto del 61. Y la crisis de los misiles en el 62.

En su discurso de toma de posesión, el presidente John F. Kennedy advirtió: “Castro es únicamente el principio de nuestras dificultades en América Latina. La gran batalla será tratar de impedir que la influencia de Castro se extienda a otros países”.

Estados Unidos utilizó el argumento de una ‘‘conspiración soviética” para instalar dictaduras militares, violenta intolerancia a movilizaciones sindicales o campesinas o ejercer presión en gobiernos vecinos, como México.

Para colmo, en 1960 en un encuentro con periodistas, se le preguntó al presidente Adolfo López Mateos cuál era la posición ideológica de su gobierno y éste respondió a la ligera: “Dentro de la Constitución, mi gobierno es de extrema izquierda”. Aquello generó una tormenta política y una inmediata disminución a la inversión privada.

En 1954 el gobierno de Estados Unidos había patrocinado y ejecutado por la CIA un golpe de Estado en Guatemala para derrocar al presidente Jacobo Arbenz. Hizo lo mismo en 1964 en Brasil, en contra del presidente Joao Goulart. Y en 1965 invadió República Dominicana.

Díaz Ordaz percibía la vecindad con Estados Unidos como una espada de Damocles. En su discurso de toma de posesión lo confirma: “O nacimos bajo el signo del anticolonialismo y en el pasado sufrimos invasiones, agresiones, intervenciones. Está, pues, en la esencia misma de nuestra nacionalidad, condenar cualquier hegemonía de un país sobre otro, sin importar de donde proceda ni la forma ni la modalidad que asuma”.

En 1967 la revista US News & World Report (muy cercana al Departamento de Estado en Washington aseguraba que muchos mexicanos de clase media y alta estaban convencidos de que el gobierno mexicano pediría a los Estados Unidos “que envíe tropas a través de la frontera para salvar a México del comunismo”.

Díaz Ordaz descalificó el informe: “Por ningún motivo en ningún caso, en ninguna circunstancia, ni siquiera como ultimo y supremo recurso, el Gobierno pedirá a otra nación que intervenga en nuestros asuntos”.

Es decir que para GDO el comunismo no era su mayor problema sino la presión que ejercía Estados Unidos sobre México.

Por su fuera poco, los partidos de izquierda, los movimientos socialistas y partidarios de la revolución de Fidel Castro habían crecido en la última década. Al no encontrar resultados a sus demandas, enfocaron su atención en los universitarios.

Sobre el movimiento estudiantil del 68 se han publicado novelas, memorias, crónicas, notas periodísticas, entrevistas y opiniones.

La mayoría desde la perspectiva de la izquierda, desde la mirada de los estudiantes, reporteros o testigos de aquel día, con un sólo objetivo: satisfacer al lector con el discurso simplista de pueblo bueno, gobierno malo.

Ha sido tan marcada la parcialidad de la lectura de la historia mexicana que nadie se cuestiona a cuánta gente asesinó Lázaro Cárdenas en el tiempo que sirvió a las fuerzas revolucionarias. A Miguel Hidalgo nadie lo juzga por haber ordenado la ejecución de cientos de personas.(Degollados para no gastar balas). ¿Debería figurar como héroe de la patria alguien que mató más gente que Luis Echeverría? (Esto no pretende justificar a Echeverría, sino demostrar la subjetividad del juicio social).

Gustavo Díaz Ordaz hizo más por el país que Miguel Hidalgo. Desafortunadamente México ha sido educado por la izquierda en las últimas décadas. (No se tome en cuenta los libros de la SEP). Un ejemplo muy claro fue la irresponsable y caprichosa decisión del sustituto de Mancera en gobierno de la Ciudad de México, el ignorante e imbécil José Ramón Amieva, de remover las placas de la línea uno del metro que mencionaban a Gustavo Díaz Ordaz como el presidente que mandó construirla. Una de las obligaciones de los gobiernos es preservar la memoria histórica, sin manipulación.

Son pocos los estudios históricos y análisis políticos que han enfocado su atención en la matanza del 68 de manera imparcial. Herbert Braun es uno de ellos. Pone en tela de juicio las ideas modernizadoras y democratizadoras atribuidas a los estudiantes.

Los movimientos comunistas habían fracasado con los sindicatos obreros, por lo tanto, se orientaron hacia los estudiantes en general y los campesinos.

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