Me parece inevitable, aunque no sea excepcional, pero hoy voy a escribir sobre algo que disfruto mucho como espectáculo pero entiendo poco en su esencia. Más bien, quiero intentar acercarme a ella. El futbol. El deporte más popular entre los mexicanos y el que acapara la base de todas las discusiones, incluyendo las más sabrosas que son las intrafamiliares y las de cantina.
Hace 18 años regresé tras un larguísimo y multinodal periplo al lugar en que nací, Monterrey. Los elefantes, según dicen, regresan para morir en cierto sitio. Mis nuevos conocidos comenzaron entonces a hacer mi ficha signaléctica indispensable de todo recién llegado.
Lo interesante fue que no tenían tanta curiosidad sobre mis opiniones políticas, estado civil, inclinación sexual o preferencias culinarias. La pregunta capital era “¿le vas a los Rayados o a los Tigres?”. De la respuesta dependía la principal calificación, para colocarme en cierto cajón.
Entendido ésto, ya después fue más fácil abordar la clasificación maniquea que de la sociedad hace el llamado presidente de todos los mexicanos. De mi lado está el pueblo bueno y sabio, virtuoso y honesto.
Enfrente están los despreciables fifís, aspiracionistas, corruptos, traidores a la patria, prevaricadores, ladrones....la lista de epítetos que usa el presidente López es demasiado conocida y larga para reproducirla aquí. Y, después de todo, se basa en un principio cristiano: el que no está conmigo está contra mí: no hay medias tintas.
En nuestro microcosmos deportivo la división es similar, cercana al paroxismo. Acabo de ver un video que subió su protagonista –micrófono en mano, de rodillas frente a la tele y atento a la cámara cercana– gritando un “se los dije, se los dije, ¡bicampeones, carajo!”. Llevado a la práctica, el adversario de mi rival es mi amigo: si el Cruz Azul juega contra Rayados es obligación de todo tigre aplaudir y apoyar al Cruz Azul. Y al revés volteado.
Es cierto que en mi pueblo veo en las transmisiones de los juegos tomas intencionalmente frecuentes de parejas o grupos familiares bien portados, en los que hay camisetas de equipos rivales. Pero eso es en la televisión, y ya sabemos que ese es un mundo ilusorio. En la vida real las rivalidades subrayadas por el consumo etílico han tenido consecuencias trágicas. En los mismos estadios o fuera de ellos.
En estos días el comediante Eugenio Derbez publicó un par de videos de promoción electoral. Sin explicitar sus preferencias las dejó claras, y yo coincido con él, debemos votar en contra de la desunión, de las descalificaciones, de las divisiones y las agresiones a los que no piensan igual que nosotros.
Respetando por igual a los que piensan que el delantero del Cruz Azul estaba habilitado antes de que su equipo marcara un gol anulado por posición adelantada, así como a los que creen que el penalti pitado a favor del América no lo fue. América es el campeón y ya.
Hay tantas otras cosas importantes en la vida, dice el poeta.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Vista la calidad de la contienda electoral y la inflación que nos pega por doquier, uno se preguntaría ¿a cómo estará el medio kilo de intelectuales o artistas abajo firmantes?
felixcortescama@gmail.com