Estaban reunidos en amena charla un exgobernador de algún estado con un puñado de amigos y excolaboradores. En eso, uno de ellos le preguntó a quien fuera un reconocido y querido mandatario cuál había sido el año más difícil de su gestión. —¿Cuál creen ustedes qué haya sido? —Reviró éste, para abrir un intercambio de ideas.
Después de meditarlo unos segundos, quien había lanzado la interrogante dijo —Yo creo que el primero. Es cuando se tiene que escoger y calibrar al gabinete, se tiene todavía la sombra del anterior gobierno, la expectativa generada es alta y no siempre es posible cumplir con los compromisos de campaña tan pronto.
—¡El sexto! —Soltó otro. —Creo que el año más difícil para un gobernador es el último, cuando ya va de salida, se cuenta primero con candidato y luego con gobernador electo que jala los reflectores y merma autoridad. Es la culminación de un proyecto y alinear a todos los actores, quienes ya tienen la vista puesta en el futuro, debe ser muy complicado.
—A mí me parece que más bien es el tercero. —Mencionó alguien más. —Para un gobernador la elección más importante es la intermedia, la de su Congreso local. Si la pierde, pierde la gobernabilidad y una tajada grande de poder. La selección de los candidatos es crucial y la administración debe ser exitosa para garantizar el triunfo. Sin duda es un año intrincado.
—Aunque no parezca, yo pienso que es el quinto. —Intervino otro. —Es cuando se calientan los ánimos por la sucesión y la designación de los candidatos puede generar rupturas que complicarían la elección. El proceso se tiene que manejar con pinzas. Por eso yo creo que el quinto debe ser el año más difícil.
El silencio siguiente anunció que ya no había más opiniones al respecto, así que todas las miradas se posaron en el exgobernador, esperando su veredicto. —¿Cuál de nosotros tiene la razón? —Cuestionó el primero. —Ninguno. —Respondió con seriedad. —El año más difícil para un mandatario es el séptimo.
Definitivamente para quienes hicieron las cosas bien, quienes gobernaron con objetividad, honorabilidad, honestidad y responsabilidad, quienes actuaron de buena fe mirando siempre por el bienestar del pueblo, quienes respetaron la investidura y nunca perdieron piso, ese séptimo año es mucho más llevadero.
De hecho, es a partir del séptimo año cuando un buen exmandatario puede mirar hacia atrás y sentirse satisfecho por el deber cumplido, es cuando encuentra su realización profesional y su plenitud personal, cuando el reconocimiento público se acentúa y cuando puede disfrutar a su familia y a sus verdaderos amigos.
Esta semana comienza el séptimo año para Miguel Ángel Riquelme. Seguro estoy, además así lo deseo, que será uno de los cada vez menos exgobernadores en México cuyo séptimo año no será difícil. Que podrá caminar libremente por las calles y ser saludado y reconocido siempre por los coahuilenses por dejarnos un estado seguro y trabajando.