En ocasión de que mañana, 3 de diciembre, se conmemora el cuarto aniversario de su partida celestial, hoy, estimado lector, he querido dedicar este espacio para recordar a mi queridísimo hermano Joel Sampayo Climaco, un ser humano excepcional que, sin querer queriendo, como dijera El Chavo del 8, se convirtió en una muy apreciada figura pública de esta localidad y que se propuso, de manera generosa, sembrar a través de su ejercicio profesional el amor y los sanos valores en toda la sociedad.
Joel es el primero de seis hermanos que nacimos del amor que surgió de la unión de nuestros padres, Don Joel Sampayo Lozano y doña Esperanza Climaco González de Sampayo. Como hermano mayor, lo recuerdo como un ser muy inteligente, apasionado por la investigación, el periodismo y la fotografía, en la cual dio sus primeros pasos de la mano de mi abuelito, el maestro don Hermenegildo Climaco, quien, junto con mi abuelita, doña Severita González, lo habían “bautizado” cariñosamente como “Toto” y que nos recibían a toda “la tribu de nietos” cada temporada de vacaciones para hacerles compañía, junto con La Chita, una gatita y el Kimba y el Popis, dos hermosos perros, en su casa allá en mi querido Sabinas, Hidalgo, de muy gratos recuerdos.
En aquellos tiempos de mi infantil inocencia, yo no sabía si éramos pobres o éramos ricos; solamente sabía que éramos felices. Quizás la primera cachetada que le dio la realidad del mundo a mi inocencia fue cuando, estando de vacaciones en Sabinas, Echeverría anunció por televisión la devaluación del peso. Ver la preocupación y asombro en el rostro de mis abuelos y mis padres se me ha quedado grabado hasta el día de hoy.
Y es que en aquella época, porque los tiempos lo permitían, mis padres se iban de compras a Laredo con “Toto”, Javier, Jorge y Raúl, mis hermanos mayores, mientras Carlos y yo, los más pequeños, nos quedábamos con mis abuelitos a medio camino, en Sabinas, porque todavía no teníamos “el picaporte” (el pasaporte para pasar a los Estados Unidos).
Pero cuando estábamos en Sabinas, yo disfrutaba aquellos momentos vacacionales de felicidad, mientras que “Toto” aprendió de fotografía en el laboratorio particular (que, para aquellas épocas, era un gran adelanto tecnológico) que había armado mi abuelito, de la misma forma que aprendió algo de carpintería en un taller al que nosotros, los más chiquillos, no podíamos pasar debido a los peligros que implicaban las sierras eléctricas y herramientas, y que tenía instalado mi abuelo en otra área de su casa.
Y aunque sí podíamos pasar a sus salones de clases, donde mis abuelos impartían sus clases de inglés, cosa que a mí no se me dio, llegando sólo hasta la antesala, que era una dulcería, a “Toto” y mis demás hermanos mayores no se las perdonaron y aprendieron, al menos eso creo, lo básico del idioma norteamericano. De igual forma, “Toto”, recuerdo, era feliz aprendiendo, escribiendo, redactando y soltando los dedos en la vieja máquina de escribir que poseían mis abuelitos.
Años más tarde, “Toto”, convertido en Joel, con sacrificios y beca deportiva, estudiaba en comunicación en el Tec, pero enfocado a publicidad. Un día fue a dar al Diario de Monterrey, que en aquellos años estaba en período de pruebas antes de salir formalmente a circulación, a buscar a un compañero que había ido por un trabajo. En su inocencia juvenil, fue recibido y, entre una confusión, le hicieron una prueba de redacción que aprobó y le pidieron que se quedara a hacer prácticas.
Fue así que, un tiempo después, en su primera edición, el 22 de noviembre de 1974, el nombre de mi hermano apareció por primera vez a la luz pública como reportero. De ahí en adelante, fueron más de 40 años de forjarse a sí mismo, de manera entregada, honrada y honesta, como reportero, editorialista, periodista, directivo, productor musical y teatral, y muchas otras actividades más que realizó, siempre con el corazón en la mano, ofreciendo lo mejor de sí mismo y contagiando generosamente ese entusiasmo con el que, por gracia de Dios y de forma privilegiada, él fue dotado.
Mañana serán cuatro años de su ausencia terrenal, que, en lo particular, duelen y pesan mucho en el alma. Pero desde aquí y hasta él, allá con Dios, junto con mis padres, abuelos y sobrinos, replico con dificultad, pero con mucho amor, y para usted, apreciado lector, una de sus más hermosas palabras… ¡Ánimo!
Por hoy es todo, medite lo que le platico, estimado lector, esperando que este nuevo amanecer se traduzca en un reflexivo día. Por favor, cuídese y ame a los suyos. Me despido honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco, con sus hermosas palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos, Dios mediante, aquí el próximo lunes.