1. Hace una semana exacta se celebró el Día Mundial de la Filosofía. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) invitó, desde 2005, a conmemorar esta disciplina, tan despreciada como necesaria, el tercer jueves de noviembre de cada año. El hecho de que esa instancia internacional se preocupe por algo en apariencia tan académico nos debería llamar la atención, en especial a quienes la consideran irrelevante. Muchos la siguen definiendo como la ciencia con la cual, o sin la cual, al final te quedas tal cual.
2. Sin embargo, cada vez son más los profesionales de la filosofía que ocupan puestos directivos en empresas y otras instituciones. Y por algo será que muchos doctorados en universidades norteamericanas, de las más diversas facultades, llevan por título PhD: doctor en filosofía. Es cierto que no tiene un impacto laboral inmediato —¿quién trabaja de filósofo?—, pero cada vez es más necesaria para responder, o al menos plantear mejor, preguntas existenciales. Y en un mundo cada vez más líquido, aporta la solidez estructural del pensamiento crítico.
3. En su mensaje por la celebración, la Sra. Audrey Azoulay, Directora General de la UNESCO, sentencia: “La filosofía no es solo una ciencia milenaria, alimentada por tradiciones de todo el mundo, sino que es también un ejercicio vivo de cuestionamiento y concepción del mundo, tal como es, pero también tal como podría o debería ser… es, por tanto, esencial a la hora de definir los principios éticos que deben guiar a la humanidad… es igualmente insustituible si queremos repensar de manera sostenible nuestra relación con los seres vivos”.
4. El tema de este año, “El humano del futuro”, se inscribe en el entorno de la gran preocupación que compartimos muchos: en un mundo hipertecnologizado, no sabemos qué le espera a las próximas generaciones en su relación con la cibernética. El arribo vertiginoso de la inteligencia artificial, por ejemplo, está planteando interrogantes no solo en el terreno de la academia, la forma clásica de hacer negocios o la ciencia médica, sino también en temas tan distantes como las relaciones personales, la teología, la arquitectura y la poesía. ChatGPT redacta más que nosotros.
5. Es cierto que la enseñanza de la filosofía, sobre todo en las preparatorias, ha representado para muchos estudiantes un fastidio epistemológico: recorrer el pensamiento de autores tan difíciles como Platón y Hegel, y de conceptos tan oscuros como la esencia y la existencia, significó una pérdida de tiempo. Pero gracias al Mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, y a autores como el español Fernando Savater, con su Ética para Amador, la filosofía ha salido de las aulas para instalarse en las plazas, las cafeterías, las cantinas y las comidas familiares.
6. Yuval Noah Harari publicó en 2016 el libro Homo Deus: Breve historia del mañana. En él afirma que la humanidad del futuro vivirá feliz, gracias a los big data: seremos semejantes a los dioses de la mitología griega. No deja de mencionar, es cierto, las dificultades concomitantes a este mañana digital, como la elevación del promedio de vida, que rebasará los 100 años. No sé si sean ciertas sus predicciones, ni lo podré constatar. Lo que sí me queda claro es que la filosofía seguirá vigente, para ayudarnos a pensar lo que somos y a decidir lo que queremos ser.
7. Cierre icónico. Nos dice la historia que, ante una amenaza externa, las diferencias internas se hacen de lado, al menos por un tiempo, para poder enfrentar con mayor fortaleza los ataques que vienen de fuera. Si queremos resistir los embates de Trump, que sí ladra y sí muerde, es preciso encararlos con algo que no se le da a la 4T: unidad nacional. Tras un sexenio de polarizaciones, que parece continuar con menos groserías pero la misma belicosidad, es necesario pensar en la nación y no en el proyecto partidista. ¿Podrá promover este movimiento la presidenta? Veremos.