Para alcanzar el poder en la política se requiere construir alianzas, compromisos y acuerdos. Una vez concluido el propósito de la alianza o aniquilado el adversario, se rompen los grupos y se dan las guerras fratricidas.
En el mundo, a través de su historia, podemos encontrar ejemplos diversos de cómo los aliados se distancian una vez que se logra el triunfo. Lo mismo los encontramos en las antiguas Grecia y Roma que los podemos ver en la historia de México.
A alguien escuché que la coalición del PRIAN no tendría futuro una vez que se consumara la derrota frente a los aliados de la 4T. Este momento de ruptura lo estamos viendo.
Si bien el PRI y PAN no han roto entre sí (aún), los grupos que conforman a estos partidos están en confrontación, todo indica que la guerra entre los mismos deriva de la discordia al no tener un enemigo en común.
El líder de la 4T supo entender muy bien este fenómeno, mantuvo unidos a sus aliados a través de conservar vigentes a los enemigos en común. “Los conservadores” han sido la figura retórica para cohesionar a sus aliados, esto explica por qué mantiene el discurso beligerante y de confrontación, a pesar de que la oposición está en resquebrajamiento, en terapia intensiva, dirían los médicos.
Al no tener un sentido de identidad, un poder el cual compartir ni un enemigo a quien enfrentar, la oposición inicia el proceso fratricida. Aclaro, no tiene enemigo al cual enfrentar porque en este momento la oposición no es rival para el partido hegemónico.
En el PRI y el PAN las cúpulas se disputan las migajas. El dirigente del PRI prepara una reforma estatutaria para enquistarse en el poder al menos otro sexenio y así volver a suspirar por la candidatura presidencial en 2030; en el PAN sucede algo parecido, el líder confronta a los suyos.
Quien gana es la 4T, lejos de preocuparse por los adversarios, se sienta en palco con palomitas en mano a disfrutar la función, observar cómo la maltrecha oposición se destruye a sí misma.
La 4T sabe que deben mantenerse unidos y por ello conservará viva (en el discurso) a la oposición.
En la historia de México tenemos infinidad de casos similares donde los otrora aliados terminan divididos. En la independencia, Allende rompe con Hidalgo y quizá este factor contribuyó al descuido en su ruta hacia las norias de Baján cuando fueron aprehendidos.
Agustín de Iturbide unificó a realistas e insurgentes, unidos se sumaron a él hasta el momento en que descubren los verdaderos intereses del militar, en ese momento algunos realistas, monarquistas y republicanos prodemocracia se unieron para acabar con el absolutismo al que se dirigía el gobierno de Iturbide.
Sin Iturbide en medio, se disolvió la alianza y se formaron bandos políticos: escoceses, yorkinos y nacionalistas. Más tarde, en la reforma, los liberales se unificaron contra los monarquistas mexicanos y los franceses.
Sucedió lo mismo, una vez aniquilado el rival, los liberales en torno a Juárez se confrontan y disputan el poder. Porfirio Díaz se convierte en el rival a vencer y unifica a los disímbolos, al caer él Madero rompe con su grupo, al morir éste, se unen Carranza y los caudillos Villa, Zapata, Obregón y Calles.
Sin Victoriano Huerta como enemigo se fracturan los revolucionarios hasta llegar al asesinato entre ellos.
La historia ayuda a entender que en política los aliados estarán unidos mientras haya un enemigo en común, cuando éste desaparece las fisuras surgen y el rompimiento con ellas.
En los partidos de oposición se quedaron sin rival y ahora vemos cómo se destruyen entre ellos.