El otro día me subí a uno de los camiones verdes de Muevoleón, a esos a los que se les va a aplicar el tarifazo. Supongo que, por las fechas de Navidad y el horario en el que abordé el transporte, había poca gente y pudimos encontrar asiento. En cuanto nos sentamos, una persona llamó nuestra atención: una señora que viajaba con una ficha de persona desaparecida sujetaba con un clip a su bolsa. La finalidad es clave: quiere que la gente a su paso la vea y, con suerte, reconozca a su hijo desaparecido. El rostro de una madre que lo ha perdido todo es devastador. La tristeza que la rodea, detrás de esas gafas de espejo, es de una melancolía infinita. Ha perdido el alma, pero la mantiene viva la duda de dónde estará su hijo. Ella no descansará hasta encontrarlo, porque, si no lo hace, su hijo puede necesitarla y no encontrarla.
Así de poderoso es el amor de una madre: pierdes la vida que se va junto al que ya no está. Ni un paso atrás. Todos los días se levanta pensando en no perder un minuto en la búsqueda. Son incansables, enfrentan todo tipo de obstáculos y desafíos, pero nada las detiene. Desde la cara de un ministerial malhumorado, al que claramente le importa más que no se enfríe su almuerzo que encontrar al familiar desaparecido, hasta los burócratas que dan largas a los apoyos y al seguimiento.
¿Qué le debemos como sociedad a estas madres que han perdido a un hijo o una hija? ¿Qué autoridad se toma la molestia de pensar: de qué viven, cómo pagan su transporte, quién cuida a sus otros hijos? Lamentablemente, ninguna. Por eso se han dedicado a cuidarse en colectivo, a cavar profundo, a realizar sus propias averiguaciones y llevarlas ante la autoridad haciendo un trabajo que no les corresponde y que no les pagan, pero que nadie más hace. A rogar para que las escuchen y puedan buscar en fosas, descubiertas por ellas. A estar todos los días preguntando en la fiscalía general, por sus familiares, por el ADN de los cuerpos hallados para ver si alguno coincide, y por fin cese la desesperada búsqueda.
¿A quién le importa el dolor? ¿A quién le importa la desolación, la falta de recursos para seguir fondeando su causa? ¿A quién, en este país, donde desde el gobierno de Calderón las personas desaparecidas se incrementan por cientos cada año?
Los integrantes del Consejo de Movilidad, que están próximos a votar el alza a las tarifas del transporte, ojalá piensen en todas las personas que tienen la necesidad de moverse diariamente a sus actividades prioritarias para sobrevivir, y se den cuenta de que, desde la comodidad de unas oficinas de gobierno, es fácil tomar decisiones que no tienen nada que ver con la necesidad de nuestra gente.
A las madres de personas desaparecidas, desde aquí les envío mi más grande reconocimiento, porque ustedes representan el rostro más grande del amor y de la esperanza.
Inicia un año más de búsqueda. Ayudemos todos, colaboremos con esa causa tan noble. No ignoremos nunca a quienes buscan y seamos observadores para ser buscadores también. Compartamos las fichas de búsqueda, exijamos a la fiscalía resultados y a los gobiernos dar los presupuestos adecuados.
A Luis Felipe Martínez Escobar: tu mamá te ama y te está buscando. Hoy la vi en un autobús y va camino a encontrarte. Resiste.