Sin ocultar mi apasionado gusto por el arte de la tauromaquia y dada la importancia y preocupación que las autoridades han mostrado estos últimos días por la vida y el bienestar del bravo toro de lidia, por encima de una inminente guerra comercial mundial, la implementación de aranceles, el crimen organizado, la fabricación y tráfico de estupefacientes, violaciones, desapariciones, abortos legalizados, levantones, secuestros, extorsiones, campos de exterminio y otras “nimiedades” de la vida nacional que, por lo que se ve, no ocupan el más mínimo interés de la propia autoridad, justo es reconocer que, producto de una retorcida y maquiavélica mente animalista, estamos a un 16´ del exterminio legal de toda una manifestación cultural que, a lo largo del mestizaje, nos ha obsequiado una orgullosa identidad nacional, que ha permeado a lo largo de la historia en beneficios económicos, comerciales, culturales, artísticos, ecológicos, laborales, tributarios, además de los valores sociales y humanos.
Evidente es que la propuesta de “castración” de la fiesta de los toros va encaminada a quitarle los valores del orgullo, la liturgia, la valentía y el respeto que hay en este ritual de arte escénico, auténtico y verdadero, que se representa entre la vida y la muerte. Con ello, se le quitaría la integridad de los valores de la emoción, la honestidad y la verdad, lo que deformaría a esta manifestación cultural, convirtiéndola en un show o espectáculo bufo, lo que provocaría la ausencia de público en los tendidos y, por ende, su rápido e irremediable exterminio.
Frente a esta propuesta, queda de manifiesto, por un lado, el gran conocimiento animalista de los procedimientos de la lidia, para ser monumentalmente encuadrados en el término “maltrato animal” y, por otro, la brutal ignorancia, la infantil ingenuidad o el habilidoso oportunismo de la clase política para satisfacer sus necesidades estructurales, electorales y políticamente convenencieras, desoyendo la naturaleza brava en el comportamiento del toro de lidia y la exigencia pública en la presentación de un espectáculo íntegro que provoca la emoción y el riesgo que convoca a la asistencia a las plazas de toros.
En mi opinión, el término “maltrato animal” debe ser preciso y exacto en consonancia con la naturaleza de cada especie, pues el tratamiento de cada una de ellas depende de su propia constitución morfológica y comportamiento natural. Es decir, no podemos tratar a un toro de lidia como una mascota, porque su naturaleza brava no nos lo permitiría. El umbral en que se debe de considerar ese supuesto “maltrato” debe de ir de acuerdo a la naturaleza de cada especie, pues el término “maltrato animal” es muy general y, al no establecerse conforme a la naturaleza de cada especie, este se aplica de acuerdo con la visión animalista de quienes promueven estos intentos prohibicionistas, ocultando en ello sus maquiavélicos, oscuros y comerciales intereses.
Ahora bien, como lo han comentado en un grupo de peñistas, si este “maltrato animal” se somete a la visión jurídica que nos rige a los humanos “y nos vamos a conceptos legales en la vía penal, las heridas que se les realiza a los toros con las puyas y banderillas son heridas que tardan menos de 15 días en sanar, por lo que serían consideradas como lesiones leves”.
En lo particular, creo que la fiesta de toros debe evolucionar para bien y a favor de la misma, independientemente de que se deba desestimar a quienes proponen la prohibición de las corridas de toros, pues sencillamente ni siquiera asisten a ellas. Por tanto, la violencia y maltrato que argumentan, no les afecta de forma legítima y directa. Hablan de la defensa de los animales, y la Industria Cultural de la Tauromaquia completa, total e íntegra, sin duda, es el instrumento más válido que existe para defender la especie del toro de lidia, pues el sacrificio de un encierro en una plaza de toros proporciona el recurso económico que alimenta, sostiene y mantiene al resto del ganado bravo que se queda para diversas funciones en la dehesa. Este sacrificio, hay que ser precisos, representa el 8% o 9% del ganado bravo que habita en las ganaderías.
De esta malsana propuesta animalista, existen muchos argumentos que se pueden rebatir, discutir y conciliar si se tuviera la oportunidad, independientemente de leyes y reglamentos que se deben reformar para evitar que se privilegie a los animales por encima de las diversas necesidades humanas que la fiesta de los toros satisface a cabalidad en los entornos social, cultural, artístico, profesional, económico, ecológico, laboral, comercial, turístico, alimenticio, tributario, artesanal y un largo etcétera.
Es evidente que el interés de estos grupos de animalistas, además del político y mediático, es meramente mercantil y no protector de la especie, como quedó demostrado luego de la prohibición de los circos con animales, donde más de 4,500 ejemplares de diferentes especies murieron al quedar fuera del amparo económico que generaba el espectáculo circense que los sostenía, y que esos grupos de animalistas dejaron a su suerte, exactamente como quieren dejar a la fiesta de los toros, en el exterminio.
Por hoy es todo, amable lector. Medite lo que le platico, disfrute la vida y al máximo a su familia, esperando que el de hoy sea para usted un productivo día. Me despido honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco con sus palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos aquí el próximo lunes.