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Opinión

La mentalidad anticapitalista

Columna Invitada

“Todo mundo, sin importar lo fanáticos que sean a la hora de difamar y luchar contra el capitalismo, implícitamente lo homenajean al demandar apasionadamente sus productos”.- Ludwig Von Mises
 
Llama la atención cómo para algunos políticos “capitalismo” es una palabra vetada, casi indecente. Continuamente escuchamos argumentos a favor y en contra de este sistema económico, pero el reconocido economista Ludwig Von Mises, en su libro La mentalidad anticapitalista, nos presenta una opinión muy original sobre las razones detrás de las críticas a este modelo, sin el que resulta imposible explicar la vida moderna. Veamos.

Mises nos recuerda que, gracias al capitalismo –que va más allá del comercio– el ser humano común disfruta de bienes y servicios que eran inimaginables en épocas anteriores, incluso para los más prósperos –reyes, emires o emperadores.  

En este sistema económico las empresas, grandes y pequeñas, producen bienes para satisfacer necesidades de forma masiva, lo que permite continuamente mejorar el nivel de vida de las personas. Además, quien determina qué se produce, en qué montos, quién lo produce y con qué calidad, es el mismo consumidor, al ejercer su gasto diario.

Son indudables los avances en el bienestar de los países capitalistas y a pesar de ello, las críticas al sistema son continuas. Sin embargo, pienso que la gente que critica a este sistema, alabando las virtudes del colectivismo, difícilmente estaría de acuerdo en emigrar a Cuba, Venezuela o a Corea del Norte, donde una característica fundamental para mantener su sistema de gobierno es evitar la libertad de expresión.

La razón de estas críticas, indica Von Mises, es la siguiente: mientras que en comunidades tradicionales basadas en clases sociales la posición era fija generación tras generación, hoy en día en las economías modernas el lugar que ocupan las personas en la sociedad depende normalmente de sus propios méritos.

Muchos de quienes no alcanzan las metas que se propusieron en su vida, se frustran y tienen propensión a criticar al modelo económico al que atribuyen sus fracasos personales.

En un sistema monárquico, por ejemplo, la aristocracia no es un fenómeno de mercado que se modifique por decisión de los consumidores; la posición social de cada persona está fuera del control individual y se atribuye al destino o a alguna divinidad. 

En el capitalismo, en cambio, el principio de igualdad ante la ley permite que la creatividad y determinación personales definan quién es capaz de satisfacer al consumidor y quién controla los medios de producción; el que mejor lo haga sobresale en la sociedad –aunque ya he comentado que un empresario, por más próspero que sea, sólo es guardián temporal de la riqueza.

Otro punto de discusión es que existen personas que no alcanzan a adquirir todos los bienes que ofrece el mercado –esto es natural–. No obstante, el autor asegura que a las empresas les interesa llegar a un mercado masivo en las mejores condiciones de precio y calidad para expandir su negocio y sus utilidades.

Otros críticos observan que el capitalismo se concentra en satisfacer necesidades materiales, lo que distrae a la población de la creación y apreciación de las artes. Von Mises responde a esta crítica recordando que en otras épocas las artes le daban gusto sólo a los grupos de poder que tenían los medios para adquirir las grandes obras, mientras que ahora la producción a gran escala lleva mercancías cada vez más refinadas al mercado masivo.

Quizá la mayor crítica al capitalismo, según algunas personas, es que genera condiciones no satisfactorias de vida y pobreza para el trabajador. Sin embargo, Mises nos recuerda que, en una ambiente competencia, (i) la mayoría de las personas se benefician de productos a precios accesibles; (ii) la acumulación de capital genera mayor productividad, es decir con más máquinas se crean más mercancías por trabajador, lo que se traduce en mayores sueldos y (iii) al empresario le conviene tener a los mejores empleados, con los mejores sueldos del mercado para que contribuyan a hacer más grandes las utilidades de su empresa y no se vayan con sus competidores, además de que en una economía fuerte el empleado es libre de buscar el trabajo que más le convenga.

Me queda claro que la economía de mercado no es perfecta, pero ordena los recursos con base en lo que las personas eligen –y no por los deseos de un burócrata–, lo que constituye una libertad económica básica que debemos valorar.  

El gobierno, sin embargo, tiene un papel fundamental para que este sistema prospere, que consiste en diseñar un marco legal que promueva la competencia, la cultura emprendedora, el imperio de la ley, que garantice seguridad, así como una educación de calidad que se traduzca en oportunidades de desarrollo personal para todos los miembros de la sociedad.

Aunque Mises no lo menciona abiertamente, también estoy convencido de que las empresas, además de mejorar a la sociedad a través de la generación de empleos y la producción de bienes y servicios en condiciones competitivas, deben mantener un sólido compromiso social.

Esto implica, entre otras cosas, contribuir a mejorar la salud, la educación y el medio ambiente, la promoción de la libertad y el liderazgo con valores, a través de acciones que impulsen la prosperidad y la calidad de vida de la gente.

Podemos pelear por un mejor capitalismo, pero pensar que el colectivismo es un mejor sistema económico es ignorar la experiencia de la humanidad.

Sitio: https://www.ricardosalinas.com/

Twitter: @RicardoBSalinas

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