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Opinión

Dejémonos fascinar por Dios

Las cartas sobre La mesa

Nos encontramos este fin de semana con el tema de la “llamada y de la vocación”. Samuel se mantuvo al llamado del Señor, creció en su presencia y todo lo que el Señor le decía, se cumplía. Se cumplía, porque la respuesta de Samuel, fue una respuesta llena de generosidad. Así es la llamada de Dios, llamada a la que hay que dar una respuesta generosa, como hizo Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”. Pablo le recuerda a la comunidad de Corinto la importancia de valorar el precio por el que hemos sido comprados, sanados y curados, con tal de alcanzar la salvación.

La llamada de Dios implica un compromiso, una disposición a adoptar un estilo de vida, a no pertenecerse a sí mismo, sino a Dios y a su Espíritu; de ahí, la clara conciencia y exigencia de una vida alejada del mal, y de todo aquello que contravenga la pertenencia al Señor. En el Evangelio vemos cómo Juan el Bautista señala a Jesús como Cordero de Dios, esto lo escucha Andrés que se fascinó por Él y lo siguió; Andrés al encontrar a su hermano Pedro le dijo: “hemos encontrado al Mesías” y lo llevó a Jesús. Una llamada al seguimiento, es decir, a permanecer con Jesús, como los dos discípulos del Evangelio.

Aspectos del llamado: El primer paso de la llamada es la búsqueda que el mismo Dios siembra en el corazón del hombre. La inquietud, que entraña la búsqueda, surge espontánea en el hombre, pero es Dios quien la ha puesto, como paso previo de la vocación. Así la llamada divina aparece, a los ojos del hombre, como una desembocadura de su inquietud y de su búsqueda. A los dos discípulos que iban tras él, junto a la ribera del Jordán, Jesús les pregunta: ¿Qué buscan? No buscarían si Dios no hubiese metido en ellos el deseo de buscar, pero la búsqueda misma es algo personal, es ya una primera respuesta.

A quien de alguna manera “busca”, Dios no le llama, al menos de modo ordinario, por vía directa, sino a través de las mediaciones humanas: Elí fue el mediador entre Dios y Samuel, Jesús lo fue entre Dios y los primeros discípulos. Para el cristiano, la Iglesia, que es el ‘lugar’ de la salvación, es también el lugar de la ‘mediación’; es en ella y a través de ella que Dios continúa llamando a los hombres.

En nuestro mundo, en nuestro ambiente Dios continúa llamando, como lo ha hecho a lo largo de toda la historia de la salvación. Sin embargo, se constata un descenso muy notable en el número de respuestas afirmativas y, consiguientemente, en el número de vocaciones sacerdotales, religiosas o al matrimonio.

Si bien hay factores culturales e históricos que han podido influir, se ha sofocado la fascinación por el compromiso, como Andrés la tuvo, en el seguimiento de Jesús. Quizá no hemos hecho lo suficiente –o incluso hemos hecho muy poco– para promover, renovar y reavivar nuestra fascinación y fe en el Señor. Tal vez hemos pensado que las vocaciones y el compromiso de vida, es cuestión de la que se deben interesar los “curas”. El ambiente en el que crecen los jóvenes hoy en día requiere de respuestas audaces y contra corriente.

La comunidad parroquial y diocesana debe sostenerles y apoyarles en tales respuestas. Está en juego el futuro de la comunidad creyente y de la misma Iglesia. Con la ayuda de todos, la audacia de la respuesta será más sólida y convincente.

¿A qué llama el Señor? Ante todo, llama a pertenecerle y a estar con Él. El que es llamado al matrimonio o a la vida consagrada tiene que estar convencido de que su vocación es una vocación a tener, en su estado de vida, una relación particular con Jesús. Sin una espiritualidad consistente y bien fundada, el llamado cederá fácilmente a los reclamos y modas del mundo, y se derrumbará fácilmente. Dios llama ante todo a ser radical y exclusivo en el amor a Él, para con Él y desde Él abrir el alma y el corazón a todos los hombres. Por eso, Dios llama también al ministerio de la salvación. 

Los matrimonios con su fidelidad y el consagrado con su compromiso, sirven al hombre, proponiéndole la salvación de Dios. Esta es la propuesta fundamental de Dios y todo lo demás está en función de ella. He aquí un tema de reflexión para todos los cristianos. Si la Iglesia es la comunidad de los que esperan la venida del Señor, ¿no es verdad que fácilmente se ha olvidado en la predicación, en la instrucción catequética, en el consejo y en el acompañamiento espiritual la gran realidad de las verdades últimas de la existencia terrena del hombre? Hablemos del sentido del llamado, del sentido del compromiso con Dios como bautizados, del sentido y razón de ser de la Iglesia, más allá de tantas cosas periféricas y propuestas pastorales modernas, lo importante es el compromiso con nuestra propia salvación y la salvación de los demás. Dejémonos fascinar, como Andrés, por Jesús. Que sea Jesús el que nos sostenga y no los mensajes huecos que nos encandilan. 

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, ruega por nosotros.

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