Habrá que esperar hasta el 5 de noviembre para saber si se instalará Tesla en Nuevo León. Es muy razonable este cálculo del gobernador Samuel García, que planteó al inaugurar el foro BloombergNEF.
Para nadie es un secreto que la esperada gigafactory en el estado dependerá de si gana o no el candidato republicano Donald Trump. Este factor inesperado forma parte de algo que estudió muy bien el sociólogo de Yale, Charles Perrow: “accidentes normales”, que son imponderables que surgen mientras se ejecuta un proyecto y suelen ser más frecuentes de lo que se pueda suponer.
Si en un principio Elon Musk fue un férreo opositor de Trump (hablaba muy mal de él antes de comprar Twitter) y se ha beneficiado del nearshoring, incluso cerrando acuerdos con China, su reciente alianza con el republicano compromete sus propios intereses a cambio de beneficios etéreos, empañados por el juego electoral que siempre es volátil y que, sin embargo, el magnate proyecta para sí mismo en la próxima administración (con cargo incluido en la Casa Blanca).
Ahora bien, una cosa son las promesas de campaña y otra muy distinta es gobernar un país y una economía tan interdependiente con sus socios comerciales como lo es Estados Unidos.
Hay constancia fehaciente de que Musk ha sido reacio al aumento de aranceles. No va con su ADN empresarial. Y si bien Elon defiende hoy los aranceles como política proteccionista de su país de adopción (él también es migrante), sabe, en el fondo, lo que saben todos los CEOs de grandes empresas tecnológicas: que incrementar los aranceles entre un 60% y 200% a las importaciones chinas (la verdad es que Trump nunca ha sido muy preciso en los porcentajes que señala entre un discurso y otro), un 20% para las del resto del mundo y hasta un 100% a los vehículos importados de México, resulta un rotundo contrasentido por donde se quiera ver.
No hay forma de defender las políticas proteccionistas de Trump, que solamente propiciarán que se dispare la inflación en su país (serán más caros los componentes de la cadena de suministros de todos los productos norteamericanos), y nada más saldrán beneficiadas las empresas mediocres, chafas, apoyadas injustamente por el gobierno trumpista, si es que el republicano gana la elección.
Otro afectado evidente será el consumidor medio norteamericano, a quien le es igual si el producto que adquiere en el mercado es de importación o es nacional; siempre y cuando pague precios competitivos. Por algo ese ciudadano forma parte, supuestamente, del país prototípico de la ideología del libre mercado.
Finalmente, aún cuando gane Trump (que es lo más probable), y ya posicionado en un sitio clave en la Casa Blanca, Elon Musk será un hueso duro de roer para su hipotético jefe, entre otras razones, porque a Musk no le gusta tener jefe y a Trump no le gusta tener socios. Dicho de otra manera, aún cuando gane Trump, las posibilidades de que se instale Tesla en Nuevo León son altas.
Habrá que esperar. Y, por lo pronto, recibamos a las empresas de otros países que vienen a instalarse en tierras nuevoleonesas. El nearshoring ya no lo para nadie.