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Opinión

Amar a la propia Iglesia y también a la de nuestro prójimo

Espiritualidad

Enseño espiritualidad en Oblate School of Theology en San Antonio, Texas. Hace quince años, comenzamos a ofrecer un doctorado en espiritualidad.  

En los quince años transcurridos desde entonces, hemos tenido estudiantes de doctorado de muchas diferentes denominaciones cristianas: protestantes tradicionales, evangélicos, episcopales/anglicanos y católicos romanos.

Durante esos quince años, no hemos tenido ni una sola conversión de alguien de una denominación a otra. Más bien, cada estudiante se ha ido de aquí con un compromiso más profundo con su propia denominación y una comprensión más profunda de todas las demás denominaciones cristianas. Nos sentimos muy orgullosos de eso. Ese es uno de los objetivos de nuestro programa.

Desde la Reforma Protestante, los cristianos han vivido quinientos años de incomprensión y sospecha mutua.

Cada uno de nosotros tendía a trabajar partiendo de la premisa de que pertenecíamos a la única expresión verdadera (o al menos la más pura) del cristianismo y buscábamos conversiones, es decir, que alguien abandonara su denominación y se uniera a la nuestra. 

Afortunadamente, las cosas están cambiando, aunque muchos todavía se aferran a las antiguas afirmaciones de ser la única expresión verdadera del cristianismo y a la antigua actitud defensiva con respecto a los límites denominacionales.

Una nueva visión está tomando fuerza y estamos empezando a vernos unos a otros bajo una luz diferente.

Estamos empezando a darnos cuenta de que el camino hacia la unidad no consiste en decir: “Ustedes están equivocados y nosotros tenemos razón”, aun cuando sigamos siendo conscientes de los problemas que nos separan.

Más bien, estamos mirando lo que compartimos en común como cristianos y seres humanos y estamos viendo que lo que compartimos en común empequeñece lo que nos separa.

¿Qué compartimos en común que empequeñece cualquier dogma, eclesiología, estructura de autoridad o malentendido histórico que nos separe?

Compartimos esto en común: un mismo principio, una misma naturaleza, una misma tierra, un mismo cielo, una misma ley de gravedad, una misma fragilidad, una misma mortalidad terrenal, un mismo deseo, una misma meta, un mismo destino, un mismo camino, un mismo Dios, un mismo Jesús, un mismo Cristo, un mismo Espíritu Santo. Y eso trae consigo tanto una invitación como un imperativo: ama a tu propia iglesia y ama también a la iglesia de tu prójimo.

Sin embargo, uno podría protestar, ¿qué pasa con todo lo que está mal en la iglesia de mi vecino? Es cierto que eso es un problema. Mas, es cierto que también hay cosas que están mal en nuestra propia iglesia, sin importar nuestra denominación.

Además, como afirma el renombrado erudito en religión Huston Smith, debemos juzgar a otra religión u otra denominación cristiana no por sus aberraciones o sus peores expresiones, sino por sus mejores expresiones, por sus santos.

Si esto es verdad, entonces todos podemos mirar a otras iglesias, a sus santos y a sus riquezas particulares para enriquecer nuestro propio discipulado en Cristo. En un nuevo y revelador libro, To Love Your Neighbor’s Church as Your Own (Amar la iglesia de tu prójimo como la tuya), Peter Halldorf, cristiano sueco, evangélico y ortodoxo, plantea la pregunta: “¿Qué significa amar la iglesia de mi prójimo tanto como la mía?

¿Puede un pentecostal ver a un católico romano como alguien que puede enriquecer su propia experiencia de fe? ¿Puede el católico romano ver a un pentecostal bajo esta misma luz?”.

Si somos honestos, debemos admitir que tenemos mucho que aprender unos de otros. Por lo tanto, ya no deberíamos distanciarnos unos de otros y comenzar a hablar cada vez más de “convergencia” en lugar de “conversión”. El Espíritu nos invita a unirnos en el respeto y en una humildad compartida, sin actitudes de sospecha o triunfalismo. En ese lugar, la desconfianza puede superarse.

¿Cómo podemos unirnos de esa manera? Ya hace una generación, el renombrado teólogo Avery Dulles sugirió que el camino hacia el ecumenismo no pasa por la conversión.

La unidad entre las iglesias cristianas no se logrará con la conversión de todas las diversas denominaciones y la unión a una denominación cristiana existente. Dulles sostiene que eso no sólo es irrealista, sino que no es lo ideal, porque ninguna denominación cristiana posee la verdad completa.

Más bien, todos seguimos caminando, esperemos con toda sinceridad de corazón, hacia la verdad completa, hacia un discipulado más pleno y hacia dar una expresión más plena al Cuerpo de Cristo en esta tierra. Todos seguimos caminando hacia eso.

Por lo tanto, el camino hacia el ecumenismo, hacia la unidad como iglesia cristiana, hacia la unidad en una mesa eucarística, está en que cada uno de nosotros, cada denominación, se convierta más desde dentro, en que se vuelva más fiel dentro de su propio discipulado, en que dé una expresión más verdadera al Cuerpo de Cristo, de modo que a medida que cada uno de nosotros se vuelva más fiel a Cristo, nos encontraremos progresivamente uniéndonos, convergiendo, creciendo cada vez más juntos en una sola familia.

Kenneth Cragg sugirió una vez algo similar en relación con la pregunta de la interreligión entre las religiones del mundo. Después de trabajar como misionero cristiano entre los musulmanes, sugirió que se necesitarán todas las religiones del mundo para dar expresión plena a Cristo en su totalidad.

Es hora de dejar atrás quinientos años de incomprensión y volver a abrazarnos como compañeros peregrinos, luchando juntos en un viaje común.

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