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Opinión

La sabiduría de la cruz

Las cartas sobre La mesa

La sabiduría de Jesús brilla con una fuerza particular en la cruz. La cruz era el objeto más horrible a los ojos de un buen romano, y para un piadoso judío era signo de maldición divina. Para los contemporáneos de Jesús, el escándalo debió de ser mayúsculo. A quién se le ocurre hacer de la cruz el signo más elocuente de la sabiduría de Dios y del cristianismo, como nos enseña San Pablo.

Ciertamente, no a los hombres, pero se le ocurrió a Dios. Ante la figura de Jesús crucificado, la sabiduría humana o cae de rodillas en actitud de reconocimiento de una ciencia misteriosa y superior, o se rebela y sucumbe bajo el peso insoportable de algo que sobrepasa el humano razonamiento. 

Qué difícil es entender la cruz, el dolor, el sufrimiento, los fracasos, la enfermedad, la frustración, etc.

Sino tenemos fe, sino nos damos la oportunidad de entender como Dios nos va educando y puliendo de tantas aristas humanas que tenemos que pulir. Desde hace 20 siglos Jesús sigue proclamando desde el Gólgota que el madero de la cruz es el verdadero árbol de la ciencia del bien y del mal, de la ciencia de la vida. Los cristianos hemos de ser muy conscientes de que en la cruz está nuestra verdadera sabiduría, y que hemos de anunciar a todos el Evangelio de la cruz, el Evangelio del sufrimiento, que nos abre paso al camino de la gloria, de la vida, de la plenitud, de la Resurrección.

Ningún crucificado antes de Jesús pudo hacer de la cruz su trono y su cetro.

Sólo Jesús ha podido llevar a cabo esa transformación tan imposible: ha cambiado el signo de ignominia en signo de poder. Para los que creemos la cruz es potencia de Dios. El decálogo era signo del pacto entre Dios e Israel; el templo, con su imponente grandiosidad de edificio, de rito y de sacrificio, era signo del poder y trascendencia de Dios. Con Jesús la omnipotencia de Dios se hace patente en la debilidad de la carne, en la maldición de un madero, en la humana ignominia de un crucificado. De aquí el sentido redentor de nuestro dolor y momentos difíciles.

Hoy buscamos poner nuestra confianza en lo pragmático más que en lo espiritual. Tenemos una confianza sin límites en la inteligencia científica, por el hecho mismo de que vemos las grandes conquistas a las que ha llegado: en el mundo tecnológico, astronómico, biogenético, etc. y en cualquier forma del saber empírico. La inteligencia humana abarca otros aspectos, que necesitan un desarrollo, como la inteligencia emocional, filosófica, moral o la religiosa.

Desgraciadamente, la inteligencia en estos campos, en vez de aumentar, ha ido disminuyendo en los últimos tiempos, por la poca disposición a la reflexión y al análisis. Es una grande carencia en la vida y en la formación del hombre actual. La inteligencia emocional, filosófica, moral o religiosa preparan y facilitan el camino hacia la fe, hacia el encuentro con nuestra realidad de problemas, de dudas, de dolor, de sufrimiento, donde aprendemos con la fe a darle sabor y sentido de trascendencia, evitando tanta frustración inmediata, mientras que la inteligencia pragmática o científica no pocas veces lo obstaculiza o, peor todavía, liquida toda posibilidad de trascender al estar al servicio del click, de lo inmediato. 

Es verdad que la inteligencia como tal no hace creyentes, se requiere de la fe. Pero sin el soporte de una verdadera inteligencia, educada y con sentido trascendente, la fe se convierte en fideísmo, al igual que la inteligencia sin el complemento de la fe se convierte en puro intelectualismo o en positivismo científico. ¿Cuál es tu mentalidad, la de tus familiares y vecinos? ¿Aceptas la fe como verdadera ciencia de Dios al servicio del bien y dadora de sentido real a todo lo que acontence en la vida del hombre? ¿Qué podemos hacer los fieles cristianos para volar, en las tareas de cada día, en los problemas, en las cruces cotidianas, con las dos alas de la fe y de la razón?

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, ruega por nosotros.

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