¿Me creerías si te dijera que, conociendo cómo funciona mi cerebro, he mejorado mis relaciones con los que más quiero? Tal vez sí me crees o tal vez no. Déjame contarte un ejemplo para que entremos de lleno al tema.
Hace poco, una mamá me comentó preocupada sobre el comportamiento de su hijo: “Es muy inquieto, no puede estar quieto un minuto, y además, le encantan los refrescos.
Por eso, a veces me desespero y termino por usar nalgadas para corregirlo”. Al escucharla, no pude evitar reflexionar sobre lo irónico de la situación. Muchas veces, sin darnos cuenta, somos nosotros mismos quienes les damos alimentos que alteran su comportamiento, como los refrescos llenos de azúcar, y luego corregimos ese comportamiento de manera inadecuada, como usando castigos físicos.
Esto nos lleva a una pregunta clave: ¿qué impacto tiene lo que consumimos en nuestro cerebro y cómo afecta nuestras relaciones? Por otro lado, recuerdo la frase del psicólogo Daniel Siegel: “Los padres construimos el cerebro de nuestros hijos”. Así es, con cada interacción, corrección, silencio, abrazo, todo comunica y les estamos modelando lo que en un futuro ellos creerán que es lo correcto. El cerebro de los niños está en una fase de constante desarrollo, y nosotros, como padres, jugamos un papel esencial en cómo se construye. Las experiencias, el entorno y, en gran parte, la alimentación son fundamentales para este proceso.
De hecho, la psicología ha demostrado que podemos moldear el comportamiento de nuestros hijos de manera más efectiva cuando comprendemos cómo funciona su cerebro. Aquí entra en juego el concepto de "Growth Mindset" o “Modo de Crecimiento”de Aaron Beck, que nos enseña a no etiquetar a los niños como "inquietos" o "malos", sino a ver su comportamiento como parte de un proceso de aprendizaje y adaptación.
En lugar de usar castigos, podemos guiar su desarrollo hacia habilidades de autorregulación y autocontrol, fomentando el crecimiento emocional y cognitivo. Permitir los errores, ayudarles a ser más flexibles, que crean en ellos mismos y que sepan que su cerebro tiene la capacidad para aprender cosas nuevas y adaptarse al cambio.
Es importante también que los padres seamos conscientes de los efectos que ciertos alimentos tienen en el cerebro. El consumo excesivo de azúcar, gluten y colorantes como el rojo 40 (presente en muchos productos industrializados) puede causar hiperactividad, irritabilidad y dificultades para concentrarse. Estudios han demostrado que el colorante rojo 40 puede generar alteraciones en el comportamiento, como aumento de la inquietud y reducción de la capacidad de atención.
En un país como México, donde el 60% de la población tiene diabetes o prediabetes, y el otro 40% está en riesgo debido a una dieta alta en azúcares y carbohidratos procesados, es crucial ser conscientes de lo que consumimos y cómo afecta no solo nuestra salud física, sino también nuestras relaciones y bienestar emocional.
¿Qué podemos hacer entonces para alimentar correctamente el cerebro y, con ello, mejorar nuestras relaciones familiares? Una estrategia es optar por lo que los expertos llaman “happy brain foods”, alimentos que promueven un cerebro sano y un estado de ánimo equilibrado.
Entre estos se incluyen las frutas ricas en antioxidantes, como los arándanos, frutos secos como las nueces, el salmón por su contenido en ácidos grasos omega-3, y alimentos ricos en fibra, como el aguacate. Estos alimentos favorecen la estabilidad emocional, mejoran la concentración y promueven una mejor comunicación, lo que, sin duda, ayuda a reducir los conflictos familiares derivados de la irritabilidad o la falta de atención.
Y estos hábitos aplican no sólo para los niños, sino también para jóvenes, adultos y adultos mayores. Conocer cómo funciona nuestro cerebro y ser conscientes de la relación entre alimentación y comportamiento es clave para mejorar nuestras relaciones familiares.
Al adoptar una actitud de aprendizaje constante y modificar nuestros hábitos alimenticios, no solo ayudamos a nuestros hijos a desarrollar un cerebro más sano, sino que también creamos un entorno de respeto y crecimiento emocional, donde las correcciones se hacen desde el amor y la comprensión.
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