Lo más triste de todo es que el simulacro de debate entre los candidatos a la Presidencia de México el domingo haya sido una simple muestra de nuestra mediocridad en todos los ámbitos: un debatidillo penoso. En el afán de emular a los países del primer mundo que hacen debates abiertos, bien planeados, conducidos y supervisados no hemos hecho más que el ridículo con un experimento mediocre. Tan ridículo que todavía hay quién pregunta ¿quién ganó? Yo les puedo decir que perdimos todos.
Mediocridad técnica. No es posible que el país en el que se descubrió el principio de la televisión cromática por el genio del ingeniero González Camarena, no sea capaz de producir una simple transmisión con cinco participantes, sin más requerimientos de imaginaria que colocar unos relojes en retroceso para limitar el tiempo de las respuestas. Que hicieron su función de confundir a todos.
Mediocridad en la mojigatería, porque los candidatos se negaron a que hubiera público presente que le pusiera emoción y participación, como acontece en los debates en Estados Unidos. Que aplauden con discreción y aprueban en su caso las exposiciones.
Mediocridad en el diseño de producción, en un país que ha probado por años que tiene suficientes talentos para diseñar, armar y producir con éxito programas informativos políticos de éxito en televisión. El formato del debatidillo, del cual ahora nadie quiere hacerse responsable y se lanzan la pelota del INE a los partidos, de los partidos al INE y a las candidatas que aceptaron el cinturón de castidad que les impuso a los participantes el torrente de preguntas, muchas tautológicas y supuestamente producto de una “consulta popular” de las que le gustan a Lopitos, con preguntas del centro, del norte y del sur.
¿No hay en México profesionales del periodismo capaces de elaborar cuestionarios incisivos, inteligentes, agresivos y honestos sobre los temas que al país preocupan como la inseguridad, la insalubridad, la corrupción y las mentiras?
Mediocres agresiones de todos conocidas.
¿Acaso es una novedad la responsabilidad de Claudia Sheinbaum y, para el caso, de Marcelo Ebrard y Mario Delgado, en el desplome de la Línea 12 del Metro capitalino y sus muertos? ¡Qué enorme descubrimiento dar a conocer que el colegio Rebsamen tenía un buen rato dictamen de que se iba a caer matando niños y adultos! ¿Y las acusaciones de actos de corrupción en la delegación que Xóchitl gobernó cuando su jefa era su hoy adversaria? Hipocresía vil. ¿Cuál de las dos tiene peores compinches? ¿En dónde está la diferencia de la calidad moral entre “Alito” Moreno o Mario Delgado y el mismo López Obrador?
Ridícula vileza. Dos veces presumió Claudia que, de los tres participantes, ella era la única que podía demostrar resultados, alterando –como es uso de la casa– las estadísticas de los homicidios en la ciudad capital. Peor aún, documentando su optimismo con una lista, citada dos veces, de reconocimientos de instituciones de dudosa estirpe como la OEA, el BID y otras venerables instituciones cuyos diplomas deben verse muy cucos en la pared de su despacho.
Repetición de lugares comunes, descalificaciones mutuas y vagas afirmaciones sin un rastro mínimo de propuestas concretas, inteligentes, creíbles y nuevas. Y ¿todavía quieren hacer otros dos chorizos de estos por televisión de aquí a las elecciones?
Se pueden quedar todos, el INE, los partidos, las candidatas, los productores y los auspiciadores de todo esto con su debatidillo.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): El presidente López debe estarle muy agradecido al gobierno de Ecuador por el favor que le hizo invadiendo ilegal, violenta y groseramente la sede de la embajada nuestra en Quito. Jorge Glas, el exvicepresidente que ya está preso, no es una hermana de la caridad. Pero, diga lo que diga Lopitos, la ley es la ley. Gracias a la acción ecuatoriana todos los mexicanos estamos apoyando al presidente López. Que les mande unas flores.