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Opinión

El ciudadano...

El Purgatorio de @elcabritomayor

Había una vez un ciudadano de sencillo origen trabajador y entusiasta, norteño del meritito norte, valga la “rebusnancia”, de un gran corazón y sangre de lucha, dura y férrea como la de muchos de sus antepasados que, en busca de un mejor futuro para vivir como nación, la gran mayoría peleó en el campo de batalla por sus ideales de progreso y bienestar. 

Mientras otros, los menos, lucharon en la batalla de esconder y esconderse con todo y sus bienes, del brazo de la revolución y la justicia social. 

Ya pasaron muchos ayeres de aquellos tiempos revolucionarios, donde la lucha era auténtica, a cuerpo limpio y con olor a pólvora, de vida o muerte por unos ideales libertarios en los que creyeron como único camino viable para conquistar sus sueños de bienestar para los suyos.

Hoy, a la distancia, el olor a pólvora, tanto como el peligro de muerte, aún persisten y, aunque la lucha ahora es distinta, los ideales de bienestar siguen siendo los mismos.

Este ciudadano en mención, que puede ser hombre o mujer, todas las mañanas “se inventa” sus motivos personales para salir a la “jungla” asfaltada de baches, gracias a las conquistas de la revolución, para buscar su bienestar en una férrea lucha por el trabajo.

Si lo tiene, lo defiende con su mejor arma, que es su vida, para conservarlo frente a los adversarios del día a día. Y si no lo tiene, busca desplazar a los que sí, con recomendaciones, méritos, medallas y condecoraciones de “guerra”, montadas en un documento llamado currículum.

Este ciudadano, como burro de carga, se parte todos los días la “progenitora” para llevar el sustento al hogar de acuerdo con las capacidades y conocimientos con los que fue dotado por la diosa fortuna.

Quizás enciende con lujo su auto mediante un botón, deja medio motor de su vetusto auto en medio del caos de un semáforo apagado, sube a bordo de su “Mercedes” y con chofer etiquetado de ruta periférica o, en el peor de los casos, a “golpe de calcetín”, sale día a día “a la guerra” con una gran fe de triunfar y conquistar su lugar en el mundo.

Este hombre, que con su existencia le da color, sabor, identidad, contenido, fondo y sustento a su nación, fue criado al paso del tiempo a través de una cultura entremezclada entre la bondad de las buenas costumbres y las graciosas mañas mexicanas que acabaron por esfumar la inocencia y degradar lo bueno que había en los principios de su nacencia.

De niño, el ciudadano en mención jugó a la pelota sin balón, con una bola de periódicos o un envuelto de mecate, sin césped sintético, sino con un “pasto” polvoriento atiborrado de piedras que tenía como portería, cuatro de ellas y sin un color sobre el pecho, sino con unos deseos sanos e irrefrenables de jugar, divertirse y convivir con los demás.

Al paso del tiempo, pero sin celulares, ni selfies, ni redes sociales, ni lives, ni bullying, ni activistas, ni comisiones de derechos humanos, ese niño se fue formando a punta de una estricta disciplina escolar, de premios y castigos, de reglazos en las manos y, cuando era necesaria la artillería más pesada, a través de la maternal “chancla voladora” que ponía las cosas, sabiamente, en su lugar.

El ciudadano creció, creyó en sí mismo y creyó en su nación, esa tan rica y territorialmente extensa como la de 24 países del primer mundo europeo que caben en su geografía. Pero esta nación, tan abundante en extensión y territorio, también ha sido rica, inmensamente, en el aparato que le administra, ese donde están sentados nuestros gobernantes.

Y este ciudadano no solo mantiene con su trabajo a su familia, sino que sustenta a la vida productiva, comercial y económica de su nación a través de sus operaciones de menudeo. Pero además de esto, sostiene una larga lista de partidos políticos y funcionarios elegidos “democráticamente” y otros no tanto, como son los grupos sindicales, burocracias y políticos de todos los niveles de gobierno.

Pero además de eso, sostiene en su totalidad a todo el aparato de instituciones que conforman los poderes existentes de gobierno, las empresas paraestatales que aún quedan y las que continuamente se inventan, con toda su burocracia y agremiados, ¡ah! y aparte, sus respectivos gastos de operación que incluyen choferes, escoltas, automóviles, gasolinas, celulares, viáticos y viajes, vacaciones, aguinaldos y servicios médicos.

Este hombre, que sin duda alguna es el ciudadano más bueno del mundo, es el mexicano, es usted y soy yo, que, con nuestro trabajo (porque alguien tiene que trabajar en este país), sostienen no solo una nación, sino a aquellos “vivos” que han encontrado en el aparato de gobierno un nicho de oportunidad para vivir sin trabajar, a diferencia de lo que hace la gente decente que ama a este país, como lo hacemos usted y yo, como lo hacemos “los ciudadanos… esos que somos los más buenos del mundo…” Por hoy es todo.

Medite lo que le platico, estimado lector, esperando que este nuevo amanecer se traduzca en un reflexivo día. Por favor, cuídese y ame a los suyos; me despido honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco, con sus hermosas palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos, Dios mediante, aquí el próximo lunes.

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