Hoy te cuento de cómo, el día de ayer, mientras hacíamos entregas de bibliotecas en escuelas públicas, la ciudad colapsaba de tráfico debido a un lamentable evento: un asesinato a un conductor, a pocos kilómetros de donde nosotros estábamos.
Qué ironía: unos tratamos de hacer el bien, mientras otros no. En fin, por eso quiero promover hoy, en nuestra columna semanal: La generosidad.
En estas fechas cercanas a la Navidad, nos encontramos más dispuestos a abrir nuestros corazones y nuestras manos hacia los demás. La Navidad, con su espíritu de amor, nos recuerda lo importante que es mirar a los demás y extender una mano.
Aunque la generosidad debería ser un valor presente a lo largo del año, es en diciembre cuando, por alguna razón, nuestra capacidad de dar parece florecer con mayor intensidad.
Pero, ¿por qué nos sentimos tan impulsados a ser generosos en esta temporada? La generosidad tiene un impacto profundo en nuestro cerebro. Según un estudio de la Universidad de California, "cuando ayudamos a los demás, nuestro cerebro libera dopamina, el neurotransmisor relacionado con la felicidad".
Este fenómeno demuestra que la generosidad no sólo beneficia a quienes reciben nuestra ayuda, sino que también actúa como un potente estimulante para nuestro bienestar emocional.
La neurociencia ha demostrado que nuestros cerebros están diseñados para experimentar placer cuando somos generosos, lo que convierte a la generosidad en una práctica tan beneficiosa para nuestra salud mental como para la de los demás.
Lo interesante es que, según el psicólogo Maxwell Maltz, reconocido por la famosa frase "un hábito se forma en 21 días", tenemos la oportunidad de crear un nuevo hábito justo a tiempo para finalizar el año.
Si nos proponemos ser más generosos con los demás en este mes de diciembre, podríamos estar despidiendo el año con una práctica que, con el tiempo, transformará nuestra forma de relacionarnos con el mundo.
Los hábitos, como el de la generosidad, tienen el poder de modificar nuestra perspectiva y mejorar nuestra calidad de vida, y no hay mejor momento para empezar que ahora.
La generosidad no necesita ser un acto grandioso; un simple gesto de amabilidad, un detalle para alguien cercano o incluso un momento de escucha pueden ser el primer paso para establecer un hábito que nos permita conectar de manera más profunda con los demás.
Según un estudio publicado en Psychological Science, las personas que practican actos de generosidad de forma regular muestran una mayor satisfacción con su vida y menor riesgo de sufrir depresiones o ansiedad.
En un mundo donde las noticias negativas parecen ser la normalidad —amenazas de guerra, violencia y tragedias—, la generosidad se presenta como una vacuna poderosa para contrarrestar la negatividad.
En lugar de quedarnos atrapados en un círculo vicioso de desesperanza, podríamos elegir hacer de la generosidad nuestra vacuna contra el pesimismo.
Te aseguro que mejorará nuestro bienestar y también contribuirá a un entorno más armonioso y esperanzador, uno en el que nuestros gestos de bondad, por pequeños que sean, puedan generar un impacto positivo y contagioso.
Te conté en otra columna, hace 15 días, que comenzamos una campaña de donación de cuentos para hacer bibliotecas en escuelas públicas. ¿Qué crees? La ayuda llegó en pocos días. 5000 cuentos, 15 bibliotecas y, además, se donaron más cuentos a escuelas extras de las que teníamos contempladas.
Soy testigo de las ventajas que experimenté con este acto de generosidad que logramos hacer entre muchas personas. Las caras de los niños, sus sonrisas y sus expresiones de ¡wow!, fueron momentos que se van a quedar en mi corazón.
La generosidad es gratuita y accesible para todos, y su poder es inmenso. La generosidad, en sus diversas formas, tiene el poder de transformar no sólo a quienes nos rodean, sino al mundo entero.
Vacúnate, comienza hoy a practicar la generosidad y verás que tu estado anímico comienza a tomar rumbos más positivos. Y si esto lo contagiamos como un virus, ¡imagina todo el bien que puedes hacer! Gracias por leerme.
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