México prosigue su ruta hacia el centralismo, la extinción de los organismos autónomos y la concentración del Poder Ejecutivo frente a un Legislativo sumiso y abyecto, en vísperas de un Poder Judicial en las mismas condiciones. Todo augura que regresamos a los debates ideológicos del siglo XIX.
El poder hegemónico iniciado con López Obrador y continuado en su Maximato, pretende el control absoluto en todas las esferas del poder público y, desde ahí, someter a los otros poderes: económico, blandos o sociales y las fuerzas de poder bélico.
En el siglo XIX, las disputas políticas terminaban en las armas ante la intransigencia de los grupos de poder, cegados por sus pensamientos ideológicos.
Hace 200 años, en el nacimiento del país, la obstinación de Miguel Ramos Arizpe por alcanzar un federalismo radical, semejante al de EUA, provocó una disputa que se enfrentó al federalismo moderado de Servando Teresa de Mier y al centralismo de algunos legisladores constituyentes de la Ciudad de México, Edomex y Puebla, por citar algunos.
Luego de triunfar la República, desde dentro de los mismos grupos republicanos, democráticos y federalistas, apareció Antonio López de Santa Anna, quien centralizó al país en un gobierno absolutista y dictatorial. Controló al Poder Judicial, el Poder Legislativo y extinguió las gubernaturas en los estados de la república.
Mediante las armas fue depuesto para iniciar más de tres décadas con enfrentamientos derivados de los pensamientos radicales. Los liberales republicanos y demócratas lograron el poder definitivo en 1867 al derrocar al imperio ilegítimo de Maximiliano de Habsburgo y, con él, a los monarquistas centralistas mexicanos.
Luego de 157 años de aquel triunfo del republicanismo democrático, restaurador de las instituciones públicas, pareciera que regresamos al mismo punto. Volvemos a los centralismos absolutistas. La diferencia es que, en la actualidad, confunde a la población con el discurso de los republicanos usado hace siglo y medio.
Efectivamente, los organismos autónomos, aun cuando se soportan en la Constitución, son contradictorios a la misma; en ella se reconocen sólo tres poderes, y los autónomos son independientes a esos poderes. Son parte de una burocracia denominada “ciudadana”, que ni es ciudadana ni es apartidista del todo, pero es lo mejor que tenemos en ámbitos como telecomunicaciones, transparencia y democracia, por citar algunos.
Extinguir los organismos autónomos y concentrar el poder en un grupo o individuo es extremadamente peligroso para un país con su historicidad. Habrá quienes piensen que la historia del siglo XIX, y copiada en gran medida durante el partido hegemónico del siglo XX, es tema para libros viejos de Historia. Se equivocan.
La historia, en este caso, realiza las mismas funciones que la estadística: permite tener puntos de referencia para dimensionar los hechos y sus consecuencias.
El actual poder hegemónico pretende imponer su verdad ideológica, sin buscar el convencimiento o la negociación política. Por buenas que sean las intenciones, las formas son fondo, y en las formas todo denota que sólo interesa lograr su cometido.
Aplican eso de: “el fin justifica los medios”, aunque en las formas se destruya la paz política lograda desde finales de la Revolución Mexicana. No podríamos tener peor escenario: centralismo, el país en vías de extinción al federalismo, de la separación de poderes y la democracia, es decir, adiós al republicanismo democrático que defendieron Juárez y Madero.
Todo apoyado en un populismo que nos dirige al rancho del Macuspano… ¿Merecemos este Maximato?