La eterna desigualdad
Sección Editorial
- Por: Felipe de Jesús Cantú
- 09 Enero 2024, 01:15
Conforme pasan los años, el discurso de los especialistas y estudiosos de las condiciones socioeconómicas del mundo, confirma que las variantes en la desigualdad entre ricos y pobres sigue siendo alta y no tan diferente a las décadas previas.
A pesar de ello, se siguen y seguirán haciendo estudios que alimentarán discusiones académicas y políticas en los años que vienen. Siempre ayuda tener una perspectiva sobre lo que está pasando, aunque hay que reconocer que la dificultad para lograr lo que la revolución francesa denominó como objetivos sociales se alcance es mayúscula.
Libertad, igualdad y fraternidad. ¿Qué tanto hemos avanzado? ¿Qué tanto se parecen los problemas de entonces a los de ahora?
En el mundo se aprecia una sumisión a lo material que nos impide ser libres lo suficiente para no ponerle adjetivos. Créditos y empleos, redes sociales en nuestros teléfonos, atrapados por el sistema de prestaciones laborales y sistema de salud. La libertad es tan deseable como desconocida.
Igualdad no ha sido posible ante nuestras taras mentales que nos unen con los que se parecen a nosotros en la convivencia, desde los gustos por un deporte, los colegios de nuestros hijos, la colonia o sector donde vivimos. Marginamos como sociedad a los que tienen menos, a los que saben menos o a los que visten con mayor sencillez, como si eso marcara la diferencia y nos haga superiores.
Fraternidad que no se da ni en las familias que pelean el patrimonio o el cariño de los padres, la constante discriminación a los que, por su color, religión, forma de amar, costumbres u origen, son diferentes a nosotros y sólo acentúan la miserable forma de actuar de una sociedad utilitaria. ¡Vaya! No son fraternos ni los que van a comprar un pastel al Costco.
Es verdad que somos diferentes, pero también es verdad que la igualdad debe conseguirse desde el ángulo de las oportunidades para acceder a la salud, la educación, el alimento y vestido de manera que la dignidad se pueda apreciar en todos los que vemos y no vemos en nuestro andar cotidiano. Ahí es donde comienza nuestra historia.
Según la ONU, la OCDE y el Banco Mundial, la desigualdad se ha vuelto más evidente desde que nos atropelló la pandemia del Covid-19, al atar y desatar factores que parecían controlados por gobiernos y sociedad civil. Esto derivado de una recuperación económica dispar. Es una verdad irrefutable.
El mercado laboral se afectó, dicen algunos, a tal grado que no era posible pagar lo mismo que antes de la pandemia. También es verdad que eso no ocurrió en todos los segmentos de la economía ni en todas las empresas, pero igualmente sigue viviéndose una manera de contratar empleados basados en lo que ganan otros y no por lo que produce la industria o el comercio al que nos dediquemos.
Por lo general, cuando alguien va a contratar a alguien, primero averigua cuánto gana un homólogo en el barrio o ciudad, para luego definir cuánto pagarle al nuevo elemento del factor producción.
Hoy, como ayer, en la industria regiomontana hay carencia de mano de obra calificada y técnicos suficientes para echar a andar una línea de producción, pero esa carencia no ha sido suficiente para que los salarios tengan mejores niveles que asemejen a la economía de un país desarrollado. Pero también pasa por el servicio doméstico al que se le mal paga, “porque así se acostumbra”.
La ONU dice: Para combatir el flagelo de la desigualdad en todas sus formas y manifestaciones, seguirá siendo esencial generar mayor conciencia y ampliar el apoyo en materia de políticas, fijar objetivos y replantear las prioridades del gasto público a fin de reducir la desigualdad del acceso y las oportunidades, reorientar los marcos fiscales y tributarios para reducir las desigualdades intra e intergeneracionales de los ingresos y la riqueza, y gestionar el rápido avance de los cambios tecnológicos.
¿Y eso a quién le toca hacerlo realidad? Un pedacito a cada quien, ¿no crees?
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